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San Agustín

"Confesiones"

Libro 1

Capítulo 9

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Confesiones

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CAPITULO 9

Del aborrecimiento que los muchachos tienen al estudio, amor al juego y temor al castigo

 

14. ¡Qué de miserias y engaños, Dios y Señor mío, comencé desde luego a experimentar en la sociedad humana! Porque desde la tierna edad de mi puericia me proponían y enseñaban que era recto y justo obedecer a los que me aconsejaban que procurase lucir y florecer en este siglo, aventajándome y sobresaliendo en el estudio de aquellas artes y facultades parleras que sirven para adquirir reputación y honor entre los hombres, y las riquezas del mundo vanas y falaces.

En consecuencia de esto me pusieron a la escuela para que aprendiese a leer y escribir: en lo que yo no advertía qué utilidad pudiese haber y, no obstante, me azotaban cuando era negligente en aprender. Este rigor era alabado de mis padres y mayores; pero ello es cierto que muchos que nos han precedido en esta vida nos han dejado abiertos unos caminos trabajosos, por los cuales nos hacen ir por fuerza, multiplicando así los dolores y penalidades a los hijos de Adán.

Pero hallé y tuve maestros que os invocaban, Dios y Señor mío, y en sus necesidades se encomendaban a Vos, y yo también lo aprendí de ellos. Desde entonces conocí yo, según los alcances de mi corta edad, que Vos erais una cosa tan grande y excelente, que podíais oírnos y favorecernos, aunque no os manifestarais a nuestros sentidos. Por lo cual desde niño acostumbraba acudir a Vos como a mi defensa y amparo, y rompía los nudos de mi lengua para invocaros y pediros favor; y aun siendo yo tan pequeño, os suplicaba con el mayor fervor que no me azotasen en la escuela. Y cuando (para bien mío) no me lo concedíais, los hombres, y aun mis padres, que no me deseaban mal alguno, se reían de que me hubiesen azotado; siendo así que era para mí entonces el mayor y más grave mal que pudiera sucederme.

15. ¿Hay por ventura, Señor, algún ánimo tan grande, y unido a Vos con un amor tan fino y excelente, que se burle tanto de los trabajos por vuestro amor? (porque la insensatez puede también hacerlo): ¿hay, pues, algún hombre, vuelvo a decir, que en fuerza del amor y caridad fervorosa con que os ama, esté tan grandemente apasionado de Vos, que se burle de los potros, garfios de hierro y de otros tormentos semejantes? (para librarse de los cuales y compelidos del gran temor que les tienen los hombres, en todo el universo acuden a Vos con fervorosas súplicas): ¿hay, pues, alguno que los juzgue todos tan leves y de tan poca consideración, que se burle tanto de los que temen aquellas penas y martirios como nuestros padres se reían y burlaban de los tormentos con que los muchachos éramos afligidos de nuestros maestros? Pues a la verdad, ni yo los temía menos que aquellos otros puedan temer los tormentos insinuados, ni os suplicaba con menos fervor que ellos que me libraseis de semejantes castigos, no obstante que los mereciese por mi negligencia en aprender, haciendo menos de lo que me pedían y mandaban en cuanto a leer y escribir. Porque a mí no me faltaba memoria ni ingenio, pues Vos, Señor, me lo disteis muy suficiente para aquella edad; pero gustaba del juego, y por él me castigaban los que tenían el mismo gusto y ejecutaban lo propio. Pero los juegos y diversiones de los que son ya hombres hechos se llaman quehaceres, negocios y ocupaciones; y los juegos y entretenimientos de los muchachos son castigados de los maestros y mayores como delitos; y no hay quien tenga lástima ni se compadezca de aquéllos, o de éstos, o de unos y de otros.

En efecto, cualquier hombre que juzgue bien y rectamente de las cosas no me parece que aprobaría que yo fuese azotado por jugar a la pelota en aquella edad, porque el juego me impedía aprovechar en un estudio, con el cual había yo de jugar, cuando mayor, con modo más culpable y reprensible; ni tampoco negaría que el mismo que me azotaba incurría en semejantes o mayores defectos, pues si en alguna disputa era vencido por otro maestro quedaba más atormentado de cólera y envidia, que podía yo quedar cuando en el juego de la pelota era vencido del compañero con quien jugaba.

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