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San Agustín

"Confesiones"

Libro 9

Capítulo 12

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Confesiones

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CAPÍTULO 12

De cómo lloró la muerte de su madre

 

28. Al mismo tiempo que yo cerraba sus ojos al cadáver, se iba apoderando de mi corazón una tristeza grande, que iba a resolverse en lágrimas; pero mis ojos, obedeciendo al violento imperio del alma absorbían toda la corriente de su llanto, de modo que pareciesen enjutos; y en esta repugnancia que hacía el desahogo del llanto, tenía que vencer y que padecer mucho. El joven Adeodato, luego que mi madre dio el último aliento, comenzó a llorar a gritos, pero a persuasión de todos nosotros se sosegó y calló. A este modo también era lo que yo experimentaba, pues aquel primer movimiento, que con pueril flaqueza me quería hacer prorrumpir en llantos y gemidos, a la voz y precepto de mi alma, como de sujeto más prudente y juicioso, se reprimía y callaba. Porque no pensábamos por conveniente acompañar con lamentos, gemidos y sollozos la muerte de mi madre, por ser éstas unas demostraciones con que por lo común suele llorarse la infeliz y desgraciada suerte de los que han muerto, o con que al parecer se significa que se han consumido enteramente o aniquilado. Pero mi madre, ni había muerto, de modo que se le pudiese temer algún infeliz destino, ni había muerto de todo punto, lo cual teníamos por verdad muy cierta, ya atendiendo a la pureza de sus costumbres y método de vida, ya a su fe no fingida, sino muy verdadera, ya también por otras muchas razones que nos lo aseguraban.

29. Pues ¿qué era, Señor, aquello que tan gravemente sentía en lo interior de mi alma, sino la herida reciente que en ella había causado el haberse disuelto repentinamente aquella costumbre de vivir en su compañía, que me era tan sumamente amable y deliciosa? Es cierto que me complacía mucho lo que mi madre había testificado de mí, aun en esta su última enfermedad, en la cual como halagándome por los obsequios que yo le hacía y lo que la cuidaba, me llamaba hijo piadoso; traía también a la memoria con grande afecto y ternura que jamás había oído de mi boca palabra ni voz alguna que le fuese molesta ni injuriosa. Pero a la verdad, Dios mío y mi Creador, ¿qué importaba todo esto, ni cómo era comparable el reconocimiento y respeto que yo le tuve con los cuidados y servicios que le debía? Así, viendo yo que quedaba desamparado de tan grande consuelo como de ella recibía, mi alma estaba traspasada del dolor y pena, y parece que mi vida se despedazaba, pues la mía y la suya no hacían más que una sola.

30. Después que a nuestras persuasiones, como he dicho, reprimió las lágrimas y clamores Adeodato, cogió Evodio un salterio y comenzó a cantar aquel salmo: Vuestra misericordia, Señor, y vuestra justicia cantaré en vuestra presencia; y le respondíamos todos los que estábamos en la casa. Al ruido de nuestras voces acudió gran número de personas fieles y piadosas de uno y otro sexo; y mientras que los que tienen esto a su cargo, disponían todas las cosas que según costumbre se requerían para el entierro, yo, en un lugar retirado, donde podía estar sin menoscabo de mi decoro en compañía de algunos que no tuvieron por conveniente el dejarme solo, trataba y conversaba de aquellas materias que me parecían oportunas y propias de aquella ocasión. Esta disputa e indagación de la verdad servía como de lenitivo a mi dolor y tormento, que solamente a Vos era notorio, pues los demás que me acompañaban y oían atentamente nuestras conferencias, no solamente ignoraban mi pena y sentimiento, sino que juzgaban que estaba sin pesadumbre ni dolor alguno. Pero bien llegaban a vuestros oídos las interiores voces de mi alma, con que yo me reprendía a mí mismo la debilidad y poca fortaleza de mi afecto, aunque los circunstantes no pudiesen oírlas. También delante de Vos comprimía el ímpetu de mi tristeza, la que cesando por brevísimo tiempo, volvía a prevalecer y apoderarse de mi corazón, aunque no tanto que me hiciese prorrumpir en lágrimas ni se advirtiese alguna mutación en mi semblante; pero yo bien sabía cuán gravemente oprimido estaba mi corazón y acongojado. Y como por otra parte me desazonaba mucho el que hiciesen en mí tan fuerte y poderosa impresión estos sucesos humanos, que forzosa y necesariamente han de acaecer, ya por el orden que vuestra providencia tiene establecido, ya por ser propios de nuestra condición y naturaleza, con otro nuevo dolor sentía mi dolor primero y me afligía con duplicada tristeza.

31. Llegose el tiempo de llevar el cadáver y no lloré en todo el camino, ni a la ida ni a la vuelta, pues ni aun en aquellas preces y oraciones que os hicimos, mientras se os ofrecía por su alma el sacrificio de nuestra redención, estando ya puesto el cadáver junto a la sepultura antes que se enterrase, como allí se acostumbra hacer, ni en aquellas preces me enternecí ni lloré. Sin embargo, estuve todo el día poseído interiormente de una gran tristeza; y del modo que me permitía la turbación de mi alma, os suplicaba que sanaseis mi dolor; pero Vos no lo hacíais, y era, según creo, para que a lo menos por esta experiencia mía aprendiese y tuviese en la memoria la gran fuerza que tienen los lazos de toda costumbre contra todas las reflexiones que pueda hacer un alma que ya está desengañada y no se alimenta de la falsedad y mentira.

Entonces me pareció que también me convendría tomar baños, porque había oído decir que en latín se llamaban balnea, del nombre griego Balanion, para significar que expelen y echan fuera del alma toda aflicción y tristeza. Pero también debo confesar a vuestra infinita misericordia, con la que sois Padre mío y de todos los huérfanos, que después de haberme bañado, me hallé del mismo modo que antes, porque el calor del baño no pudo hacer que expeliera por el sudor la amargura y tristeza de mi alma.

Dormí después un rato y, cuando desperté, conocí que mi pena y sentimiento en parte se me habían mitigado. Entonces, estando solo en mi lecho, se me acordaron aquellos versos tan verdaderos de vuestro siervo Ambrosio, en que hablando con Vos, dice:

Divino Creador del universo,
que los cielos regís de polo a polo,
engalanando el día con el terso
y hermoso resplandor que el Sol da sólo;
y que la noche, para fin diverso,
vestís de luto con gustoso dolo
de los sentidos, que al trabajo adverso
habilita los miembros fatigados,
por medio del descanso y el reposo,
para que por el sueño confortados
vuelvan a su ejercicio laborioso:
asimismo las almas angustiadas
con cuidados, disgustos, sutilezas,
mediante el sueño, miran aliviadas
sus penas, aflicciones y tristezas, etc.

32. Pero desde estas consideraciones volvía a recaer poco a poco en los antecedentes y pasados sentimientos, acordándome de aquella vuestra sierva, de su vida y conducta fiel, tan piadosamente ordenada a Vos, como santamente halagüeña y suave para mí; y no pudiendo reprimir el sentimiento de verme privado de ella repentinamente, me dio gana de llorar delante de Vos por ella y por mí; tomando motivos para llorar de su proceder y el mío. Así solté el dique a mis lágrimas, que hasta entonces tenía represadas, dejándolas correr cuanto quisiesen, hasta que nadase y descansase mi corazón en ellas; como efectivamente descansó por ser Vos el único testigo que había de mi llanto, no habiendo allí persona humana que diese a mis lágrimas alguna interpretación vana y siniestra.

Ahora, Señor, también os lo confieso por escrito; léalo el que quisiese e interprételo como gustare. Si le pareciere que hice mal y pequé por haber llorado a mi madre por un corto espacio de tiempo, a una madre muerta allí a mis ojos y que por muchos años me había llorado a mí para que viviese a los vuestros, le pido que no se ría de mi llanto; antes bien, si tiene bastante caridad, llore él también por mis pecados delante de Vos, Dios mío, que sois el Padre de todos aquellos fieles que son hermanos de vuestro Hijo Jesucristo.

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