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San Agustín

"Confesiones"

Libro 9

Capítulo 13

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Confesiones

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CAPÍTULO 13

Ora Agustín a Dios por su difunta madre

 

33. Pero ahora que ya estoy sano de aquella herida que penetró en mi corazón y en que pudiera reprenderse por excesivo mi carnal afecto, os ofrezco, Dios mío, por aquella sierva vuestra otro muy diferente género de lágrimas, que dimanan del temor que padece mi espíritu, considerando los peligros de cualquier alma que contrae la culpa y muerte de Adán. Pues aunque mi madre fue vivificada en Cristo, y también mientras vivió en este mundo tuvo una conducta tan justificada, que su fe y sus costumbres dan motivo de que se alabe y bendiga vuestro santo nombre, con todo eso no me atreveré a asegurar que desde que le disteis la vida de la gracia en el Bautismo, no se le escapase de su boca siquiera una palabra que por vuestros mandamientos estuviese prohibida. Y sabemos que la Verdad por esencia, que es vuestro unigénito Hijo, dejó dicho en su Evangelio que si alguno injuriase a su hermano diciéndole que es un fatuo, se hacía digno del infierno. Así, ¡desventurado el hombre, por más laudable que haya sido su vida, si Vos le juzgarais sin misericordia!

Mas como no escudriñáis con todo ese rigor nuestros pecados, confiadamente esperamos hallará en vuestra piedad algún lugar el perdón. Y a la verdad, Señor, cualquiera que delante de Vos contara y alegara sus verdaderos méritos, ¿qué hacía sino contar lo que Vos le habíais dado, pues todos son dones vuestros? ¡Oh, si los hombres acertasen a conocer que son hombres!, ¡y el que se alaba y gloría, se alabase y gloriase en el Señor!

34. Yo, pues, ¡oh alabanza mía, vida mía, Dios de mi corazón!, dejando ahora aparte todas las buenas obras de mi madre, por las cuales os doy muchas gracias con gran gusto mío, os pido ahora el perdón de sus pecados. Concedédmelo, Señor, por los méritos de Jesucristo, que murió pendiente del árbol de la cruz, que fue el remedio universal de todas nuestras llagas, y ahora, sentado a vuestra diestra, no cesa de interceder por nosotros. Yo sé que ella ejercitó las obras de misericordia y que perdonó muy de corazón a todos los que la habían ofendido, pues Vos, Señor, perdonad también a ella sus deudas, si contrajo algunas en tantos años como vivió después que fue lavada en el agua saludable del Bautismo. Perdonadla, Señor, perdonadla, os ruego, y no entréis con ella a juicio. Sobresalga, Señor, vuestra misericordia sobre vuestra justicia, ya que no puede faltar la verdad de vuestras palabras, y Vos habéis prometido tener misericordia con los que han sido misericordiosos. Si ellos lo fueron, a vuestra misericordia deben el haberlo sido y, como dice vuestro apóstol Pablo: Tendréis misericordia de los mismos con quienes antes habéis sido misericordioso y daréis vuestra misericordia a aquéllos con quienes queráis usarla.

35. Yo bien creo que ya Vos habréis ejecutado lo mismo que os suplico; pero llevad a bien, Señor, que yo os explique estos deseos de mi voluntad, cuando os ruego por una madre tan cristiana, que estando ya próximo el día de su muerte, no pensó siquiera en que su cuerpo se enterrase con aparato suntuoso, ni en que fuese antes embalsamado, ni deseó que le colocasen en un sepulcro distinguido y separado, ni cuidó de que le llevasen al que en su patria tenía prevenido. Nada de esto nos mandó, sino únicamente que nos acordásemos de ella en el sacrificio del altar, al cual todos los días asistía y cooperaba indispensablemente. Sabía que en él se ofrecía y sacrificaba aquella Víctima santa, con cuya sangre se borró la cédula del decreto que había contra nosotros y quedó vencido nuestro mortal enemigo, que es el que se ocupa en hacer el cómputo de nuestros pecados, el que por más solícito que anduvo buscando algún defecto que oponer contra la santidad de Aquél por quien le vencimos, no halló imperfección alguna que fiscalizar.

¿Quién podrá volverle la inocente sangre que derramó por nosotros?, ¿quién podrá restituirle el infinito precio con que nos compró y se hizo Señor de nosotros, para que intente arrancarnos de su poder y dominio? Pues a este Sacramento, que contiene el precio de nuestra redención, es al que mi madre y sierva vuestra tenía atada estrechamente su alma con el lazo de la fe. Nadie, pues, Dios mío, nadie rompa ese lazo separándola de vuestra protección. No se interponga a estorbarla el dragón infernal con sus violencias ni con sus astucias; es verdad que ella no responderá que no debe cosa alguna, tiene que satisfacer a vuestra justicia, temiendo ser convencida de lo contrario y venir a manos de su acusador astuto y malicioso; pero responderá que sus deudas se las ha perdonado aquel Señor a quien nadie puede restituir lo que pagó por nosotros sin deberlo.

35. Descanse eternamente en paz con su marido, que fue el único que tuvo, pues ni después de él conoció a otro, habiéndole servido de manera que al mismo tiempo que mereció mucho para con Vos por su paciencia, logró también ganarle para Vos.

Inspirad Vos, Dios mío y mi Señor, inspirad a vuestros siervos que miro como a hermanos, inspirad a vuestros hijos que venero como a señores míos, a quienes sirvo con mis palabras, con mi corazón, con mis escritos, que todos los que leyeren estas mis Confesiones hagan en vuestros altares conmemoración de Mónica vuestra sierva, y juntamente de Patricio su esposo, por medio de los cuales me disteis el ser y me introdujisteis a esta vida, sin saber yo cómo. A todos, pues, les ruego que con un afecto de piadosa caridad se acuerden de los que fueron mis padres en esta luz y vida transitoria, y mis hermanos en el seno de la Iglesia católica, madre de todos los fieles, siendo Vos el Padre de todos, y que espero serán también mis conciudadanos en la Jerusalén eterna, por lo cual suspira incesantemente vuestro pueblo, mientras dura su peregrinación en esta vida, hasta que vuelva a la deseada patria. Así tendré yo el consuelo de haber procurado a mi madre las oraciones de muchos, y de que por medio de mis Confesiones logre más abundantemente que por mis oraciones solas, la última cosa que me pidió y encargó.

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