William Shakespeare

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La tempestad

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Música misteriosa

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Música: Chopin - Nocturne in C minor

Música misteriosa
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Mientras Antonio y Sebastián habían estado trazando su plan para dar muerte al rey de Nápoles, otra bandada de mal vados estaba maquinando para hacer daño al señor de aquella isla. Al llegar Próspero a ella, habíala encontrado habitada por un pequeño y repugnante monstruo llamado Calíbano, hijo de una perversa bruja, que se había refugiado allí huyendo des terrada de su propio país. Esta bruja, por nombre Stícorax,, tenía por siervo al retozón silfo Ariel, a quien había encarcela do en el hendido tronco de un pino en castigo de no haber querido cumplir unas perversas órdenes que le dio. Ariel vivió en este estado de pena y tormento por espacio de doce años, durante los cuales murió Stícorax, quedando Calíbano por único habitante de la isla.

Lo primero que hizo Próspero ai llegar a la isla fue dar libertad a Ariel y lo tomó a su servicio: en cuanto a Calíbano, intentó primero amansar su salvajismo con blandura y bue nos tratos, pero todo fué inútil. Calíbano odiaba el bien por naturaleza y pagó mal por bien, correspondiendo con malicia y malas obras a las dignaciones de Próspero. Convencióse finalmente Próspero de que los medios de suavidad no habían de tener resultado ninguno favorable y que el único sistema para tener a raya a Calíbano era tratarle con gran severidad. Por esto Calíbano odiaba a su amo y esperaba la ocasión de vengarse de él.

Entre los náufragos que escaparon de la muerte en el desas tre de las naves del rey, había dos truhanes de mala ralea, Trínculo, el bufón y un sumiller llamado Esteban, bebedor empedernido. Hallándolos un día Calíbano casualmente, ofrecióse para ser su criado, creyendo poder así sustraerse a la férula de Próspero: ofrecióles además conducirlos a donde Próspero estaba durmiendo y en donde podrían fácilmente darle muerte: convínose también, que Esteban se casaría con Miranda y con esto vendría a ser el soberano de la isla: Calíbano sería su criado.

En estos tratos andaban cuando Ariel se presentó invisible en medio de ellos; oyó por sí mismo sus maquinaciones y entretúvose en intercalar de vez en cuando muletillas en la conversación de aquéllos, sin que se diesen cuenta de. dónde venía la voz y originando entre ellos disputas y reyertas, pues todos creían que era uno de ellos que quería burlarse de los demás. De pronto púsose Ariel a tocar una misteriosa música con su flauta y tambor, lo cual alarmó grandemente a Esteban y Trínculo, pero Calíbano les sosegó diciendo, que la isla es taba llena de ruidos y dulces sonidos que más bien recreaban y a los que no había que tener miedo.

— ¡Cuántas veces — dice, — llega a mis oídos una harmonía como de millares de instrumentos y algunas veces acompañada de suavísimas voces que, al despertar yo de un largo sueño, me invitan a dormir de nuevo, y entonces, en delicioso en sueño, me parece ver cómo se rasgan las nubes y empiezan a llover sobre mí riquezas sin cuento, de tal manera que al des pertar, quisiera seguir durmiendo para gozar de tal satisfacción!

— Este sí que será para mí un gran país, pues sin costarme ningún dinero tendré siempre música, — observa Esteban el sumiller beodo.

— No hay duda, pero para ello hay que quitar de en medio a Próspero — replica Calíbano.

— Esto podemos hacerlo en seguida — dice Esteban.

— Me parece que la música se aleja; ea sigámosla — dice Trínculo, — después realizaremos la hazaña.

— Anda, monstruo; pasa adelante — dice Esteban a Calíbano: — quisiera ver a este tamborilero que tan bien toca.

De esta manera, con su misteriosa música sedujo Ariel a aquellos tres malvados: ellos se entusiasmaron tanto, que em pezaron a danzar y brincar por entre la maleza, las espinosas retamas y los cortantes tojos que desgarraban la piel de sus piernas, y finalmente los condujo a una pestilente laguna de agua encharcada, no lejos de la vivienda de Próspero.

***

Entretanto Alonso, rey de Napóles y sus compañeros andaban vagando por la isla tristes y descorazonados, de tal manera, que el pobre anciano Gonzalo se rindió, no pudiendo seguir adelante.

— Verdaderamente no puedo reprocharte de perezoso, — dícele Alonso, — pues yo mismo estoy abatido: el cansancio y la tristeza nos vencen. Sentémonos, pues, y descansemos; es inútil que corramos la isla en busca de mi hijo; ya no hay espe ranza de encontrarle; el mar lo sorbió en su seno y ahora se mofa de nosotros al ver nuestra obstinación en buscarlo en tierra.

El traidor Antonio holgábase de ver que el rey había per dido toda esperanza de hallar a su hijo, y así indicó a Sebas tián la conveniencia de no abandonar el plan que habían tra zado de darle muerte, aunque no había tenido resultado de primero.

-—Aprovechemos la primera ocasión que se presente — murmuró Sebastián al oído a Antonio.

— Esto será esta noche — dijo Antonio, — pues ahora que están cansados de tanto andar, no estarán tan alerta ni tan dispiertos como si estuviesen descansados.

— Sí, esta noche — respondió Sebastián; — ni una palabra más.

En aquel momento oyóse una rara y solemne música.

— ¿Qué harmonías son éstas? — dijo el rey; — escuchad ami gos míos. ¡

— ¡Suavísima música! — exclamó Gonzalo.

Entonces, sin ser visto de ninguno de ellos, evocó Próspero, con sus artes mágicas unas extrañas y grotescas figuras que traían una mesa preparada: pusiéronse a danzar alrede dor de ella, haciendo ceremoniosas reverencias al rey y a sus compañeros, luego les invitaron a comer y desaparecieron.

— ¡Cielos, dadnos buenos defensores!.. — exclamó asombrado el rey;— pero éstos... ¿quiénes eran?

— ¡Pardiez! que si eso contara yo en Nápoles, no me iban a creer, aunque lo jurara, — repuso Gonzalo. — Esos deben de ser moradores de esta isla, y a fe mía que, aunque de extraña figura, es su porte más fino y distinguido que el de muchos de nuestros semejantes.

— Habláis como un libro, honorable señor — dijo Próspero aparte, — pues entre vosotros los hay peores que demonios.

— Desaparecieron como por encanto... — dijo Francisco.

—No importa — repuso Sebastián,— si dejaron aquí la comi da a nuestra disposición. ¿Querrá Su Majestad probarla?

— No, — dijo Alonso.

— A fe mía, que no hay preligro ninguno — exclama Gonzalo.

— Bueno, si es así, voy a probarlo— dijo el rey, — aunque tenga que ser éste el último bocado que entre en mi boca. Y vos, hermano mío, señor duque de Milán, vos haréis otro tanto.

En aquel instante rasgó los aires el rayoy oyóse el estam pido del trueno. Ariel, en forma de horrorosa ave de rapiña, cernióse sobre ellos y sacudiendo sus siniestras alas encima de la mesa, desapareció súbitamente la comida, y dirigiéndose a Alonso, Sebastián y Antonio, los increpó diciendo:

— Vosotros sois tres malvados, a quienes el destino ha arro jado a esta isla porque sois indignos de vivir entre hombres.

Encolerizáronse al oir esto y echaron mano a las espadas, pero Ariel se burlaba de ellos, diciendo:

— ¡Estúpidos! ¿ignoráis, acaso, que yo y mis compañeros somos ministros del destino? Mejor uso haréis de vuestras espadas hiriendo el aire o golpeando el agua, pues ni aun a una pluma de mis alas podréis tocar con ellas. Si pudiesen hacerme daño vuestras espadas, os faltaría fuerza para manejarlas y no podríais ni siquiera levantarlas. No olvidéis, pues esto es la causa de que yo tenga que entenderme con vosotros, que vosotros tres fuisteis quienes suplantasteis al bueno de Próspero, duque de Milán, y lo arrojasteis junto con su inocente hija, poniéndolos a merced de las olas del Océano, el cual se venga ahora en vosotros. Los poderes del cielo aplazaron, es verdad, el castigo de acción tan perversa, pero no la olvidaron, y he aquí que han excitado la cólera del mar y armado a todos los elementos contra vosotros. A ti, Alonso, te han despojado de tu hijo, y ahora por mi boca te anuncian que serás víctima ele una ruina lenta, peor que la misma muerte, en esta desierta isla, si no te arrepientes sinceramente de tu crimen y no enmiendas tu vida.

Desapareció Ariel entre el estampido del trueno, y a la suave música sucedió una turba de extrañas figuras que con danzas grotescas y burlones visajes, se llevaron la mesa en la que se había servido el banquete.

— Muy bien, querido Ariel — dícele aparte Próspero, mien tras el rey de Nápoles y sus compañeros se miran con ojos de espanto. — Mis sortilegios producen su efecto (añade), y estos enemigos míos están aturdidos. Ahora ya los tengo en mis manos y aquí los dejo, mientras voy a ver al joven Fernando (a quien ellos creen ahogado), y a su amada, que es mi hija y mi tesoro.

— Por Dios, señor, ¿por qué miráis con estos ojos tan asombrados? — pregunta Gonzalo al rey.

— ¡Ah, Gonzalo! — responde Alonso víctima de los remordimientos de su conciencia; — esto es monstruoso, horrorosamente monstruoso. Parecióme oir en el rugido de las olas, en el fragor del viento y en el retumbar del trueno el nombre de «Próspero» y que todas esas fuerzas de la naturaleza me reprochaban la iniquidad de mi acción. Por esto pereció mi hijo, y mi suerte será morir sumergido en el fondo del océano.

Dicho esto, apartóse precipitadamente, seguido de Sebastián y Antonio.

— Los tres están desesperados — decía Gonzalo,— su gran crimen, como veneno que iba minando su naturaleza, empieza ahora a hacer sentir sus desastrosos efectos, corroyendo sus entrañas. — Creedme, (añadió, dirigiéndose a los individuos de la servidumbre), seguidles cautelosamente, sin perderlos de vista y apartadlos de los excesos a que su locura pudiese arrastrarlos

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