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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 40

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 40

De Enrique Varela a Ramiro Varela

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Hijo mío:

Has de haber notado que, a pesar de la anormalidad de la vida que llevas desde hace algún tiempo, nunca te he llamado la atención sobre ella, prefiriendo no inmiscuirme en tus asuntos, que al fin y al cabo sólo creí desvaríos de juventud. Pero ahora las cosas han llegado a un límite que obligan a mi condición de padre, es decir a mi condición de amigo, Ramiro, a invitarte a reflexionar. Deseo, pues, que leas esta carta con la serenidad con que yo la escribo, y que no veas en ella una reprimenda sino un consejo. Reflexiona sobre lo que en ella te digo y procede después según te indique tu conciencia. Yo he querido evitarte una entrevista conmigo, en que quizá te sintieras cohibido.

Y ahora comienzo.

Conozco toda tu vida, Ramiro. Conozco tus pensamientos, tus modos de ver, tu sentir, tus reflexiones, tus deseos, todo. Y lo conozco, porque un padre, por ciego para otras cosas que sea, siempre es un vidente para el corazón de su hijo. Poseemos un extraño instinto para comprender a nuestros hijos, quizá porque vosotros no sois más que pedazos de nosotros mismos.

Por eso, cuando queréis engañarnos, no lo lográis sino cuando nosotros deseamos ser engañados. Ahora mismo, que eres un hombre, tus disimulos para conmigo me parecen tan pueriles, como cuando siendo niño creías engañarme con las torpes excusas que tu imaginación elaboraba pacientemente después de una rabona o una mala nota.

¡Cuántas veces nos hemos reído yo y tu pobre madre de lo creído que estabas de engañarnos! Yo me ponía serio, y después de escuchar tus explicaciones dábame por satisfecho y te enviaba a jugar. Y tú te ibas contento, feliz satisfecho, creyendo haberme despistado.

Por eso ahora no he creído ni en los pretextos que me diste para justificar tus idas a Córdoba, ni en los compromisos con que legitimabas tus peticiones de dinero, ni en las estadas en estancias de amigos, ni en nada de lo que me has dicho para ocultarme tus amores con Antonieta Lear y con la chica de Gamboa.

Yo cerraba los ojos y dejaba pasar. Pero ahora que sé que has roto con la chica de Gamboa y que haces casi vida marital con la señora de Lear, quiero hacer llegar hasta ti el ridículo en que te hallas. Todo el mundo comentó tu rompimiento con tu novia, diciendo que ella te dejó a causa de tu amante, y tu amante, Ramiro, la amante de un muchacho joven, buen mozo e inteligente como tú, la amante que lo domina hasta el punto de espantarle sus otros afectos, es una vieja, una anciana que puede ser tu madre, que ha pasado desde la viudez, por los brazos de innumerables maridos morganáticos, y que cuando llega al fin de su carrera, cuando ya nadie Ie hace caso, cuando se ha transformado en la aventura fácil de quien haya querido lomarla, te encuentra a ti, Ramiro, y te asigna el ridículo de transformarte en su escudero, en un Romeo grotesco, carnavalesco, en el instrumento que ha de servirle para apagar la lascivia provecta. ¡Y tú, te resignas a ese papel!

Nunca lo hubiera creído. En un principio pensé en un capricho tuyo. Tus relaciones con la chica de Gamboa ponían a salvo tu reputación, pues demostraban que tú no le dabas a Antonieta sino una my relativa importancia. Pero luego has viajado con ella, has vivido en su compañía en Adrogué y en Córdoba, para concluir rompiendo con tu novia. Y eso me alarma. No creas que tenga interés en tus relaciones con Celia Gamboa; no me importan, pero el hecho de que se las hayas sacrificado a Antonieta me demuestran todo tu desvarío.

Es necesario reaccionar, Ramiro. Debes hacerlo por orgullo, por dignidad, aunque te cueste, aunque te sea doloroso. Esa mujer no te conviene y debes dejarla. ¿Quieres un pretexto? Pues bien, dile que yo te he hablado y que te he contado algo que no te cuento por decoro, por escrúpulo de caballerosidad. Ella se dará cuenta de lo que es, y verás cómo enrojece de vergüenza y no insiste.

Creo que me harás caso y seguirás el consejo de amigo que te da,

Tu padre.

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