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San Agustín

"Confesiones"

Libro 8

Capítulo 1

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Confesiones

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Libro 8

Desechados todos los errores; encendido con los consejos de Simpliciano, con los ejemplos de Victorino, de Antonio, de los dos magnates y de otros siervos de Dios; después de una gran contienda y lucha con la concupiscencia, y una dificultosa deliberación; amonestado con una voz divina, y leídas las palabras de San Pablo en la Epístola a los romanos (cap. XIII, 13 y 14), se convirtió todo a Dios, imitándole Alipio y alegrándose mucho su madre
 

CAPÍTULO 1

Determina Agustín ir a verse con Simpliciano, movido del deseo de disponer y arreglar mejor su vida

 

1. Justo es, Dios mío, que yo recuerde y confiese las misericordias que habéis usado conmigo, y os muestre en acción de gracias mi reconocimiento. Penetrados y llenos de vuestro amor todos mis huesos, deben clamar, diciendo: Señor, ¿quién hay semejante a Vos? Pues rompisteis mis lazos y prisiones, corresponda yo ofreciéndoos sacrificio de alabanza. Voy a referir el modo con que me los rompisteis para que oyéndolo todos aquéllos que os adoran, digan: Bendito sea el Señor en el cielo y en la tierra: grande y maravilloso es su nombre.

Todas vuestras palabras se me habían quedado impresas en el corazón y me hallaba cercado y sitiado de Vos por todas partes. Yo estaba muy cierto de vuestra vida eterna, pues aunque la había visto confusamente y como por un espejo, no me había quedado duda alguna acerca de la existencia de una sustancia incorruptible por haber dimanado y procedido de ella todas las demás sustancias, y ya no deseaba estar más certificado de Vos, sino estar más firme y constante en Vos. Pero acerca del género de vida que había de seguir, se me ofrecían mil dudas y dificultades, y conocía que era necesario limpiar primero mi corazón de la antigua levadura que me lo tenía acedado y corrompido. Me agradaba el camino que debía seguir, que es el mismo Salvador; pero todavía estaba perezoso para entrar y pasar lo que tiene de estrecho ese camino.

Vos, Señor, me inspirasteis entonces el pensamiento (que a mí me pareció bueno y oportuno) de ir a verme con Simpliciano, que le tenía por el fiel siervo vuestro, y resplandecía en él vuestra divina gracia. También había oído decir que desde su juventud estaba dedicado y consagrado a Vos, y siendo entonces ya anciano, me parecía que en una edad tan larga, que había empleado en tan buenos ejercicios de vuestra ley, estaría muy práctico, experto y muy instruido en ella; y verdaderamente era así como yo lo pensaba.

Por eso quería yo que me dirigiese y después de comunicarle mis deseos, me manifestase qué modo de vida sería el más a propósito a quien se hallaba en la disposición que yo tenía para seguir vuestra ley, observando aquel método que él me señalase.

2. Porque yo veía la iglesia llena de fieles, y que unos iban por un camino y otros iban por otro; pero a mí me desagradaba el método y ocupación que yo seguía en el siglo, y era para mí una carga insoportable, después que cesaron de inflamarse, como solían, mis deseos, con la esperanza de adquirir honra y dinero, para tolerar aquella sujeción y servidumbre tan gravosa. Ya no me deleitaba cosa alguna de ésas en comparación de vuestra dulzura y suavidad, y de la hermosura de vuestra casa, que amaba más que todo esto; pero aún me sentía atado fuertemente con el amor a la mujer; ni el Apóstol me prohibía el casarme, aunque me exhortaba a lo mejor y más perfecto, queriendo principalmente y deseando que todos los hombres fuesen libres como él lo era. Pero yo, como más flaco, escogía lo más blando y suave; y lo que hacía que me portase en todo lo demás con languidez y me consumiese con molestos cuidados era solamente el considerar que la vida conyugal, a la que yo estaba tan inclinado y rendido, tenía anejas muchas cosas que no quería padecerlas ni sufrirlas. Bien sabía yo que la Verdad misma había dicho por su boca: que hay hombres que a sí mismos se han hecho eunucos para conseguir el reino de los cielos; pero añadió también que esto lo ejecute el que tuviere fuerzas para ejecutarlo.

Vanos son ciertamente todos aquellos hombres que no tienen conocimiento de Dios, y que de todas estas cosas y criaturas buenas que están viendo, no han podido llegar a conocer al que verdaderamente existe. Pero yo no estaba ya comprendido en el número de aquellos hombres vanos. Ya había pasado más adelante de aquella vanidad e ignorancia, y por la contestación de todas vuestras criaturas, había hallado que Vos erais nuestro Creador, juntamente con vuestro divino Verbo, por el cual creasteis todas las cosas, el cual eternamente dimanando de Vos es Dios que con Vos y el Espíritu Santo no hace más que un solo Dios verdadero.

Hay otra clase de gentes impías y pecadoras, que habiendo conocido a Dios no le glorifican como a Dios, ni le dan las gracias que le  son debidas. También en esta impiedad había yo caído, pero vuestra diestra me recibió y levantó, y además de sacarme de aquel atolladero, me puso en lugar acomodado y propio para que convaleciese de tan peligrosa caída, porque me hicisteis saber aquella sentencia en que dijisteis al hombre: Mira que la piedad es verdadera sabiduría; y también aquella otra: No quieras parecer sabio, porque los que dicen que son sabios, ellos mismos se hacen necios. Por lo cual es cierto que ya había hallado aquella perla preciosa, que había de comprarse vendiendo cuanto tuviese, pero aún no me resolvía a ejecutarlo.

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