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Salvador Rueda

"La romerķa"

Poema Nacional
Canto 5

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Música : Albeniz - Espana - No. 3 - Malagueña
 

La romerķa

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CANTO 5

Cuadro, Málaga en desorden; 
dosel del festín, la higuera; 
por contorno, las montañas; 
y por tapiz, la floresta.

*

Arde Málaga en anhelos 
de reprimida impaciencia, 
y todo es música y danza 
y risa y jolgorio en ella.

Avístanse los galanes, 
compónense las mozuelas, 
y de los barrios famosos 
por sus riñas y pendencias, 
y de la ciudad, que ufana 
contempla el mar que la besa, 
en caravanas alegres 
que en desorden se atropellan, 
de Las Barrancas acuden 
a la espléndida pradera.

Raya el sol en el ocaso, 
y por las largas riberas 
que traza el Guadalmedina 
recostado en sus arenas, 
de sonoros instrumentos . 
óyense vibrar las cuerdas, 
y los cantos populares 
que á sus acordes se mezclan.

Va el trinitario provisto 
de inmensa bota repleta, 
que á cada paso la empina 
y mira hacia las estrellas;  
el perchelero le sigue, 
que a la cintura sujeta 
lleva la faca traidora 
que le sirve en la pelea; 
va también el capuchino 
con amorosa pareja, 
entregándose al arrullo 
de la plática más tierna; 
detrás, mozos diferentes 
persiguen á las doncellas, 
de los demás arrabales 
escapados a la fiesta; 
todos marchan confundidos, 
y entre el bullicio que reina, 
y las ondas que relucen 
de la lu^ que se deshebra, 
en ruidosos carruajes 
donde los rayos se quiebran . 
marcha también á la orgía 
lo elegante : La Alameda.

*

Llégase al campo, y los haces 
de humanas olas que ruedan, 
á torrentes desembocan 
en la explanada soberbia.

Muestran allí sus encantos 
las victorianas bellezas, 
que del amor como diosas 
ofician tras de las rejas; 
la aristocrática dama, 
sobre abierta carretela, 
á la vez del rico traje 
luce la faz de azucena; 
hembras de opuestos inatices 
dan variedad a la fiesta; 
entre todas descollando 
por lo graciosa y lo bella, 
la trinitaria famosa, 
de cuya imagen morena, 
pudiera hacerse el retrato 
pintado de esta manera :

*

Sobre dos pies diminutos, 
viene una falda hechicera, 
que en sueltas tablas termina 
y que, al andar, se despliegan; 
guarniciones primorosas, 
unas sobre otras sujetas, 
van a escalar la cintura 
terminando en las caderas; 
encubre el cuerpo garrido 
sobre el corsé que lo besa, 
sabiamente abotonada 
una pulida chaqueta; 
da la vuelta a la garganta 
collar de brillante felpa, 
donde una cruz es martirio 
de aquel que á mirarla llega; 
zarcillos de oro enriquecen 
las sonrosadas orejas; 
flores, el bello peinado; 
el seno, gasa ligera; 
y de los hombros cayendo, 
un rico mantón la estrecha, 
con pájaros de colores 
y un fleco que arrastra y cuelga !

*

Preludian los instrumentos, 
y al sonido de las cuerdas 
cien mil grupos se improvisan 
donde se baila ó se juega; 
en alto oscilan los brazos, 
se escuchan las castañuelas, 
y ya al son de un medio polo 
que se aplaude y se jalea, 
o de cántico murciano, 
o de alegre malagueña, 
todas las manos ondulan, 
bullen todas las cabezas, 
todos los cuerpos se doblan, 
y giran todas las piernas.

Embriagados de la orgía 
unos siguen y otros cesan, 
y éste brinda por su rubia 
y el de allá por su morena!

Grita el hambre, y á su acento 
difundido por la fiesta, 
cubren el suelo manteles, 
platos, copas y meriendas. 
Bajo higueras colocados 
a comer todos se aprestan; 
y mientras tmo levanta 
cual cáliz la copa llena, 
y éste canta, y otro ríe, 
y otro baila, y aquél juega, 
en lugar donde el bullicio 
redoblan danza y verbena, 
y chasquido de cristales 
y romperse de botellas, 
hacia una mesa que brilla 
de estrechas cañas cubierta, 
una moza se adelanta 
con la mano en la cadera; 
y cuando es mayor el baile, 
y más libre el vino rueda, 
y cunde más el desorden. 
y los brindis se acrecientan, 
arrancando de los hombros 
su chai de brillante seda 
y airosamente limpiando 
con él la luciente mesa, 
mientras los vasos derriba 
que vibrando se atrepellan, 
erguido el talle gallardo 
canta al son de una vihuela:

Para alegría las copas, 
para bullicio una ñesta, 
y para el hombre que adoro 
el corazón de su prenda.

*

En esto, de opuesto lado, 
entre el fragor que resuena, 
estallan desgarradores 
los ayes de una pendencia.

La gente se arremolina, 
gritan y corren las viejas, 
huyen todos espantados 
haciendo rancho á Ja gresca, 
y entre una nube de polvo 
alzada por las carreras, 
i dos jitanos frente á frente 
se miran sobre la arenal

Descompuestos los semblantes, 
en el cinto las tijeras, 
atrás los altos sombreros 
y separadas las piernas, 
en las manos las navajas 
y en el codo las chaquetas, 
con la fuerza y el coraje 
del que rabia y se impacienta, 
como trombas irritadas 
se acometen con fiereza.

Uno al otro se avalanzán, 
vuelven luego con cautela, 
recios tajos se dirigen 
que en el codo los sujetan, 
tornan, giran, adelantan, 
retroceden, culebrean, 
¡hasta que el uno ven(¡|do, 
lanzando ronca blasfemia, 
cubierto de roja sangre 
rueda cual tronco por tierra !

Cien y cien exclamaciones 
el aire ardoroso pueblan, 
mientras la gente se agolpa 
formando maciza rueda; 
acudena la algazara 
esbirros y gente seria 
que de datos y de nombres 
forman estricta reseña; 
toca la gente a desorden 
viendo que el cuerpo se llevan; 
se da el suceso al olvido... 
¡ y torna á reinar la fiesta!

*

Pero ya el sol espirante 
sus rayos manda a la tierra, 
en cuyas luces de oro 
el polvo brillante juega; 
mansamente por el llano 
el concurso se dispersa 
melancólicos cantares 
dejando por la ribera; 
chirrea el grillo en la sombra, 
el ave azorada vuela, 
gusanos de luz rutilan 
en las fragantes macetas, 
y al par que del monte bajan 
las esquilas soñolientas, 
suena el toque de oraciones, 
a cuya plegaria eterna, 
su frente el hombre descubre 
y entona un rezo la vieja.

La ciudad allá en el fondo 
a iluminarse comienza, 
lanzando por sus ventanas 
las claridades primeras; 
suenan los altos relojes 
en las augustas iglesias; 
bajo la parra en los patios 
las Jóvenes se congregan, 
y al reflejo de la luna 
que tras del monte se muestra, 
el cielo brilla cuajado 
de esplendorosas estrellas!

*

¡Málaga! ¡Patria amorosa ! 
a esa hora triste y serena 
en que el crepúsculo espira 
y descienden las tinieblas, 
quién entrara por tus calles, 
y llegando hasta mi reja, 
tras la cortina de flores 
donde mi madre se sienta, 
diéranme verla un instante... 
sin que ella verme pudiera!

 

 

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