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José Zorrilla

"La leyenda de Don Juan Tenorio"

XIV

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Música: Mendelssohn - Lied ohne Worte Op.62 No.1 (Andante espressivo)
 
La leyenda de Don Juan Tenorio
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   Pasó otro mes: don César mejoraba
y, a pesar de su insomnio y aprensiones,
ya con franqueza y claridad hablaba
y aspiraba el aliento y le exhalaba
casi ya sin dolor de los pulmones.
   Débil empero y flaco todavía,
aunque del lecho a alzarse comenzaba,
aún de su aposento no salía
y con ajeno apoyo caminaba:
y si vivía, en fin, se lo debía
a su gran robustez y a su alma brava,
que hombre era de tan recia contextura
como de alma tenaz y vida dura.
   Ya fuera que Beatriz, falta de sueño
por falta de ejercicio, se acostara
muy tarde y desvelada trasnochara;
ya fuera que don César en su empeño
celoso o pertinaz lo imaginara;
fuera, en fin, que en verdad lo percibiera,
ello es que en altas horas insistía
en que a veces sentía
son de pasos de alguno que, de fuera
viniendo, en el palacio penetrara
y cerca de su cámara pasara.
Sobretodo hacia el quince de septiembre
y en una noche de creciente luna
y lluviosa a turbión, dijo que el ruido
más perceptible oyó que en noche alguna,
y fuera por el sitio que su lecho
ocupara, a algún eco sometido
de la bóveda cóncava elevada
en el solo lugar que ocupa oído,
o por otra razón, ello era un hecho
que excepto él los demás no oían nada.
Don Luis y don Guillén nada sintiendo,
de don César lo creen monomanía;
siguen de su aprensión caso no haciendo,
que se le pase, imaginando, el día
en que repuesta su salud del todo
su turbada razón no le extravíe
y esperando que juzgue de otro modo
las cosas cuando ya no desvaríe.
Porque para ellos es casi evidente
que la coincidencia
de percibir más ruido en el creciente,
prueba que son delirios de maniaco
que ya sufren influjos de demente;
debilidad muy natural en hombre
de larga enfermedad convaleciente,
y en cuya situación nada hay que asombre
a sus hermanos, conociendo el flaco
de don César, que sueña y ve visiones
o en la debilidad de su cerebro
o al influjo febril de sus pasiones.
   Don Luis y don Guillén, atentos sólo
a acechar la ocasión de su venganza,
si claro ven de Beatriz el dolo,
con espíritu activo,
práctico y positivo,
en el tiempo poniendo su esperanza,
en su astucia sagaz e indagaciones
secretas confiando y no en visiones,
averiguan y husmean
de los Ulloas todas las acciones;
pero por más que espían y rastrean
de quien sospechan con razón la pista,
por más que por Sevilla callejean
y que por sus contornos veredean,
más de tres meses ha que echar la vista
nadie logró de los que en ello emplean
sobre un Ulloa: y ven con maravilla
que no queda un Ulloa por Sevilla.

   Pasó otro mes: se concluía octubre:
don Luis y don Guillén, sin más indicio
que la conducta excéntrica y extraña
de Beatriz que nada acaso encubre
más que un vano y fantástico artificio
para evitar con maña
el trato familiar con sus cuñados
por ella detestados,
comienzan a formar distinto juicio
y a creer que es don César quien se engaña.
   Éste, a su vez, ya de ellos recatándose
con Per Antúnez solamente aliándose,
su sociedad y vigilancia evita,
sólo con Per Antúnez encerrándose
día y noche en las cámaras que habita.
Y en Per Antúnez nada más fiándose
y en su manía sin cejar, medita,
forja, acepta y desecha muchos planes
en el febril anhelo que le agita
para ver si una prueba precipita
que cumpla o que disipe sus afanes.

   Y un día creyó al fin dar
con el medio de romper
de aquella falaz mujer
el encierro singular.
   Como por sucesos tales
y yacer él en su lecho
a don Gil no se habían hecho
ni entierro ni funerales,
   dijo: «El día de difuntos
dignas exequias le haremos
a las cuales ir debemos
todos sus parientes juntos.
    »Yo estoy ya capaz de andar;
y de mi casa al salir
por primera vez, debo ir
por Gil a la iglesia a orar.»
   Nadie pudo a ello objeción
poner: y en aquel convento
contiguo su enterramiento
teniendo y su panteón,
a los frailes avisaron,
quienes de paños mortuorios
por cuenta de los Tenorios
a hacer acopio empezaron
   la iglesia para enlutar:
con lo que empezó a correr
por Sevilla que iba a ser
función soberbia y sin par.
   Don César, con el anhelo
del que ve al cabo logrado
su deseo más ansiado,
hizo citar para el duelo
   a Beatriz de manera
tan firme e imperativa
que no tuviera evasiva
ni excusa que la valiera.
   Mas grande su asombro fue
al recibir por respuesta:
«Señalad hora y dispuesta
para partir estaré.»
   Don Luis y don Guillén vieron
en asentimiento tal
la cosa más natural,
y de don César rieron
   cuando, contra todos solo,
caviloso aún sostenía
que en tal sumisión tenía
que haber oculto algún dolo.
   Llegó, al fin, el día dos
de noviembre, y el momento
de ponerse en movimiento
toda la familia en pos
   de los frailes franciscanos
que a casa a buscarla van
precedidos del guardián
y con cirios en las manos.
   Apenas entrar sintió
a la pareja primera
de frailes, de la escalera
en lo alto se presentó
   doña Beatriz, envuelta
en un velo transparente
que dejaba libremente
contemplar su forma esbelta;
   su bien quebrada cintura
bajo los pliegues cimbraba
del velo, y transparentaba
los rasgos de su hermosura.
   Alzó su presentación
después de tan larga ausencia
en toda la concurrencia
murmullo de admiración:
   y en ella anhelando huellas
hallar, ocasión de enojos,
don César sintió en los ojos
de sus ojos las centellas;
   y de su velo a través
sintió que absorto, anhelante,
con su mirada triunfante
le postraba ella a sus pies.
   Pero esto pasó no más
y en un punto entre los dos,
apercibido quizás
tan solamente por Dios,
por ellos y Satanás.
    Ella empezó la escalera
solemnemente a bajar
y de ella al pie aproximar
mandó don Luis su litera.
   Cerráronla en ella: a lomo
los esclavos la tomaron
y sus puertas ocuparon
su dueña y su mayordomo.
   Hacia San Francisco echó
la fúnebre comitiva;
y a una mirada furtiva
de don César, respondió
   Per Antúnez con un gesto
del cual el significado
era el de «idos sin cuidado,
que yo sé cual es mi puesto.»

   Y fue en aquella ocasión
cosa fácil de advertir
que de la casa al partir
la fúnebre procesión,
   cual si temiera enemigos
durante los responsorios,
cerró la de los Tenorios
rejas, puertas y postigos:
   lo que dio claros indicios
de ser cuestión de impedir
a alguno entrar o salir
durante aquellos oficios.
   Hubo aún otra observación
que hizo el vulgo sevillano,
que era como buen cristiano
dado a la murmuración,
   y fue que juzgados fríos
en religiosas materias
por clero y personas serias,
vistos casi como impíos
   los Tenorios, raza hostil
a los monjes franciscanos,
pusieron hoy en sus manos
el funeral de don Gil.
   Pero olvidaban sin duda
los que tenían afán
de murmurar, que el guardián
era tío de la viuda,
   y que sus antecesores
en el panteón del convento
tienen, por ser bienhechores
de él y de él cofundadores,
lugar para enterramiento.

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