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San Agustín

"Confesiones"

Libro 6

Capítulo 1

Biografía de San Agustín en Wikipedia

 
 

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Confesiones

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Libro 6

Cuenta lo que hizo en Milán en el año 30 de su edad, fluctuando en sus dudas todavía. Confiesa que San Ambrosio poco a poco le hizo ir conociendo que la verdad de la fe católica era probable. Mezcla también muchas cosas de Alipio y de sus buenas costumbres, y refiere el intento que él y su madre tenían de que tomase el estado del matrimonio
 

CAPÍTULO 1

Cómo Agustín ni era maniqueo ni católico

 

1. ¿Dónde estabais, Señor, y adónde os habíais retirado por lo tocante a mí, Dios mío y toda mi esperanza, desde mi juventud? ¿Por ventura no me habíais Vos creado y llenado de dones que me diferenciaban de todos los animales de la tierra y de las aves del aire? Más sabio y capaz me hicisteis que todos ellos, pero yo andaba por lo sombrío de la tierra como los unos y por lo resbaladizo del aire como los otros: os buscaba fuera de mí, Dios de mi corazón, y no os hallaba; antes vine a parar en un profundo abismo, desmayando y perdiendo la esperanza de hallar yo la verdad.

Ya mi madre había venido a mí, siguiéndome por mar y tierra, llena de fortaleza y piedad, y segura en todos los peligros por la confianza que tenía en Vos, pues en los riesgos del mar y tormentas que padecieron en el viaje, ella misma consolaba a los marineros, siendo ellos los que suelen consolar y animar a los otros navegantes que, por falta de experiencia de los peligros del mar, se afligen y atribulan en semejantes ocasiones, y además de eso les prometía que habían de llegar sanos y salvos al puerto deseado, porque Vos en una visión se lo habíais revelado y prometido.

Al fin me halló en tan grave peligro como es el estar desesperado de poder hallar la verdad. No obstante, habiéndole yo dicho que ya no era maniqueo, pero que tampoco era católico cristiano, mostró mucha alegría, aunque no tanta como si oyera una cosa no pensada,   porque ya contaba verme libre de aquella parte de mi miseria que la había obligado a llorarme como muerto, pero como un muerto a quien Vos habíais de resucitar para vuestro servicio, y que ella traía siempre en las andas de su pensamiento, esperando que dijeseis al hijo de esta viuda, como al de la otra del Evangelio: Mancebo, contigo hablo, levántate; y que él resucitase y comenzase a hablar, y Vos se lo entregaseis a su madre. Habiendo, pues, oído que ya habíais hecho en mí mucha y gran parte de lo que todos los días os pedía con lágrimas que hicieseis (pues si yo no estaba todavía aquietado en la verdad, estaba ya quitado del error y falsedad), no por eso se alteró su corazón con ningún movimiento de alegría inmoderada, antes bien porque estaba muy segura de que también le habíais de conceder la parte que faltaba, porque Vos le habíais prometido el todo, me respondió muy sosegadamente y con un corazón lleno de confianza, que la fe que tenía en Jesucristo le hacía esperar firmemente que antes que ella saliese de esta vida me había de ver católico cristiano.

Esto es lo que me dijo a mí; pero delante de Vos, fuente inagotable de misericordias, multiplicaba oraciones y derramaba más copiosas lágrimas para que os dignaseis acelerar vuestros auxilios y alumbrar mis tinieblas. Acostumbraba acudir más cuidadosa y apresuradamente a vuestro templo, y pendiente de las palabras de Ambrosio recibía de su boca aquellas aguas vivas que dan la vida eterna, pues ella amaba y respetaba a aquel varón santo como a un ángel de Dios, porque sabía que él era quien me había puesto en aquel estado de dudas en que yo vacilaba, el cual presentía mi madre con toda certidumbre que era el medio por donde había yo de pasar desde mi dolencia a la sanidad, interponiéndose provechosamente aquel mayor peligro en que me hallaba, al modo del que los médicos llaman accesión crítica.

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