- I -
Juan Ruiz y Pedro Medina,
dos hidalgos sin blasón,
tan uno del otro son
cual de una zarza una espina.
Diz que Pedro salvó a Juan
la vida en lance sangriento;
prendas de tanto momento
amigos por cierto dan.
Pasan ambos por valientes
y mañeros en la lid,
y lo han probado en Madrid
en apuros diferentes.
Ambos pasan por iguales
en valor y en osadía,
pero en fama de hidalguía
no son lo mismo cabales.
Que es Juan Ruiz hombre iracundo,
silencioso por demás,
que no alzó noble jamás
el gesto meditabundo.
Ancha espalda, corto cuello,
ojo izquierdo, torvas cejas,
ambas mejillas bermejas,
y claro y rubio el cabello.
Y aunque lleva en la cintura
largo hierro toledano,
dale, brillando en su mano,
más villana catadura.
Y aunque arrojado y audaz
en la ocasión, rara vez
carece su intrepidez
de son de temeridad.
Ágil, astuto o traidor,
hijo de ignorada cuna,
debe acaso a su fortuna
mucho más que a su valor.
Presentóse ha pocos años
de Indias advenedizo,
dizque con nombre postizo
cubriendo propios amaños.
Mas vertió lujo y dinero
en festines y placeres,
aunque fue con las mujeres
más falso que caballero.
Hoy pasa, pobre y oscuro,
una existencia común,
y medra o mengua según
los dados le dan seguro.
Hombre de quien saben todos
que vive de malvivir,
mas nadie sabrá decir
por cuáles o de qué modos.
Modelos en amistad
ambos para el vulgo son,
mas con Pedro es la opinión
menos rígida en verdad.
Porque es Pedro, aunque arrogante
y orgulloso en demasía,
mozo de más cortesía
y más bizarro talante.
De ojos negros y rasgados
con que a quien mira desdeña,
nariz corta y aguileña,
con bigotes empinados.
Entre sombrero y valona
colgando la cabellera,
y alto el gesto en tal manera,
que cuando cede perdona.
Mas si sombras de matón
tales maneras le dan,
tiénela más de galán
por su noble condición.
Que no hay en Madrid mujer
que un agravio recibiera,
que a su espada no tuviera
satisfacción que deber.
Ni hay ronda ni magistrado
que en revuelta popular.
no le haya visto tomar
ayuda y parte a su lado.
Tales son Ruiz y Medina,
de quienes, por concluir,
fáltame sólo decir
que amaban a Catalina.
Es ella una moza oscura,
de talle y de rostro apuesta,
mas tan gentil como honesta,
y como agraciada pura.
Ámala Ruiz, pero calla,
acaso porque su amor,
para mujer de su honor,
palabras de amor no halla.
Él con ansia la contempla
al abrigo del embozo,
pero el ímpetu de mozo
ante su virtud se templa,
que es tan dulce su mirar,
que su luz por no perder,
cuando se quiso atrever
sólo se atrevió a callar.
Y es tan flexible su acento,
que para no interrumpirle,
tener es fuerza al oírle
con los labios el aliento.
Medina, que fue soldado
sobre Flandes por Castilla,
y a los usos de la villa
de más tiempo acostumbrado,
suplicóla tan rendido,
tan cortés la enamoró,
que ella amor le prometió
como él fuera su marido.
«¡Eso sí!, ¡por San Millán!»,
dijo Pedro con denuedo;
y la calle de Toledo
tomó en resuelto ademán. |