William Shakespeare

William Shakesperare

Romeo y Julieta

| 1 | 2 | 3 | 4 | 5 |

¡Proscrito!

Biografía de William Shakespeare en Wikipedia


 
 
[ Descargar archivo mp3 ] 17:02
 
Música: Chopin - Nocturne in C minor

¡Proscrito!
<< Índice >>
 

Al trasladarse Julieta sigilosamente a la celda del fraile que había de unirla con lazo indisoluble a Romeo, su nodriza habíase encargado de proporcionar al joven esposo una escalera de cuerda con la cual pudiese escalar la celda y encontrarse con Julieta aquella noche. Era la nodriza una mujer anciana, locuaz y de carácter contemporizador, entregada en cuerpo y alma a la joven que tuviera a su cuidado desde su más tierna infancia; buena a su manera, aunque vulgar, y capaz de anteponer su egoísmo a cualquiera de las conveniencias ajenas. A fuerza de mimos y caricias había Julieta logrado interesar a la anciana para que secundase sus proyectos, y el atractivo y liberalidades de Romeo habían acabado de inclinar la balanza, de suerte que haciendo causa común con los dos amantes había consentido en servirles de intermediaria. Pero en su carácter egoísta, acostumbraba dar siempre mayor importancia a sus propios males que a los intereses ajenos, y aun al volver a Julieta para comunicarle la hora exacta de la ceremonia del enlace, entreteníase en describirle sus achaques, en vez de alentarla, como parecía natural, y darle, sin demora, noticias de Romeo.

Sin embargo, mientras todo salió a pedir de boca, mostróse amable y condescendiente con Julieta, y no le faltó a ésta una buena confidente; pero al surgir más tarde serias dificultades, el carácter egoísta y superficial de la anciana había de rebelarse, y la pobre Julieta había de convencerse, muy a su disgusto, de que no podía contar más que con sus solas fuerzas y su discernimiento para salir airosa de aquel trance.

Celebrado el enlace, Julieta entró de nuevo en casa, y su nodriza no tardó en llegar. Llevaba ésta en la mano la escalera de cuerda que sirviera a Romeo para subir, y al llegar a presencia de Julieta, soltóla con un gesto de desesperación, mientras se dibujaba en su rostro la expresión de un vivo dolor.

—¡Dios mío! ¡qué hay de nuevo? ¿Por qué cruzas así las manos?—exclama Julieta sintiendo un estremecimiento de horror suceder a su transporte de alegría.

—¡Ay de mí!—exclama la nodriza:—¡está muerto, está muerto, está muerto! ¡Estamos perdidos, señora, estamos perdidos! ¡Ya no existe, murió, murió!

—¿Tan cruel será el Cielo?..—exclama Julieta creyendo que se trata de Romeo.

—Sí; yo lo he visto con mis propios ojos muerto—prosigue la nodriza, mezclando sus palabras con lágrimas y sollozos.

Al oír tan triste nueva, rómpese de pena el corazón de Julieta; pero de repente, entre las incoherentes palabras de la anciana oye estas expresiones:

—Oh Teobaldo, Teobaldo, el mejor de todos mis amigos; hidalgo noble y cortés, ¿cómo es posible que haya yo tenido que ver tu muerte?

—¿Qué quieres decir con esto?—exclama Julieta sobresaltada.— ¿Romeo asesinado y Teobaldo muerto? ¿Muertos mi dulce primo y mi querido esposo?

—Teobaldo esta muerto y Romeo desterrado—responde la nodriza:—desterrado por haber dado muerte a Teobaldo.

Esta vez expresase ya con claridad, y Julieta al ver claramente el hecho, retrocede horrorizada.

—¿La mano de Romeo ha derramado la sangre de Teobaldo?— exclama.

—Si ella, la misma; Romeo le ha matado.

Deshácese entonces Julieta en reproches contra aquél que acababa de hacerla esposa suya y que bajo tan nobles y seductoras apariencias ocultaba un corazón tan villano. Pero al oír como su nodriza, conviniendo con lo que ella siente, le dice: «Si, no hay hombre leal, ni fiel, ni honrado en el mundo; todos son unos perjuros, todos unos impostores...», Julieta indignada toma la defensa de Romeo.

—¿Cómo?—replica la nodriza—¿y os atrevéis a abogar por el asesino de vuestro primo?

—Y ¿cómo he de decir mal del que es mi esposo?—responde Julieta.—¡Ah dulce bien mío! ¿quién va en adelante a ensalzar tu nombre, si yo tu esposa desde hace no más tres horas, me he atrevido a ultrajarte?

Para Julieta no era el mayor tormento la muerte de su primo, sino el destierro de Romeo: ésto la torturaba horriblemente. «Teobaldo muerto y Romeo desterrado»: Estas terribles palabras resonaban continuamente en sus oídos.

—¡Romeo proscrito!— gime constantemente.— ¿Podrá hallarse término o límite a la profundidad de este abismo de dolor? No hay palabra para expresarlo. ¡Ea, nodriza, llévate esas cuerdas, pues Romeo está proscrito: mi enlace ha sido con la muerte, no con Romeo!

Al ver su desesperación, conmuévese el corazón de la anciana y le dice cariñosamente.

—Retiraos, señora, a vuestra habitación: voy a buscar a Romeo, y él vendrá a consolaros: ya sé donde está. Tenedlo bien entendido: vuestro querido Romeo vendrá esta noche. Voy por él: está escondido en la celda de Fray Lorenzo.

—Sí, ama, ve por el—dícele Julieta: —entrega esta sortija al noble hidalgo y dile que venga a darme el último adiós.

Después de la muerte de Teobaldo, Romeo se veia obligado a hurtar el cuerpo a las pesquisas del príncipe y se habla refugiado en la celda del fraile, quien fuera siempre su mejor amigo. El bueno de Fray Lorenzo le habla dado asilo, saliendo precipitadamente él de su celda para enterarse de lo que estaba sucediendo, y no tardo en volver, trayendo la fatal noticia.

—¿Que ha sentenciado el príncipe?—pregunta Romeo.

—La sentencia no es de muerte, sino de destierro.

—¡Destierro!—exclama Romeo desesperado.—Es para mí pena más cruel que la muerte.

En vano se esfuerza en consolarle el buen fraile, poniéndole de relieve lo benigno de la sentencia, siendo así que la había merecido más rigurosa.

—¡No digáis benignidad, padre; decid suplicio!—exclama Romeo.—El cielo esta aquí donde vive Julieta: seré más infeliz que los irracionales. Aquí un perro, un ratón, un gato pueden vivir, en este cielo y verla. Solo Romeo no puede. ¿No tuvisteis a mano algún veneno sutil, algún hierro aguzado que me diese la muerte, más pronto que esa vil palabra «proscrito»?

Inútiles fueron todas las razones que alego el fraile para consolar a Romeo: ninguna pudo convencerle, y obstinado en no escuchar consejo alguno, echóse al suelo presa de un furor frenético.

Al mismo instante llamaron a la puerta.

—Ea, levántate, que llaman—dícele Fray Lorenzo:—escóndete Romeo.

Pero Romeo permanecía inmóvil. Llamaron por segunda vez y con mayor fuerza.

—¿No oyes?—insiste el fraile. — ¿Quien va?...

—¡Levántate, Romeo; que te van a prender!

—Voy, esperad un momento (responde el fraile al que llama a la puerta).

—¡Romeo!, levántate y entra en mi gabinete.

—Voy en seguida...

—¡Cielos!, ¡qué locura!—murmura el fraile. — Voy, voy,..

Con tales frases de inquietud, intercaladas con respuestas al que llamaba a la puerta, instaba Fray Lorenzo a Romeo a que se levantara y se escondiera, creyendo que venían a prender al mancebo; pero este persistía en su desesperación, y no se movía de donde estaba, con su rostro pegado al suelo.

El fraile no quiso esperar ya más, y abrió la puerta. Por fortuna no era ningún huésped importuno o curioso, sino la misma nodriza. Al verla Romeo, pídele ansioso noticias de Julieta y después, presa de un nuevo acceso de remordimiento y desesperación al pensar la desgracia en que habla de quedar sumida su amante Julieta por culpa de él, tira de la espada para matarse.

—¡Detén esa diestra homicida!— incrépale el fraile,— tomándole del brazo.

Y con voz severa, echa en cara al joven su insensata conducta y su falta absoluta de dominio de sí mismo. Hácele una enumeración de los bienes de que disfruta aún, pero que su dolor le ciega para reconocerlos: Julieta vive, ¿no es acaso esta una gran dicha? La ley que podía haberle condenado a muerte, no le condena más que al destierro, ¿acaso no es esta también una dicha?

—Ea,—termina diciéndole Fray Lorenzo;—ve a ver a Julieta, según habéis convenido; pero ten cuidado de separarte de su lado antes que amanezca; de lo contrario, no podrías ir a Mantua. Allí residirás mientras no se presente el momento oportuno para hacer público vuestro enlace, reconciliar vuestros padres, obtener el perdón del príncipe y llamarte de nuevo a Verona, para disfrutar de una dicha mil y mil veces mayor que la desgracia que representa el tener que alejarte de aquí.

Gran ánimo dieron a Romeo estas palabras, y la nodriza corrió a avisar a Julieta que su esposo iría pronto a verla.

Inicio
     
<< Índice >>
 

Obra en Inglés

Índice del Autor