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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 39

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 39

De Celia Gamboa a Beatriz Carranza

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¡Pero cuán difícil me es olvidarlo! Parece que se hubiera entrado en mi vida en tal forma que siempre dejara grabado su recuerdo. Me lo dijo en su última carta: "Nunca concluiré de morir del todo en tu memoria". Y es cierto. Lo veo en todas partes: reflejado en la pequeña luna del espejito de mi polvera, sonriéndome tristemente, como reprochándome mi abandono; entre las flores secas arrancadas como recuerdo de los ramos que él me envió en Palermo, junto al puente del Rosedal, donde nos dimos la primera cita; en mis sueños, en mis angustias, en mis deseos, en todas partes está él, sonriendo siempre tristemente, resignadamente, sin una sola palabra dura, sin un solo reproche por todo el dolor que le causo. Y entonces siento unos locos deseos de volver a él, arrojarme en sus brazos, de cerrar los ojos y de rogarle; llévame, llévame. ¡Oh! Ser querida como él me quiso, locamente, furiosamente, sin límites, sin vallas, sin corduras. . yo me asusté, tuve miedo de ese cariño y he querido dejarlo. Pero sé que nunca lo podré olvidar. . .

Mis padres, sumamente contentos, por mi ruptura con Ramiro — una bala perdida, según ellos, — han tratado de substituirlo, presentándome infinidad de festejantes.

Yo, en un primer momento, dolorida y maltrecha por la ruptura, deseando olvidar, sintiendo un ansia enorme de ser consolada, he dicho que sí a todos y he aceptado a uno. Se llama Alberto Asperón. Es uno de tantos. Muy rico, muy presumido, pertenece a ese grupo de personas que valen el valor de lo que llevan encima. Baila bien, tiene la vanidad de ser un excelente "chauffeur", cree que es muy elegante un cierto dejo de despreocupación para todas las cosas y afecta entonces no dar importancia a nada.

Me encuentra hermosa y me dice que me quiere, siempre con las mismas palabras, deslizando un chiste tonto, siempre el mismo, a propósito de mi belleza.

Y es con ese señor, con quien me aburro de cien distintas maneras, con quien he substituido a Ramiro. Una vez encontró un espejito en el que el otro me había escrito una cuarteta, y, furioso, lo ha hecho pedazos, creyendo borrar así, en una forma original y con una grosería, el efecto que el verso de Ramiro pudo causarme.

Es un novio formal, que me habla de asuntos, del dinero que gana y del que deja de ganar, y del porvenir, de ese porvenir, calmo y patriarcal, que él ansia para los dos. Una vez que nos casemos, haremos un viaje de bodas al Brasil y al retorno habremos de vivir en su estancia o en Buenos Aires, donde él seguirá amontonando dinero y yo comenzaré a tener hijos. ¿Qué más quiero, no es verdad? Te prevengo que casi están encantados y que todo se vuelven ponderaciones de Alberto. Sólo yo permanezco triste. Y es que yo, Beatriz, comparo.

¡Oh, Ramiro, qué enorme daño me has hecho queriéndome como me quisiste! Después de tu cariño, el amor de los otros es una cosa tonta y fastidiosa. Tienes razón: Nunca volveré a sentir otros besos como los tuyos; nunca me estremeceré de pasión como me estremecía al contacto de tus caricias; nunca me sentiré arrullada como me sentía cuando tú ibas vertiendo en mi corazón la dulzura de tus palabras; nunca el deseo acosará a mi carne, torturará mi espíritu como cuando tú lo provocabas ... y es que nunca volveré a amar como te amé a ti . . . Nunca . . . ¡Oh no! Quizá no me resuelva.

Ya ves, Beatriz, que paso por un momento de incertidumbre. Por un lado, Alberto, la tranquilidad, la despreocupación del porvenir, la seguridad de una era de paz, de vida sin zozobras, por el otro, Ramiro, mi Ramiro, con sus amores tormentosos, con sus apasionadas ternuras, su espíritu lleno de inquietudes, cuyo mañana es imposible de prever, sus caprichos que ayer me exigían un sacrificio imposible y que volverán a florecer en lo futuro. . .

El dilema no dejaría lugar a dudas si yo no quisiera a Ramiro. Pero lo quiero, lo quiero como es, y si no fuera porque no me animo, sino fuera porque no sé cómo, zafarme de este nuevo compromiso, no sé, pero creo que. . . En fin, hablemos de otras cosas.

Si él me llamara, si él volviera . . . entonces sí que estoy segura sobre lo que habría de responderle. Total, la vida es una sola, y es tonto querer huir de la felicidad cuando ella se presenta. Yo. . . Pero ya ves. Quería hablar de otras cosas y me ha sido imposible. Vuelvo a mi tema favorito, a mi único tema: Ramiro.

¡Pobrecito! ¿Qué hará ahora? ¿Pensará a veces en mí? Estoy segura. De lo contrario, te juro que me daría una gran tristeza. Y es que, como lo ves, aun no pierdo las esperanzas.

Tengo el presentimiento de que Dios no ha de permitir que nuestra separación sea definitiva.

Tuya,

Celia.

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