¿Quién es Silvia? |
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Música: Chopin - Nocturne in C minor |
¿Quién es Silvia? |
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Muchas y muy sabias máximas había proferido Valentín al hablar con Proteo, sobre la locura de los que se entregan en brazos del amor, y no podía él pensar que al poco tiempo de su llegada a Milán había de caer en los lazos de Cupido y hallarse en aquella triste situación en que se lamentaba de ver a su amigo. Tenía el duque de Milán una hermosa hija llamada Silvia, de quien se enamoró perdidamente Valentín correspondiéndole la joven de tal manera que privadamente y en secreto se prometieron mutua fidelidad, procurando empero no dar publicidad a sus relaciones para no incurrir en la desaprobación del padre de la joven, el cual favorecía a otro pretendiente llamado Thurio, mancebo rico y de noble alcurnia, aunque libertino y en extremo presuntuoso. El duque de Milán, conforme al criterio de la época teníase por señor absoluto de su hija y en consecuencia, con perfecto derecho para imponerle su voluntad en materia de matrimonio como bien le pareciese, sin tener para nada en cuenta las inclinaciones de la joven. No dejaba él de sospechar que se amaban Silvia y Valentín, pues había echado de ver ciertas cosas que la gentil pareja no se recataba de hacer contando con la ignorancia del padre. Varias veces había estado éste a punto de apartar a Valentín de su corte y por ende de la compañía de su hija, pero temiendo que un celo indiscreto le indujese a error y perjudicase a Valentín sin merecerlo, resolvió no obrar de ligero, sino más bien emplear hábiles recursos para descubrir lo que hubiese de verdad en su sospecha. Por de pronto ejerció gran vigilancia sobre Silvia y temiendo alguna tentativa de evasión por parte de los enamorados, dispuso que se trasladase la habitación de Silvia a una torre sita en lo más alto del palacio y que se le entregara a él la llave de la misma todas las noches. Así estaban las cosas cuando, con gran regocijo de Valentín, llegó Proteo a la corte de Milán. Llevado de su afecto de sincera amistad, ensalzó Valentín hasta las nubes las prendas y buenas cualidades de su amigo al duque de Milán y a Silvia, y por el amor que Silvia profesaba a Valentín, ésta dispensó a Prroteo una acogida muy cariñosa. iAh y cuan mal pago dió Proteo a Valentín por sus pruebas de amistad! A pesar del amor que jurara a Julia, a pesar de su antigua amistad con Valentín; apenas vió Proteo a Silvia, dejóse llevar del ímpetu del amor hacia ella. Ni el sentimiento de fidelidad al amigo, ni los juramentos de amor hechos en Verona a Julia fueron parte para que refrenase aquél su temperamento enfermizo y débil hasta la exageración; al contrario, afiojó las riendas y no miró sino la manera de satistacer sus ansias amorosas prefiriendo el amor de Silvia al de Julia, aun a costa de la traición y la deshonra. Su tarea no le debió parecer imposible, sino muy fácil, ya que Valentín, incapaz de sospechar nada malo, había de abandonarse completamente en manos del que consideraba fiel amigo, facilitando más bien inconscientemente los medios de que el perverso amigo consumara su traición. Con toda la inocencia de que es capaz la buena fe, reveló Valentín a Proteo que, sin saberlo el duque, él y Silvia se habían jurado fidelidad y, más aun, que estaban ya convenidos sobre la hora de su boda y la manera cómo habían de llevar a cabo la fuga del hogar paterno. Como quiera que Silvia dormía de noche en la torre, Valentín subiría allá con una escalera de cuerda y bajarían ambos por la misma: aquella misma noche habían de llevarse a cabo estos planes, y Valentín iba ya a procurarse las cuerdas para hacer la escalera y practicar el asalto. Escuchó Proteo la relación de los proyectos de su amigo, y el hombre vil y apocado determinó hacer saber al padre de Silvia las maquinaciones de Valentín, pensando, en su vileza, que serían otras tantas facilidades para conseguir el fin que pretendía, pues ya preveía él que Valentín sería desterrado de la corte y con esto se le allanaría el camino para conquistar a Silvia. Bien sabia él que el padre de Silvia favorecía las aspiraciones del pretendiente Thurio, pero poco le daba qué temer aquel insulso hidalgo, pues muy a poca costa había de oponerse a sus intentos armándole alguna zancadilla. No perdió un momento Proteo en poner en práctica sus traidores planes y, en efecto, el resultado fue tan rápido como eficaz. Con fingida repugnacia y aparentando hipócritamente que iba a cumplir con un deber sagrado, manifestó al duque cuanto le había revelado Valentín: hizo dar palabra al duque de que no descubriría su traición y le sugirió además el medio de enredar a Valentín de manera que pareciese que él por sí mismo había descubierto el complot. Efectivamente, siguiendo el duque la indicación de Proteo, llamó aparte a Valentín y le pidió que le indicara el medio más a propósito para raptar a una mujer, recluida y bajo llave para que nadie pudiese penetrar en su habitación, que estaba en lo más alto de un castillo. —La cosa más fácil del mundo—contestó Valentín. Y no pensando, en su inocencia, que hubiese de por medio zancadilla ninguna, le sugirió el medio de que el pensaba servirse aquella misma noche. Continuó pues: —Una escalera de cuerda, con unos garfios en el extremo para colgarla, y escalar la habitación en donde se halla la mujer. —Pero ¿cómo puedo yo llevar la escalera sin ser notado? —Muy fácil, señor; llevadla debajo de la capa —respondió Valentín. —¿Habrá de ser una capa larga como la tuya? —No, señor duque; cualquier capa sirve para esto. —Pero ¿cómo habré de llevar la capa? insistió el duque. Ea, traeme acá tu capa y enséñame prácticamente la manera de ponérmela. No pudo negarse Valentín a lo que le pedía el duque. Tomó éste de sus manos la capa y halló en ella no sólo la carta en que Valentín decía a silvia que aquella noche iba a ser la última de su cautiverio, sino también la escalera de cuerda de que iba a hacer uso para su intento. Desahogó entonces el duque su ira contra el aturdido mancebo, diciéndole: —¡Anda de acá, vil usurpador, esclavo presuntuoso y atrevido!...—y con una arenga de duras y denigrantes palabras ordenó a Valentín que saliera inmediatamente de la corte y de sus dominios y que no volviera a poner los pies en ellos, si no quería pagar con la vida su temeraria osadía. |
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