William Shakespeare

William Shakesperare

Romeo y Julieta

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El baile de máscaras

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Música: Chopin - Nocturne in C minor

El baile de máscaras
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Antigua era la enemistad que reinaba entre Montescos y Capuletos, dos de las más nobles familias de Italia, dando ella, muy a menudo, ocasión a disputas y pendencias en las estrechas calles de Verona. El rencor que se guardaban unos a otros los jefes de las dos familias y sus respectivas parentelas, transcendía a la servidumbre y a todos los allegados, los cuales no se encontraban vez que no riñesen, terminando a veces la riña en cruel matanza. En vano el príncipe de Verona había buscado el medio de poner fin a tan violento estado de cosas, pues la lucha era cada día más encarnizada y los odios más enconados. Tres serios encuentros habían tenido lugar, en los cuales no solo individuos de la servidumbre, sino también respetables ciudadanos habían tornado parte en la contienda a favor de una de las dos facciones. Disgustado el príncipe con ocasión de una nueva pendencia que empezara entre la servidumbre de ambas familias, y de la que formaran luego parte los hidalgos de las mismas, decidió poner un severo correctivo a Montescos y Capuletos, afirmando que lo pagaría con la vida el que se atreviese a perturbar la paz pública.

Dispersados que fueron los alborotadores y una vez retira- do el príncipe, la señora Montesco pregunto por su hijo, alegrándose al saber que no había tornado parte en la contienda. Su sobrino Benvolio añadió que antes del alba había salido de casa, pues andaba muy preocupado, y había visto a Romeo pasearse por una alameda de sicomoros que fuera de la ciudad había; pero que al echarle de ver, Romeo se había internado en el bosque. Añadió a esto Montesco que se había visto a su hijo muchas mañanas en aquel sitio, siempre pesaroso, y que al volver a su casa se retiraba en su cuarto, cerrando las ventanas para impedir que la luz del día penetrase en la habitación. Montesco no sabía la causa de este extraño proceder ni podía arrancársela a su hijo por más que él y sus amigos se la habían preguntado varias veces.

En aquel momento divisaron al joven, y Benvolio rogo a sus tíos que se retiraran, pues estaba seguro de que averiguaría el motivo de su retraimiento. Sea que Benvolio tuviese la suficiente táctica para hacer hablar a su primo, sea que Romeo necesitase desahogar su oprimido pecho, lo cierto es que confeso a Benvolio que amaba a una hermosa dama llamada Rosalina y que la causa de su pena era ver que ella no le correspondía sino con frialdad e indiferencia.

Como no veía Benvolio esperanza alguna para Romeo de poder conquistar el amor de aquella dama, aconsejole que la olvidara y se dedicase' a otra tan hermosa y encantadora como ella. Contestole Romeo que le era imposible, pero Benvolio no desespero de curarle.

Y efectivamente, el remedio indicado dio un excelente resultado a las pocas horas.

Los Capuletos, ni más ni menos que los Montescos, no podían vanagloriarse de lo numeroso de su prole, pues no tenían sino un vástago cada uno de ellos: el de los Montescos era Romeo, mientras que la única prole de los Capuletos era una encantadora niña llamada Julieta. En aquel entonces Julieta era demasiado joven para asistir a las fiestas de sociedad; sin embargo, el joven conde Paris, pariente del pn'ncipe de Verona, se habi'a enamorado de sus encantos, y pidio permiso a su padre para cortejarla, a lo que contesto Capuleto que Julieta era demasiado joven para pensar en casarse, pero que si Paris quería probar de conquistarla y lo alcanzaba, con gusto le daría su consentimiento. Añadió que aquella noche se celebraba una fiesta en su casa, a la que asistiría la flor y nata de la juventud veronesa; que allí podría ver y contemplar a su hija y compararla con las demás, y juzgar si merecía su preferencia.

El criado que Capuleto mando con las invitaciones, no sabía leer, por lo cual hallando por casualidad a Romeo y Benvolio, rogoles que le leyesen la lista de los invitados. Entre los nombres alii escritos vio Romeo el de Rosalina y el de otras renombradas bellezas de Verona. Benvolio le aconsejo que asistiese al baile para que con toda imparcialidad pudiese comparar la belleza de Rosalina con la de las otras damas; pues solo después de haber visto a las otras, podría afirmar si verdaderamente las aventajaba o no Rosalina.

Respondió Romeo que iría, no para esto, sino para recrearse contemplando la belleza de su dama.

Verdad era que asistiendo a aquella fiesta, entraba en casa de su enemigo y se exponía al grave peligro de ser conocida su persona; pero el peligro disminuía teniendo en cuenta que era de rúbrica presentarse los convidados disfrazados y con antifaz. Disfrazóse, pues, Romeo de peregrino llegada la noche, púsose muy triste y dijo a sus compañeros que no bailaría. Parecíale tener un alma de plomo dentro de su cuerpo (éstas eran sus palabras) y no podía apenas dar un paso.

Además de Benvolio, acompañaba aquella noche a Romeo un joven alegre y decidor, llamado Mercutio, pariente del príncipe de Verona. Ya durante el camino habla procurado disipar la melancolía y tristeza de Romeo a fuerza de chistes y ocurrencias, pero nada fue bastante a serenar su espíritu. Habíale asaltado un triste presentimiento, por lo cual, sin ilusión ninguna ni deseos de divertirse, penetró en los brillantes salones del suntuoso palacio de Capuleto.

Todo rebosaba alii esplendor y alegría. Numerosos grupos con variados y ricos disfraces andaban de un lado para otro. Capuleto en persona, acompañado de su hija y otros de la casa, recibía y agasajaba a los invitados, y al preludiar la música, empezaron los grupos a bailar las graciosas danzas de la época.

Romeo llego algo tarde, de modo que al entrar él en la sala había ya empezado el baile. Contempló durante algún rato aquella animada escena, y probablemente se recrearía mirando a su Rosalina como alternaba con las demás bellezas de Verona. Pero ¡ay! que aquella misma noche había de ser la fecha del acabamiento de su dominio sobre el corazón del heredero de los Montescos. Entre las que danzaban había una joven que sobresalía entre todas las demás, como una blanca paloma se destaca entre una bandada de cuervos. En una aureola de deslumbrante claridad mecía la hija de la casa sus lozanas y juveniles formas, y al verla tan hermosa, Romeo conoció, que en realidad, nunca había amado hasta aquel momento.

Las exclamaciones de admiración pronunciadas a media voz por Romeo, fueron dadas por Teobaldo, sobrino de la señora Capuleto, joven muy fogoso y dispuesto siempre a promover altercados y contiendas.

—Por la voz parece Montesco— dijo Teobaldo, y mandó a un paje que le trajese el estoque, diciendo: — ¿Cómo se atreve ese infame a venir aquí disfrazado escarneciendo así la solemnidad de la fiesta? ¡Juro por el honor de mi linaje que, sin cargo de conciencia, le voy a quitar la vida!

— ¿Qué pasa, sobrino Teobaldo?— preguntóle Capuleto.

— Tío, tenemos a un Montesco entre nosotros, un infame que ha venido a escarnecer la solemnidad de nuestra fiesta — respondió Teobaldo.

— ¿Quién es? ¿Romeo?

— Si, el mismo, el vil Romeo.

— Sosiégate, querido primo— díjole Capuleto,— déjalo. Es un cumplido caballero y, en honor a la verdad, sábete que en todo Verona se le tiene por joven virtuoso y bien nacido. Ni por la prosperidad de esta nuestra villa consentiría yo que se le hiciese daño alguno en nuestra casa. Así pues, refrénate, no te preocupes de él (te lo suplico) y si en algo me estimas, depón este entrecejo que da a tu cara un aspecto tan impropio de la fiesta que celebramos.

— ¿Pero vais a permitir que un tal villano alterne con nosotros?— objetó Teobaldo.— Esto no lo tolera un Capuleto.

— Pues habrás de aguantarlo...— dijo severamente Capuleto.— ¡Qué muchacho! jDigo que lo aguantarás! ¡Quiçen manda aquí? ¡Pues no faltaba más! ¡Maltratar a mis huéspedes dentro de mi propia casa! ¡Armar camorra solo por hacer el hombre!

— Pero, tío, es una vergüenza— insistió Teobalbo.

— ¡Lejos, lejos de aquí!— gritó el exasperado anciano.— Eres un rapaz incorregible. ¡Ea, basta ya! Tente o si no... Más aprisa, más aprisa... Yo te hare estar quedo.

Ardiendo en ira contra Romeo y furioso por la amonestación de su tío, Teobaldo se retiró silencioso de momento, pero con el corazón rebosando de amargo despecho y determinado a tomar venganza a la primera ocasión.

Seguía entretanto el baile, terminado el cual, Romeo pudo acercarse a Julieta. Su disfraz de peregrino dióle pie para una conversación medio en broma, con la que disimuló el afecto que empezaba a sentir hacia ella y que iba in crescendo por momentos. Según costumbre de aquella época, pudo saludarla besándola cortésmente.

Su conversación fue interrumpida por la nodriza de Julieta que iba en busca de la joven por encargo de su madre: entonces supo Romeo que la joven que tanto le habla cautivado era la hija de la casa, de la familia Capuleto, la hija de su enemigo.

Poco después supo a su vez Julieta, por averiguaciones que hizo, que el joven invitado disfrazado de peregrino, se llamaba Romeo, que era un Montesco y el hijo único del gran enemigo de la familia de su padre.

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