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San Agustín

"Confesiones"

Libro 3

Capítulo 8

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Confesiones

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Capítulo 8

Explica contra los maniqueos qué pecados se deben detestar siempre

 

15. Pero ¿acaso podrá señalarse algún tiempo o lugar donde se tenga por malo o se dé por cosa injusta el amar a Dios de todo corazón, con toda el alma y con todas sus potencias, y el amar cada uno a su prójimo como a sí mismo? Por eso todas aquellas maldades que son contra la naturaleza, en todas partes y en todos tiempos son abominables y dignas de castigo, como lo fueron las de los habitantes de Sodoma. Y aunque todas las gentes del mundo se conformaran en cometer aquellas maldades, no por eso dejarían de ser reos del mismo delito y pena, atendiendo a la justicia y ley divina, por cuanto Dios no formó a los hombres para que usasen de sí tan torpemente los unos de los otros. Y así se deshace y se rompe aquella íntima unión y sociedad que debemos tener entre nosotros y Dios, cuando se mancha con el uso perverso de la concupiscencia carnal aquella misma naturaleza que le tiene y reconoce por su Autor.

Pero aquellos delitos y maldades que solamente son contra las costumbres de los hombres en pueblos diferentes se deben evitar siguiendo la diferencia de costumbres de cada pueblo, para que lo que tengan entre sí ordenado y establecido por costumbre o por ley de la ciudad o de la nación no se quebrante por vicioso antojo de ningún ciudadano o extranjero. Porque verdaderamente es torpe y fea cualquiera parte de un cuerpo que no se conforma y conviene con su todo.

Pero cuando Dios manda alguna cosa que es contra la costumbre o estatuto de cualesquiera gentes o pueblos, sin duda se debe hacer aunque no se haya hecho allí jamás; y si antes se ejecutaba y se había ya interrumpido, se debe hacer y ejecutar de nuevo; y si no estaba mandado y establecido que se hiciese la tal cosa, se debe establecer y mandar que se haga. Porque si puede un rey mandar en la ciudad y territorio donde reina lo que ninguno de sus antecesores ni tampoco él mismo había mandado hasta entonces, y el obedecerle no es contra las leyes de la sociedad, antes bien lo sería el dejar de obedecerle, porque es deber y concierto universal de la sociedad humana el obedecer a sus reyes; Dios, que es Rey universal de todas las criaturas, ¿cuánto más debe ser obedecido sin la más leve duda en todo cuanto mandare? Porque así como entre los magistrados y gobernadores de la sociedad humana hay uno superior a quien deben obedecer los subalternos, así Dios, como superior a todos, de todos debe ser obedecido.

16. También son detestables y dignos de castigo los delitos que se cometen contra el prójimo con deseo de hacerle algún daño, ya sea de palabra diciéndole alguna afrenta, ya de obra haciéndole algún agravio; y esto tanto si se hace por vengarse de él, como por conseguir algún exterior provecho o interés, como sucede al ladrón respecto del pasajero a quien roba; o por evitar algún mal que le ha de sobrevenir de otro a quien teme; o teniéndole envidia, como acontece en el que es infeliz respecto de otro dichoso, y en el que estando en prosperidad teme y le pesa de que otro se le iguale; o por sólo el gusto y deleite que él saca del daño ajeno, como los que se deleitan en hacer burla de otros, o pegarles chascos.

Éstas son las principales especies de la iniquidad, las cuales nacen del apetito desordenado de dominar, de la vana curiosidad y deseo de ver, o del apetito desordenado de los deleites sensuales, ya sea juntándose todos tres apetitos, ya dos de ellos, ya uno solo. Pues de este modo, dulcísimo y altísimo Dios mío, todos los desórdenes de nuestra vida son transgresiones de vuestra divina ley, o contra los tres primeros preceptos, o contra los siete últimos de vuestro Decálogo, figurado y entendido en la Escritura por El salterio de diez cuerdas.

Pero ¿qué maldades de los hombres pueden llegar hasta Vos, que sois inviolable?, ¿ni qué ofensas pueden ellos efectivamente ejecutar contra Vos, a quien es imposible hacer mal o daño alguno? Pero ¡ah! que Vos castigáis los males que ejecutan contra sí mismos los hombres (pues aun pecando contra Vos, obran cruelmente y sin piedad contra sus almas, y esto es proceder engañosamente la maldad contra sí misma), ya sea viciando y pervirtiendo su propia naturaleza, que Vos creasteis y ordenasteis, ya sea usando inmoderadamente de las cosas lícitas, o deseando ardientemente las que no son permitidas, para abusar de ellas contra el orden natural, ya se hagan reos por desmandarse contra Vos con interiores afectos o con palabras exteriores, tirando coces contra el aguijón, ya sea finalmente cuando rotos los lazos de la sociedad humana y traspasados sus límites, se alegran temerarios y atrevidos con las particulares alianzas o con las divisiones que ellos entre sí privadamente forman, según que el estado actual de las cosas les agrada o les disgusta.

Estas maldades ejecutan los hombres cuando os dejan a Vos, que sois fuente de la vida, único y verdadero Creador y Gobernador del universo; y por su propia soberbia y particular orgullo aman en las criaturas un bien aparente y falso. Así es constante que no se vuelve a Vos sino por medio de una humilde piedad, y Vos entonces nos sanáis de nuestras malas costumbres, y perdonáis sus pecados a los que humildemente los reconocen y confiesan, y oyendo Vos los gemidos y sollozos de los pecadores, que se ven aprisionados con los hierros de sus culpas, nos desatáis y dejáis libres de las cadenas que nosotros mismos nos habíamos forjado. Por el contrario, mientras nos sublevamos contra Vos por seguir la falsa libertad de nuestro desenfreno, con el deseo y ansia de conseguir más, padecemos el castigo de perderlo todo, por amar nuestro bien particular más que a Vos mismo, que sois el bien universal de todos.

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