Capítulo 4
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Biografía de San Agustín en Wikipedia | |
Música: C. Wesley - Pastorale |
Confesiones |
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CAPÍTULO 4 |
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Del grande fruto que esperaba hacer en los fieles con los libros de sus Confesiones |
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5. Pero ¿qué fruto esperan sacar de mis Confesiones éstos que las desean?, ¿será acaso que quieren alegrarse conmigo y darme parabienes, cuando sepan lo que por vuestra gracia he adelantado para acercarme a Vos y orar por mí, cuando me oigan confesar cuanto me estorbe para eso mismo el peso de mi corrupción? A estos tales yo me descubriré desde luego, porque ya no es pequeño fruto, Dios y Señor mío, que muchos os den gracias por los beneficios que me habéis hecho, y sean muchos también los que os supliquen y hagan oración por mí. Bueno es que mis hermanos amen en mí lo que Vos enseñáis que debe ser amado; y bueno es que sientan ver en mí lo que Vos enseñáis que debe ser sentido. Haga esto el que me ame como verdadero hermano suyo, no aquél que por falta de caridad y de fe me sea extraño y permanezca en la clase de los que llama David hijos ajenos, cuya boca se emplea en doctrinas vanas, y cuya diestra lo es para la maldad. Haga esto, vuelvo a decir, el que me mire con fraternal afecto, porque éste, cuando me aprueba, se alegra de mi bien y, cuando me reprueba, se entristece de mi mal, porque ya apruebe o ya repruebe mi conducta, siempre me ama. Pues a éstos quiero darme a conocer, para que respiren con alegría cuando sepan lo que hay en mí de bueno y suspiren con tristeza por lo que hubiere de malo. Cuanto hay en mí de bueno, de Vos, Señor, dimanó, de Vos tuvo el principio, todo ello es don vuestro; pero cuanto hay de malo, o son mis propios delitos, o son penas que les corresponden por vuestros justos juicios. Pues respiren mis hermanos por aquellos bienes y suspiren llorosos por estos males; tanto sus alegres himnos como sus tristes llantos suban hasta el trono de Vuestra Majestad como oloroso incienso que exhalan los corazones de mis hermanos, como otros tantos racionales incensarios llenos del fuego de la caridad. Y Vos, Señor, aplacado con esa fragancia de vuestro santo templo, habed piedad de mí, según es propio de vuestra grande misericordia, por la gloria de vuestro santo nombre, y no cesando jamás de conservar lo bueno que en mí habéis comenzado, perfeccionad también lo que todavía hubiere de imperfecto. 6. Éste es, Señor, todo el fruto que pretendo sacar de estas mis Confesiones, no ya diciendo lo que he sido antes, sino lo que soy ahora. Lo confesaré no solamente en vuestra presencia con interior alegría mezclada de temor y con oculta tristeza acompañada de esperanza, sino también delante de todos los fieles hijos de los hombres, compañeros de mi gozo, participantes como yo de la humana y mortal naturaleza, conciudadanos míos de la celestial Jerusalén, a la cual se dirigen como peregrinos conmigo en la tierra, ya sean los que me preceden, ya los que me sigan, ya los que me acompañen durante el camino de mi vida. Éstos son vuestros siervos, y por eso mis hermanos: Vos, Señor, quisisteis que fuesen vuestros hijos y me habéis mandado que les sirva como a mis señores si quiero vivir con Vos de vuestra misma vida. Para que yo lo pudiese ejecutar no me bastaría que vuestra palabra sólo hablando me lo mandase, si además no me hubiera precedido ejecutando lo mismo que había mandado. Pues también yo hago esto que me mandáis con mis hechos y con mis dichos. Esto hago bajo la protección de vuestras alas, y es cierto que lo haría con grandísimo peligro, a no estar mi alma debajo de la protección de vuestras alas y a no seros notoria mi flaqueza. Es verdad que yo soy un parvulillo, pero mi Padre vive siempre y es eterno, y en él tengo el tutor que necesito. El mismo que me dio el ser es mi tutor; Vos, Señor, sois para mí todo esto y todos mis bienes juntos: Vos sois el Todopoderoso, que estáis siempre conmigo, aun antes que yo estuviese con Vos. A aquéllos, pues, a quienes me mandáis que sirva en esto, me descubriré y les manifestaré, no ya lo que he sido antes, sino lo que ya soy, y lo que todavía soy; sin embargo, no me juzgo a mí mismo con el juicio más exacto, cabal y perfecto, bajo cuyo concepto se ha de entender lo que les voy a decir. |
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