He vencido, amiga mía. Ramiro es, ahora, sólo mío. Ha roto con la chica de Gamboa, quien ya no me lo podrá disputar. Y ha roto a iniciativa de ella. Por eso creo que todo arreglo es imposible, pues si de Ramiro dependiera ya se hubieran arreglado. No puede olvidarla.

Sólo ahora me doy cuenta de cuánto la ha querido, por lo dolorosa que le resulta la separación. No trata de disimular su pena ni siquiera conmigo. Se pasa las horas mirando un más allá, silencioso, como si olvidara que yo estoy a su lado.

Como comprenderás, esa situación no es muy halagadora para mí, pero no puedo ser exigente.

Hago como si no me diera cuenta de nada y trato de distraerlo, pero es en vano.

Temo que me hable de ella. Ya varias veces lo ha intentado, con un mal gusto inconcebible. Se diría que ha dejado de mirarme como a una mujer y que sólo ve en mí a una hermana, a una amiga, un poco maternal, junto a la cual busca consuelo. Sin embargo, ahora que estoy sola, sabré reconquistarlo.

Y si el Diablo no interviene, va a ser preciso un milagro para impedirlo.

No te rías de que hable del Diablo. En este caso está encarnado en el padre de Ramiro, Enrique, mi ex pasión, que con toda ingratitud pretende imponerse entre ambos.

Ayer estuvo a verme y me dio todo un sermón de moral. 
Yo le prometí todo lo que quiso, pero pedile un plazo para cortar con su hijo, plazo que pienso utilizar para atarlo definitivamente a mi cariño.

La entrevista fue tormentosa.

Como ves, conociendo ahora el juego de todos, creo que está en mi mano ganar la partida.

Antonieta