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San Agustín

"Confesiones"

Libro 10

Capítulo 21

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Confesiones

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CAPÍTULO 21

Del modo en que la bienaventuranza está en nuestra memoria

 

30. ¿Por ventura está en nuestra memoria la bienaventuranza así como lo está la ciudad de Cartago en la del que alguna vez la ha visto? No por cierto, porque la vida bienaventurada no se ve con los ojos, pues no es cuerpo. ¿Acaso la tenemos en nuestra memoria como tenemos los números? Tampoco es de este modo, porque el que tiene conocimiento de los números no desea ya ni solicita alcanzarlos.

¿Acaso nos acordamos de la bienaventuranza como nos sucede con la elocuencia? Tampoco, pues aunque al oír ese nombre, es cierto que se acuerdan de la elocuencia aun aquellos que no son elocuentes, y muchos que desean serlo (de donde se infiere claramente que tenían noticia y conocimiento de lo que es elocuencia), pero les ha venido esa noticia por los sentidos corporales, viendo u oyendo a otros que eran elocuentes, de lo que provino el aficionarse a la elocuencia y darse a conseguirla (aunque es verdad que, si no tuvieran interiormente noticia, no tendrían ese gusto y afición, y faltándoles la afición y el gusto a la elocuencia, tampoco tendrían deseo de alcanzarla); pero la vida bienaventurada no la hemos experimentado en hombre alguno por informe de los sentidos.

¿Será por ventura del modo con que nos acordamos de la alegría? Puede que sea así, porque así como estando triste puedo acordarme y me acuerdo de mi alegría pasada, así aunque esté en la mayor infelicidad y miseria puedo acordarme de la vida feliz y bienaventurada. Además de esto se parecen también en que tampoco ninguno de mis sentidos corporales percibe jamás mi gozo o alegría, pues ni la vi, ni la oí, ni la olí, ni la gusté, ni la palpé; solamente la sentí o experimenté en mi alma cuando tuve aquella alegría: su especie y noticia quedó impresa en mi memoria, para poder acordarme de dicha alegría, unas veces para aborrecerla y otras para desearla, según la diversidad de objetos de que recuerde haberme alegrado. Si ahora me acuerdo de alguna alegría que tuve causada de objetos torpes, la detesto y abomino; y si, por el contrario, me acuerdo de la que tuve nacida de cosas buenas y honestas, deseo volver a tenerla o continuarla, no obstante que acaso ya no existan ni estén presentes aquellas cosas u acciones, y por eso no me acompaña la tristeza cuando hago memoria de esta alegría pasada.

31. Pues ¿dónde y cuándo experimento yo mismo mi vida bienaventurada, para que me acuerde de ella, y la ame y la desee? Ni en esto soy yo solo, o tengo pocos que me acompañen, sino que todos deseamos ser bienaventurados, lo cual no apeteceríamos con una voluntad tan firme y determinada si no la conociéramos con certeza y no tuviéramos de ella cierta y segura noticia.

Pero ¿en qué consiste, que si a dos hombres se les preguntase si querían seguir la carrera de la milicia, es muy posible que el uno respondiera que sí y el otro que no, y que si a entrambos se les preguntase si querían ser bienaventurados, sea también muy posible que uno y otro respondiesen al punto y sin poner duda en ello que lo querían y estaban deseando, y que no por otro fin sino el de ser felices y bienaventurados tomaban dos partidos tan opuestos como querer el uno seguir la milicia y el otro no seguirla?

Tal vez porque unos hombres tienen su alegría y gozo en una cosa y otros la tienen en otra, por eso concuerdan todos en responder que quieren ser bienaventurados, como convendrían también si se les preguntase si querían vivir alegres y contentos, porque este mismo contento y alegría es lo que ellos llaman vida bienaventurada. Aunque esta alegría la consiguen unos por un camino y otros la alcanzan por otro, es uno mismo el fin a donde todos conspiran y desean llegar, que es a vivir alegres y contentos.

Ésta es una cosa tan común, que nadie puede decir con verdad que no la haya experimentado en sí mismo: por eso cuando se oye el nombre de la vida bienaventurada, se reconoce al instante por aquella especie de alegría que se halla en la memoria.

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