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Miguel de Unamuno

"Nada menos que todo un hombre"

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Biografía de Miguel de Unamuno en Wikipedia

 
 
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Música: Schumann Album für die Jugend op.68, no. 1 "Melodie"
 
Nada menos que todo un hombre
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A los dos días de esta escena, y después de haberla tenido encerrada a su mujer durante ellos, Alejandro la llamó a su despacho. La pobre Julia iba aterrada. En el despacho la esperaban, con su marido, el conde de Bordaviella y otros dos señores.

— Mira, Julia — le dijo con terrible calma su marido — . Estos dos señores son dos médicos alienistas, que vienen, a petición mía, a informar sobre tu estado para que podamos ponerte en cura. Tú no estás bien de la cabeza, y en tus ratos lúcidos debes comprenderlo así.

— ¿Y qué haces tú aquí, Juan? — preguntó Julia al conde, sin hacer caso a su marido.

— ¿Lo ven ustedes? — dijo éste dirigiéndose a los médicos — Persiste en su alucinación; se empeña en que este señor es...

— ¡Sí, es mi amante! — le interrumpió ella — . Y si no, que lo diga él.

El conde miraba al suelo.

— Ya ve usted, señor conde — dijo Alejandro al de Bordaviella — , cómo persiste en su locura. Porque usted no ha tenido, no ha podido tener, ningún género de esas relaciones con mi mujer...

— ¡Claro que no! — exclamó el conde.

— ¿Lo ven ustedes? — añadió Alejandro volviéndose a los médicos.

— Pero cómo — gritó Julia — , ¿te atreves tú, tú, Juan, tú, mi michino, a negar que he sido tuya?

El conde temblaba bajo la mirada fría de Alejandro, y dijo:

— Repórtese, señora, y vuelva en sí. Usted sabe que nada de eso es verdad. Usted sabe que si yo frecuentaba esta casa, era como amigo de ella, tanto de su marido como de usted misma, señora, y que yo, un conde de Bordaviella, jamás afrentaría así a un amigo como...

— Como yo — le interrumpió Alejandro — . ¿A mí? ¿A mí? ¿A Alejandro Gómez? Ningún conde puede afrentarme, ni puede mi mujer faltarme. Ya ven ustedes, señores, que la pobre está loca...

— ¿Pero también tú, Juan? ¿También tú, michino? — gritó ella — . ¡Cobarde! [Cobarde! ¡Cobarde! ¡Mi marido te ha amenazado, y por miedo, por miedo, cobarde, cobarde, cobarde, no te atreves a decir la verdad y te prestas a esta farsa infame para declararme loca! ¡Cobarde, cobarde, villano! Y tú también, como mi marido...

— ¿Lo ven ustedes, señores? — dijo Alejandro a los médicos.

La pobre Julia sufrió un ataque, y quedó como deshecha.

— Bueno; ahora, señor mío — dijo Alejandro dirigiéndose al conde — , nosotros nos vamos, y dejemos que estos dos señores facultativos, a solas con mi pobre mujer, completen su reconocimiento.

El conde le siguió. Y ya fuera de la estancia, le dijo Alejandro:

— Conque ya lo sabe usted, señor conde: o mi mujer resulta loca, o les levanto a usted y a ella las tapas de los sesos. Usted escogerá.

— Lo que tengo que hacer es pagarle lo que le debo, para no tener más cuentas con usted.

— No; lo que debe hacer es guardar la lengua. Conque quedamos en que mi mujer está loca de remate y usted es un tonto de capirote. ¡Y ojo con ésta! — y le enseñó una pistola.

Cuando, algo después, salían los médicos del despacho de Alejandro, decíanse:

— Esta es una tremenda tragedia. ¿Y qué hacemos?

— ¿Qué vamos a hacer sino declararla loca? Porque, de otro modo, ese hombre la mata a ella y le mata a ese desdichado conde.

— Pero ¿y la conciencia profesional?

— La conciencia consiste aquí en evitar un crimen mayor.

— ¿No sería mejor declararle loco a él, a don Alejandro?

— No, él no es loco: es otra cosa.

— Nada menos que todo un hombre, como dice éi.

— ¡Pobre muje! ¡Daba pena oírlel Lo que yo me temo es que acabe por volverse de veras loca.

— Pues con declararla tal, acaso la salvemos. Por lo menos se la apartaría de esta casa.

Y, en efecto, la declararon loca. Y con esa declaración fue encerrada por su marido en un manicomio.

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