William Shakespeare

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Gentileshombres de Verona

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Traidor para con su amigo

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Música: Chopin - Nocturne in C minor

Traidor para con su amigo
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Apenas el duque de Milán hubo dejado a Valentín y hallándose aún éste bajo el abatimiento en que tal desgracia le sumiera, vino Proteo al duque a garantizarle que la sentencia de destierro había ya sido publicada.

Silvia, a pesar de todo, permanecía fiel y adicta a Valentín, y con gemidos y lágrimas imploraba su perdón postrada a los pies de su padre, pero éste se mostraba implacable, repitiendo que pagaría Valentín con la vida us audacia, si llegaba a poner de nuevo los pies en sus dominios. Es más, encolerizóse contra su hija al ver que abogaba por su prometido, de tal manera que la mandó encerrar en una cárcel.

El taimado Proteo aconsejaba a Valentín que partiera sin tardanza de Milán, exhortándole a que no perdiera la confianza prometiéndole que protegería sus asuntos amorosos y aun ofreciéndose a servirle de intermediario para hacer llegar sus cartas a manos de Silvia. Habiendo conseguido precipitar la salida de Valentín volvió Proteo a entrevistarse con el duque de Milán para notificarle que se habían ya cumplido sus órdenes.

—Mi hija está afligidísima por la partida de Valentin— díjole el Duque.

—No importa, señor— replicó Proteo;—el tiempo borrará esta aflicción.

— Así lo creo yo —repuso el Duque; por más que el señor Thurio no pina lo mismo. — Y en seguida empezó a sondear a Proteo para que le indicase cuál era el mejor medio para distraer a Silvia del amor que sentía por Valentín y para encauzar este mismo afecto hacia el señor Thurio.

Convinieron ambos en que lo mejor fuera que Proteo no perdiese ocasión de hablar mal de Valentín y a su vez deshacierse en alabanzas del señor Thurio. De esta manera tendría Proteo fácil acceso y la puerta abierta para conversar a sus anchas con Silvia, la cual se alegraría de verle por causa de su amigo.

Parecióle muy bien a Proteo el recurso, pero añadió que no era ello suficiente, sino que Thurio de su parte tenía también que hacer algo para ganar la voluntad de Silvia. Indicó que el mejor medio sería que procurase recrearla con la música y poesía y que para ello, él se encargaba de traer una compañía de músicos que tocasen debajo de la ventana de su habitación. Thurio respondió que pondría en práctica aquel plan aquella misma noche, pues conocía a varios jóvenes diestros en el arte musical y él tenía escrito un canto que sería muy a propósito para el caso. En cuanto al Duque, le pareció muy bien la idea, y les suplicó que llevasen adelante dicho proyecto hasta realizarlo.

Entretanto Julia estaba en Verona, muy triste y desconsolada por la ausencia de Proteo, y sus ansias crecieron de tal manera, que determinó partir para Milán con objeto de tener cerca de sí al objeto de sus amores. Su muchacha de servicio, Luceta, que era mujer dotada de gran sentido común, procuró disuadirla de su intento, pero todo fue inútil, pues Julia no escuchó razón ninguna.

—El ansia me devora —decía Julia, y mucho me temo que la tristeza no acabe conmigo, si he de estar mucho tiempo lejos de Proteo... Si supieses por experiencia lo que es amar con pasión, comprenderías cuán inútil es emplear semejantes razones.

Considerando que en su calidad de joven y bien parecida, había de llamar grandemente la atención el verla viajar sola por el mundo, determinó Julia disfrazarse de paje, y a este efecto encargó a Luceta que le facilitase cuanto juzgase necesario para representar este papel con toda propiedad y sin que nadie notara la menor cosa. En vano quiso persuadirla Luceta de que, haciendo esto, podría ser que desmereciese del afecto de Proteo. — Además los hombres son variables—decíale—y a menudo fingen un afecto y pasión que no sienten en su interior.

A lo cual Julia respondió indignada que aunque los hombres fueran tales, Proteo no era ciertamente así y que estaba segurísima de que no había de ser burlada su fidelidad.

—Su palabra—decía,—es una escritura y sus juramentos inquebrantables, su amor es sincero, sus pensamientos inmaculados; sus lágrimas puros mensajeros venidos del cielo, su corazón está tan lejos del engaño y la falsedad, como el cielo de la tierra

—¡Quiera Dios que podáis probar ser tal, cuando lleguéis allá!...—dijo la prudente muchacha.

Así, pues, la amante y fiel Julia púsose en camino para Milán, ¡lnfeliz y cuitada niña, cuán poco sospechaba el triste recibimiento y acogida que le aguardaba!

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