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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 41

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 41

De Ramiro Varela a Celia Gamboa

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Divina:

Creí que mi anterior sería la última carta. Creí también que la pena que sentía, sería mi última pena. Después de ella, mi corazón cansado de sufrir, iba a insensibilizarse para siempre. La indiferencia, una piadosa indiferencia por la vida iba a ser el descanso de mi alma torturada por el agonizar de nuestro poema. No pensar en nada, no sentir, no desear. . .sumirme en un letargo espiritual que permitieran se cicatrizaran mis heridas, que me brindara un poquito de paz, el consuelo de un paréntesis de tranquilidad.

Por eso no quise verte, no acercarme a ti, huir de todos los sitios donde pudiera encontrar la tristeza de un recuerdo, la tortura de una añoranza.

Descansar, dormir. . . era toda la aspiración de mi dolor. Y busqué un retiro. . .y a mi retiro me llega la noticia de tu noviazgo.

Divina. . . ¡qué pronto me has olvidado!

Mi corazón se ha estremecido como ante un sacrilegio. Yo sabía que eso iba a llegar. Pero no creí que fuera tan pronto, no imaginé nunca que mi recuerdo se borraría con tanta presteza.

¡Qué pena tan grande la que me das ahora! Es como si en la hoguera donde se consumió toda mi ilusión quedaran aún unos leños sin quemarse, los últimos, y la llama que devoró todo el resto se aprestara también a transformarlos en cenizas. Pero antes temo que su fuego sea el motivo que genere una catástrofe.

Por eso te escribo. Para decirte que me voy. Que me voy para no verte, para no correr el peligro de encontrarte al lado de otro hombre. No podría resistirlo. Siento, tan sólo de pensarlo, un ansia criminal que me corroe las entrañas, que me envenena el corazón. Matar. . . Qué voluptuosidad maldita me asalta cuando por mi pobre cerebro cruza esa idea. Matar . . . Saber que nunca serás de otro, que nunca tus labios brindarán a otro lo que a mí me brindaron, que nunca tu ternura será de nadie. . . Oh, matar. . . las manos se me crispan y la razón se me obscurece.

No sabes qué frenesí de locura me asalta cuando te imagino en brazos de otro.

¡Entonces, es posible que tú seas feliz con otro cariño, es posible, sin que se derrumbe el cielo, que seas de otro, que reconozcas otro dueño sin que el mundo todo se desmorone!

Me voy, divina, ofreciéndote como último sacrificio el sacrificio más doloroso, más grande, más torturante: el de mi rebelión, el de no hacer nada, el de permitir que la enorme injusticia se realice, que el angustioso sacrilegio se lleve a cabo.

Ahora sí que te pierdo para siempre. Y junto contigo todas mis ansias de felicidad, todo mi derecho a la dicha, toda mi virilidad de hombre, mi religión de amante, el culto de mi idolatría, el motivo de mi existencia.

Y ahora, divina, ahora que ya no me quieres, ahora que eres de otro, ahora que sólo soy un extraño para ti, podrás apreciar toda la inmensidad de mi cariño.

Ramiro.

 

P. S. — No me contestes. Cuando recibas esta carta ya me habré embarcado en el vapor X.

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