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San Agustín

"Confesiones"

Libro 5

Capítulo 14

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Confesiones

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Capítulo 14

Cómo oyendo a San Ambrosio fue poco a poco saliendo de sus errores

 

23. No solicitando yo aprender lo que predicaba Ambrosio, sino oír solamente el modo con que lo decía, que era el cuidado único y vano que me había quedado, perdida ya la esperanza de que hubiese para el hombre algún camino que le condujese a Vos, juntamente con las palabras y expresiones que yo deseaba oír, entraban también en mi alma las doctrinas y las cosas de que yo no cuidaba, porque no podía separar las unas de las otras. Y abriendo mi corazón para recibir la discreción y elocuencia de estas palabras, se entraba al mismo tiempo la verdad de sus sentencias; pero esto era poco a poco y por sus grados. Porque primeramente comencé a sentir que también aquellas doctrinas podían defenderse; después ya juzgaba que positivamente se podía afirmar con fundamento la fe católica, que hasta entonces me había parecido que nada tenía que responder a los argumentos con que los maniqueos la impugnaban, y especialmente después de estar instruido en uno y otro sistema y haber visto disueltas las dificultades que me hacían algunos pasajes oscuros y enigmáticos del Antiguo Testamento, los cuales, tomados según el sonido de la letra, no los entendía bien, y daban muerte a mi alma.

Viendo, pues, declarados en sentido espiritual muchos pasajes de aquellos libros sagrados, ya me reprendía aquella preocupación en que había estado, creyendo que los libros de la Ley y de los Profetas no se podían explicar de modo que se diese satisfacción y respuesta a los que los detestaban y se burlaban de ellos. Mas no por eso me parecía que debía yo seguir el camino de la religión católica por tener ella también hombres doctos que la defendiesen, respondiendo abundantemente y con fundamento a las objeciones de los contrarios, ni tampoco creía que debía ya condenar la que hasta ahí había seguido, porque estaban iguales en cuanto a poder una y otra defenderse. Porque me parecía que la religión católica de tal suerte no era vencida, que tampoco fuese todavía vencedora.

24. Entonces me apliqué seria y eficazmente a buscar algunas razones sólidas, y documentos firmes y seguros con que poder de algún modo convencer la falsedad de la doctrina de los maniqueos.

Que si yo hubiese podido concebir una sustancia espiritual, al instante se hubieran desbaratado todas aquellas máquinas de la doctrina maniquea, y las hubiera arrojado enteramente de la imaginación, pero no podía concebirla. No obstante, considerando cada día más y más lo que otros muchos filósofos habían dicho acerca de esta máquina del universo y de toda la naturaleza de las cosas que se perciben y tocan por los sentidos corporales, juzgaba que muchas de sus sentencias eran más probables que las de los maniqueos. Por lo cual, dudando de todas las cosas, como se dice que acostumbran los académicos, y fluctuando entre todas las sentencias, fue mi determinación que debía dejar a los maniqueos, porque una vez que me hallaba en aquel estado de duda y de incertidumbre, juzgaba que ya no debía permanecer en aquella secta, que aun en mi dictamen no era tan probable como las de otros filósofos; a los cuales rehusaba también encomendar la curación de mi alma porque no tenían ni profesaban el nombre que da la salud, que es el de Jesucristo. Y así determiné permanecer catecúmeno en la Iglesia católica, que mis padres me habían alabado, hasta que descubriese alguna cosa cierta adonde pudiese dirigir la carrera de mi vida.

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