William Shakespeare

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Sueño de una noche de verano

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La flor mágica

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Música: Chopin - Nocturne in C minor

La flor mágica
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El bosque en donde Hermia y Lisandro se habían dado cita y en el que Bottom y su comparsa pensaban ensayar su drama, era el retiro favorito de los silfos y las hadas. Allí debía celebrar sus fiestas aquella misma noche su rey Oberón; pero desgraciadamente habíase encendido la tea de la discordia entre éste y la reina Titania, y sus diferencias sembraban desde hacia algún tiempo, la confusión en toda aquella tierra. La causa del disgusto entre los consortes era un lindo paje que tenía Titania, venido de la India, un hermoso y encantador mancebo, a quien el celoso Oberón hubiera querido tomar a su servicio, pero que Titania se negaba a ceder: era hijo de una de sus buenas amigas muerta hacia poco, y en reconocimiento y memoria de tan buena amistad lo había educado, y no quería apartarlo de su compañía.

Siempre que se encontraban Oberón y Titania, ya fuese vagando por el verde césped, ya en la espesura del bosque, ya al pie de la murmuradora fuente o del juguetón arroyuelo, trabábanse de palabras y tenían altercados tan violentos, que los silfos, sobrecogidos de terror, corrían a esconderse en los dedales de las bellotas, por lo cual el rey y la reina procuraban evitar todo encuentro; pero aquella noche quiso la casualidad que Oberón, paseando por un lado del bosque, acompañado del duende Puck y todo su séquito, se encontrara de manos a boca con Titania y sus hadas que venían en dirección opuesta. Titania, al ver al rey, púsose, como de costumbre a echarle en cara todos los males a que daba lugar su discordia, a lo que replicó Oberón que ella sola era la que podía remediarlo todo.

— ¿Por qué ha de contrariar Titania a Oberón? — dijo éste, — Al fin y al cabo no pido sino que me ceda el paje.

— Desengañaos, pues, y tened entendido que ni por todo el país de las hadas cedería yo este niño— dijo Titania.

— ¿Pensáis estar mucho tiempo en este bosque?— pregunto Oberón.

— Probablemente— respondió Titania— hasta el día después de la boda de Teseo. Ahora bien, si queréis tomar tranquilamente parte en nuestros bailes y asistir a los regocijos que celebraremos a la luz de la pálida luna, veníos con nosotros; de lo contrario quitaos de aquí, que yo haré otro tanto procurando no encontrarme con vos.

— Cededme el niño, y os seguiré— respondió Oberón.

— Eso, de ninguna manera -replicó resueltamente Titania;— ni aunque me dierais todo vuestro encantado reino. ¡Ea, hadas mías, partamos de aquí, pues estoy viendo que un instante mas podría dar lugar a un nuevo disgusto y contienda.

Oberón por su parte, previendo la inutilidad de sus ruegos, decidió poner en juego otro recurso para el logro de sus deseos. Llamó a Puck, su duende favorito, y encargóle que fuese a coger aquella flor mágica, a la que los jóvenes dan el nombre de «pensamiento de amor:» sabía el que el jugo de esta planta tenía una virtud maravillosa: el infeliz, a quien estando dormido, se le echaban unas gotas en los párpados, se enamoraba locamente del primer ser viviente que veía, al despertar de su sueño. Oberón, pues, quiso usar de este artificio y atisbando la hora del sueño de Titania, humedecería sus ojos con aquel jugo mágico para que, al despertar, se enamorase del primer ser que su vista distinguiese, ya fuese león, ya oso, toro, mona quisquillosa o mono juguetón. Estaba decidido a no romper el hechizo (como lo hubiera podido hacer con la flor contraria), hasta conseguir que Titania le cediera el lindo paje.

— Ea, Puck;— ve a buscar esta planta y vuelve en seguida; no emplees en tu viaje más tiempo del que necesita Leviatán para hacer una legua a nado.

— Al mundo entero daría yo la vuelta en cuarenta minutos — dijo el diminuto mensajero, loco de alegría, y partió velozmente.

Mientras estaba el rey Oberón aguardando, en el bosque, el regreso de Puck, vio venir hacia él a la desgraciada Elena, acompañada de su infiel amigo Demetrio. Oberón habíase hecho invisible, por lo cual pudo muy bien oír lo que decían, sin ser visto de ellos. Demetrio, sabedor por medio de Elena, del proyecto de fuga de Hermia y Lisandro, recorría el bosque en busca de la enamorada pareja. Oberón oyó cómo Elena confesaba la gran simpatía que sentía hacia Demetrio y como este la rechazaba con desdén, declarándole sin rodeos que no tenía otro amor que Hermia.

Movido entonces a compasión hacia Elena, resolvió Oberón castigar a Demetrio, ungiéndole los ojos con el jugo de la flor mágica, para que viendo al despertar a Elena, renaciese en su corazón la pasión que por ella sintiera en otro tiempo: entonces Elena sería quien rechazaría a Demetrio y se negaría a escucharle.

Aun no habían llegado Demetrio y Elena al final de su camino, que ya estaba Puck de vuelta.

— ¡Bien venido seas, viajero!— exclamó Oberón al verle; ¿me traes la flor?

— Sí, señor mío; hela aquí.

— Dámela— dijo Oberón; — y tomándola en las manos entono este cantar:

Una enramada sé donde oloroso
El tomillo y la prímula florecen,
Y so el dosel hermoso
De los rosales que allí ufanos crecen,
La violeta azul la frente inclina,
En coloquio amistoso
Con gentil madreselva y englantina.
Allí duerme Titania en blando lecho
De flores, mientras danza
El tropel de las ninfas:
A sus pies en acecho,
La sierpe deja allí su piel de plata.
De milagrosa flor que, aunque no mata,
Fascina, el néctar en sus bellos ojos
Destilaré, y cual tras vacante orgía
Delirará con torpe fantasía.

Efectivamente Oberón halló a Titania sumida en profundo sueño, acercóse a ella sigilosamente y echó sobre sus párpados algunas gotas del jugo maravilloso al mismo tiempo que pronunciaba este conjuro:

AI despertar de tu profundo sueño
Lo primero que hiera tus pupilas,
De tu alma quedará amoroso dueño.
Oso, gato, cruel pantera
o cerdoso jabalí,
cual si amante tuyo fuera,
seguirás al verlo aquí.

Terminada su tarea alejóse, riéndose interiormente, al pensar en la extraña aventura de que había de ser indudablemente objeto Titania.

Los primeros en atravesar aquella parte del bosque fueron Hermia y Lisandro. En su fuga y rendidos por la fatiga, echáronse sobre el mullido césped para descansar un momento, y no tardaron en dormirse.

Vagando andaba entonces Puck por el bosque, con órdenes de Oberón, de buscar y hallar «una dama ateniense, enamorada de un joven que le correspondía con desdén.» Tenía además el encargo de untar con el jugo mágico los ojos del joven, pero cuidando que la primera persona con quien topase al despertar, fuese la apasionada amante. «Por su traje y modo de vestir conocerás que es ateniense», habítale dicho Oberón, queriendo él naturalmente que el hechizo recayese en Demetrio. Pero no sucedió así, sino que los primeros a quienes halló Puck en el camino fueron Lisandro y Hermia, y creyendo que eran ellos la pareja de quien le había hablado el Rey de las hadas, ungió con el jugo mágico los ojos de Lisandro. Este error de Puck iba a ser por lo tanto la causa de gran número de nuevos apuros y contratiempos.

Pronto apareció Demetrio acompañado de Elena: iba en busca de Hermia y Lisandro, pero no logró verlos por la obscuridad que reinaba en el bosque. Furioso al ver que Elena se obstinaba en seguirle, intimóle que se quedase en aquel sitio, y él se alejó rápidamente. Por lo demás, Elena estaba ya muy cansada, y no podía seguir andando. Mientras se lamentaba de los malos tratos que le daba Demetrio, sobresaltóse al ver cerca de sí a Lisandro tendido en el suelo ¿Estaría muerto o dormido?... Para salir de este terrible estado de duda, acercóse a Lisandro, quien, aunque se había dormido con el corazón lleno de pasión por Hermia, estaba bajo la influencia del hechizo cuyos efectos no tardaron en darse a conocer: al abrir los ojos, el primer ser a quien vio fue Elena, y prendóse naturalmente de ella en el mismo instante. Dirigióle, pues, la palabra y le declaró que ya no amaba a Hermia.

Elena, ignorando todo aquel enredo, figuróse que Lisandro se burlaba de ella y quiso abandonarle indignada; pero Lisandro fue tras ella, decidido a seguirla a dondequiera que fuese. 

Entretanto la pobre Hermia despertó sobresaltada, de un sueño horroroso: temblaba como una azogada. Había soñado que pasaba arrastrando por encima de su cuerpo una serpiente y que le devoraba el corazón, mientras Lisandro contemplaba la escena impávido y más bien tranquilo y sonriente. Al despertar, pues, llamó a grandes voces a Lisandro, pero Lisandro no comparecía: «¡Lisandro, dueño mío, Lisandro!... » exclamaba: «pero ¿dónde estará Lisandro, que no responde a mi voz? ¿Dónde estás, Lisandro? respóndeme, si es que me oyes; dime una palabra, que me muero de espanto.»

Sus gritos no hallaron, empero, eco alguno, y comprendió entonces que Lisandro se había retirado de aquel lugar, y sin pérdida de tiempo partió en su busca.

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