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San Agustín

"Confesiones"

Libro 1

Capítulo 7

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Confesiones

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CAPITULO 7

Que aun la primera edad de la infancia no está libre de pecados

 

11. Sedme propicio, Dios mío, y aplacad vuestro enojo contra los pecados de los hombres. Aunque sea un pecador el que os invoca, tenéis misericordia de él, porque Vos hicisteis al hombre, pero no a su pecado.

¿Quién podrá hacer que yo me acuerde de los pecados de mi infancia? Porque nadie está limpio de pecado en vuestra presencia, aunque sea el infante recién nacido, que hace un solo día que vive sobre la tierra. Pues ¿quién me los podrá traer a la memoria? ¿Por ventura me los podrá recordar cualquier niño tamañito, en quien echo de ver lo que de mí no me acuerdo?

Pero ¿en qué podía yo pecar entonces? ¿Por ventura sería en pedir el pecho ansiosamente y llorando? Porque si ahora pidiera yo el alimento correspondiente a mi edad con tanta ansia como entonces el pecho, con razón se burlarían de mí los hombres, justísimamente sería reprendido. Luego es verdad que también entonces hacía algunas cosas reprensibles, aunque ni la razón ni la costumbre permitieran que fuese yo reprendido entonces, pues no podía entender a quien me reprendiese. Es verdad que después, conforme vamos siendo mayores, vamos perdiendo también y echando fuera de nosotros esos malos resabios y propiedades; pero también lo es que jamás se habrá visto que un hombre cuerdo y juicioso, cuando quiere limpiar o purificar alguna cosa, quite y arroje de ella lo que tenía de bueno.

¿Se puede acaso decir que eran buenas propiedades respecto de aquella edad pedir llorando aun aquello que le seria dañoso, indignarse fuertemente con los que no son sus criados, con las personas libres y respetables por su mayor edad, con los mismos que le dieron el ser y con otros muchos sujetos prudentes, que no quieren obedecer a las insinuaciones de su voluntad, y procurar también, cuanto le es posible, maltratarlos con araños y golpes, porque no obedecen a lo que el niño manda, cuando le sería perjudicial y dañoso que le obedecieran? De donde puede inferirse que en la infancia la pequeñez y delicadeza de aquel cuerpecito no puede hacer daño; pero que el ánimo, aun en aquella edad, no es inocente.

Yo mismo he visto y experimentado a un niño de pecho, que aún no sabía hablar, y tenía tales celos y envidia de otro hermanito suyo de leche, que le miraba con un rostro ceñudo y con semblante pálido y turbado. ¿Y quién hay que pueda ignorar esto? Dícese que las madres y las armas enmiendan estos y semejantes defectos de los niños usando de no sé qué remedios.

Mas ¿podrá decirse que también es inocencia no poder sufrir un niño que de aquella fuente de leche copiosa y abundante participe el otro que está necesitado, y solamente puede vivir con aquel alimento? No obstante, se les toleran con facilidad y se les disimulan estas cosas, no porque sean de ninguna o muy poca importancia, sino porque han de acabarse con aquella edad. Y aunque Vos, Señor, aprobéis que con los niños se tenga esta conducta, no obstante, si aquellas propiedades se advirtieran en otro de más años, no debieran disimularse ni sufrirse.

12. Vos, pues, Dios y Señor mío, que disteis al niño aquella vida de que goza y aquel cuerpo dotado de sentidos, como lo vemos, y, adornado de sus miembros y figura bien proporcionada; y para la conservación e integridad de todo esto le disteis también los conatos y esfuerzos que son propios de un viviente animado y sensitivo, me mandáis que por todo esto os alabe y bendiga, os confiese y cante a vuestro nombre cánticos de alabanzas, ¡oh altísimo y soberano Señor de cielo y tierra!, pues verdaderamente os dais a conocer por Dios todopoderoso y sumamente bueno, aunque no hubierais hecho más que estas cosas, que nadie puede hacer sino Vos sólo, de quien únicamente provienen todos los modos y diferencias que tienen de ser las criaturas, y como hermosísimo dais hermosura a todas las cosas, y las ordeñáis y gobernáis por las justísimas leyes que les habéis impuesto a todas ellas.

Esta mi edad, Señor, que yo por mí no me acuerdo haberla tenido ni pasado, acerca de la cual tengo que creer lo que de ella otros me refieren, y que yo mismo conjeturo haberla vivido, por lo que veo y experimento en los demás niños (bien que esta conjetura es muy segura y cierta), no me determino a juntarla con la vida que tengo ni a contarla por una parte de lo que he vivido en este mundo. Porque en cuanto a estar envuelta en las oscuras tinieblas de mi olvido, es igual y semejante a la que tuve y pasé en el vientre de mi madre. Pues decidme, Dios mío, habiendo yo sido concebido en culpa, y viviendo en ella en el seno de mi madre, ¿en dónde, Señor, yo, siervo vuestro, estuve sin pecado, o en qué tiempo he sido inocente? Pero dejo aparte toda aquella edad, porque ¿qué he de hacer ni decir de ella, si no ha dejado algún rastro en mi memoria?

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