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San Agustín

"Confesiones"

Libro 1

Capítulo 8

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Confesiones

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CAPITULO 8

Del modo con que aprendió a hablar, cuando llegó a la niñez

 

13. Creciendo insensiblemente y adelantando en edad todos los días, llegué desde la infancia a la puericia, o por mejor decir, la puericia llegó y sucedió a mi infancia. Ni ésta se retiró o apartó de mí, porque ¿adónde se ha ido?, pero verdaderamente dejó de ser y  se acabó aquella edad. De modo, que ya no era yo infante, esto es, sin habla, sino niño que podía hablar y hablaba.

Yo me acuerdo bastante de esto y he reflexionado después el modo con que aprendí a hablar, porque no fue esto por medio de alguna enseñanza de mis maestros o mayores, que me fuesen diciendo las palabras con determinado orden y método de doctrina, como poco después me enseñaron a leer; sino que yo mismo aprendí, valiéndome del entendimiento que Vos, Dios mío, me disteis. Porque viendo que ni con gemidos y voces diferentes, ni con varios movimientos y ademanes del cuerpo, podía explicar como quería los interiores efectos y deseos de mi voluntad, de modo que me entendiesen todos, y todo lo que les quería decir para que me obedeciesen, pronunciaba yo mentalmente las voces y palabras que oía, cuando ellos nombraban alguna cosa; y cuando en correspondencia de alguna palabra que habían dicho se movían corporalmente hacia alguna cosa, lo veía y observaba, y entonces conocía que aquella cosa se nombraba con aquella misma voz que ellos habían pronunciado, cuando querían mostrarla o significarla. Se conocía que ellos querían esto por las acciones y movimientos del cuerpo, que son como palabras naturales y lenguaje de que usan todas las naciones, y se forman, ya con todo el rostro, ya con los ojos solamente, ya con otras señas de los demás miembros del cuerpo, y ya finalmente con el sonido de la voz: con cuyas señas y acciones dan a entender las afecciones del alma en orden a pedir, retener, desechar, huir o aborrecer estas o aquellas cosas.

De este modo iba yo aprendiendo poco a poco muchas palabras en varias sentencias y proposiciones que oía, puestas y colocadas en sus propios y correspondientes lugares; y oyendo unas mismas palabras muchas veces, iba aprendiendo lo que significaban. Finalmente, adiestrándose mis labios y lengua en formar aquellas mismas palabras, conseguí explicar con ellas los deseos de mi voluntad. De este modo comencé a hablar con los que andaban a mi lado, y éste fue como el primer paso que di en la carrera peligrosa del trato y sociedad humana, dependiendo siempre de la autoridad de mis padres y voluntad de mis mayores.

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