Frontera al sereno río
que la copia en sus cristales,
y de la hermosa, Sevilla
ni escondida ni distante,
una casa se descubre
que bien pudiera tomarse
por copo de blanca nieve,
por sonrisa del paisaje,
por flor de nevadas hojas
o por el nido de un ave.
Enredaderas silvestres,
escaladores rosales,
y madreselvas frondosas
y trepadores ramajes,
la aprisionan, y la envuelven,
y la ciñen, enlazándose,
figurando aquel asilo
donde gime y canta el aire,
compendiado paraíso
o recinto de las náyades,
al que estrechan y acarician
los abrazos del follaje.
*
El jardín que le rodea,
con sus flores ideales,
y sus cascadas rizosas,
y sus bruñidos estanques,
manto lujoso parece
sobre el que pisan las aves,
sobre el que penden los nidos
rebujados en los árboles,
sobre el que aromas ondulan,
sobre el que el viento se esparce,
y al que adornan, y abrillantan,
y enriquecen con su esmalte,
arabescos de claveles,
guarniciones de rosales,
festones de margaritas,
y fimbrias de tulipanes.
*
En la reja, a la que cubren
tapices de hojas flotantes,
una mujer cuyo seno
lleno de impaciencia late,
indecisa se dibuja
a través del cortinaje,
con sus formas de escultura,
con sus ojos celestiales,
con su negra cabellera,
y su hermosura de imagen.
Suspiros acongojados
de sus rojos labios salen,
y se levanta, y se agita,
volviendo luego a sentarse ;
aplica atenta el oído
en él puesta el alma amante ;
aparta la enredadera
que acaricia los cristales,
y rasgando sus pupilas
el crepúsculo suave,
¡ dos sondas de amor, sus ojos
palpan las sombras y el aire!
*
¿A quién busca y qué desea?
¿ quién sus miradas atrae
y quién su pecho conmueve
y por quién gime anhelante?
se agita, y tórtola finge
que tierna las alas bate;
habla, y ruiseñor parece
que trina tras el ramaje;
asoma el rostro divino,
y entre las hojas flotantes
parece una flor abierta
entre el tupido follaje;
y si entonces rudos celos
por ella cruzan fugaces,
pasan por sus negros ojos
dos relámpagos brillantes.
*
¡ Pero escuchad ! A lo lejos
y ensordeciendo la margen,
como de un corcel resuena
el galopar incesante.
¡ Es él ! el hombre adorado,
que del bruto en los ijares
clava las firmes espuelas
hechas de estrellas radiantes.
Es él, que avanza y sacude
los recamados rendajes,
vencer dejando al caballo
del viento el furioso embate.
Queda la nube de polvo
de donde finge que sale,
suspendida en el ambiente
como una faja ondulante.
Parece al cruzar las sombras
fiero dragón de pies ágiles,
o demonio que imponente
negros vapores esparce.
Ella, entre tanto, en la reja,
con ambas manos amantes
al corazón aprisiona
que va, de gozo, á saltarle.
Avanza el corcel brioso,
salva espesos matorrales,
y quiebras, y cortaduras,
y recodos del paraje,
mientras ella, enamorada,
y tímida, y palpitante,
aplica el atento oído,
hasta que pronto acercándose,
el resollar se percibe
del caballo jadeante,
que agita las manos, hiende
de la noche los cendales,
y como engendro de sombras
llega raudo y espumante.
*
Ladra el lebrel que vigila ;
refrena el jinete, y bájase;
ata el caballo a una reja
de otra reja no distante ;
aparta el manto de hojas
que le recata su imagen,
y — «jMi amor!» — tierno diciendo,
y ella — «¡Mi bien!»— contestándole,
aquel cuadro delicioso
lleno de dicha inefable...
¡envuelve en luz misteriosa
la blanca luna que sale! |