Carta 32
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Biografía y Obra | |
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango" |
Carta 32 De Celia Gamboa a Ramiro Varela |
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No, Ramiro, no. Es imposible. No debe ser, y no será. Vuelves de nuevo a tus malas ideas. Por un momento creí que eso no era más que un mal sueño, una pesadilla que los dos debíamos olvidar. Tú me lo prometiste también. ¡Qué feliz me hizo esa carta tuya, en que renunciabas, después de mi invocación, a tu madre, a la idea de tomarme! Y ahora vuelves a insistir. Han sido inútiles mis ruegos, mis súplicas, todo. Tienes esa idea fija en la cabeza y ya no será posible sacártela. Me has hecho mucho daño, Ramiro. He tratado por todos los medios posibles de disuadirte, y todo ha sido en vano. Por eso creo que no me quieres: tan sólo me deseas. Y no me deseas honestamente, como me dices, sino . . . pero estas son cosas que no debemos tratar nosotros, temas que deben borrarse de nuestra conversación. No quiero volver a oírte hablar así. Y tan no lo quiero, que voy a decirte una cosa muy dolorosa, que me hace sufrir mucho, pero me es necesaria: tenemos que separarnos, Ramiro. Tú ya no me quieres; sólo me deseas, y yo .. . yo estoy desengañada de tu cariño. Me has envenenado con él. Por eso quiero no verte más. A tu lado no me siento segura de mí misma. Esta declaración creo que bastará a tu vanidad de hombre y cesarás de perseguirme. Es un proyecto que tengo desde que me sentí débil, y si lo aplacé fue porque esperaba en ti una enmienda. Pero lo sucedido hoy, esa fea escena de violencia digna de un mozo de cordel y no de ti, me decide. Ya no nos veremos más, Ramiro. Concluimos así, en esta forma tan prosaica, una relación que prometía ser tan hermosa. ¡Cómo te he querido, Ramiro! ¡Con qué ansias esperaba tus cartas, con cuánta angustia veía irse al cartero cuando no me traía nada, con qué dichosa alegría reconocía tu modo de llamar cuando venías a verme y con qué pena te veía partir! Cuando tú me hablabas de tu cariño, de tu ternura, yo me conmovía toda, y, a pesar de sentirme feliz, enteramente feliz, asaltábanme ganas de llorar, de abrir la válvula de mis sollozos a mis nervios, torturados por un exceso de dicha. Toda mi vida estaba allí, en tus cartas, en tus visitas. Y toda queda allí . . . porque ahora, ahora me siento tan desdichada, con una desilusión tan grande, que me será imposible reconstruir todo lo que tú has destruido de ilusiones, de esperanzas, de sueños de felicidad. Por eso no continúa. Envíame mis cartas, Ramiro, y olvídame. No te costará gran trabajo el conseguirlo. Celia. |
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