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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 31

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 31

De Ramiro Varela a Celia Gamboa

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Divina:

¡Qué mala fuiste conmigo I

Me tratas como a un extraño, como a un aventurero que sólo deseara de ti el mezquino placer de los sentidos, a mí, divina, a mí, que te quiero con toda el alma, a mí que daría toda mi vida, toda mi sangre, por ti, a mí que sólo vivo por tu cariño, por tu amor, por tu ternura.

Y es que no me comprendes, divina. Tu negativa me hiere más de lo que tú supones, porque veo en ella una desconfianza, una prevención, que no debiera existir.

Cuando se ha llegado al límite de lo infinito, paradoja sólo posible tratándose de un amor como el nuestro, debe de pensarse con otro criterio que el que tú tienes, que el que tú usas para conmigo, que es el mismo que tendrías para con cualquier otro.

Nuestro amor está más allá de los convencionalismos, de las normas establecidas, de las costumbres sociales, de todo.

No es posible querer encauzar al infinito por los carriles de la vulgaridad, por el sendero trazado por la costumbre. Sería empequeñecerlo, tener un pobre concepto de él.

Tratándose de nosotros, todo aquello que en otras circunstancias pudiera tener un valor, una trascendencia o una importancia, la pierde, se diluye y desaparece, como un grano de sal en el océano.

Si ese grano de sal lo arrojas en un vaso de agua, la transformas. Si la arrojas al mar, éste queda inmutable.

Así, lo que la sociedad puede llamar una falta, arrojada en la pequeñez de un capricho o de una simpatía, quizá altere su pureza: en el océano de nuestro cariño, nadie alcanzaría a distinguirla.

Nadie más que nosotros, que nos sabríamos más unidos, más el uno del otro, después de esa comunión de nuestros seres, después de ese instante, en que nuestro cariño nos refundiría el uno con el otro, como dos metales que se funden, se entremezclan, se entrelazan en una aleación, para toda la eternidad, al contacto de un fuego lo suficientemente intenso para colocarlos más allá de su propia naturaleza.

Y nosotros, divina, estamos situados, por mandato de nuestro amor, más allá del prejuicio, más allá de las leyes de los hombres, más allá de la vida misma . . .

Pero para entender esto, es necesario que tú me quieras como yo creo que me quieres, como te quiero yo.

¿Me habré equivocado?

No, no es posible.

Porque entonces no habría lógica en el mundo.

Te besa y te idolatra.

Ramiro.

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