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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 17

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 17

De Ramiro Varela a Celia Gamboa

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Mi vida:

Haces mal en estar celosa. Mi vida sentimental nace en ti, en tu cariño y en él ha de morir. Al margen de tu amor, sólo es posible la indiferencia, el hastío, la melancolía de las añoranzas, el dolor de no sentirme a tu lado.

No quiero tratar de convencerte de que tú eres la primera mujer que cruza por mi vida. Esos feos chismes que te han llevado tienen un fondo de verdad; otras mujeres se asomaron a mi espíritu, pero ninguna, lo oyes bien, Celia mía, ninguna logró entrar, posesionarse por entero de mi ser como tú lo has hecho. Y es porque es la primera vez que he querido. Tú eres el primer amor, el único amor de mi vida. Nadie, nunca fue antes amada como lo eres tú; nadie, nunca será amada como te amo yo. Lo mío ya no es cariño, es una adoración religiosa, una loca idolatría, una sed mortificante, ansia inexpresable, un desvarío que me arrastra más allá de la razón, más allá de lo concebible.

Por ti, por tu amor, por una sola de tus miradas, por la vaga promesa de una sola de tus caricias, por la más leve y fútil esperanza de un poco de tu ternura. . . ¡qué no daría yo! No sé. Toda mi sangre sería poco para ofrendártela, toda una vida de sufrimientos sería poco para ofrecerla en canje, el dolor de cien vidas sería pequeño para equilibrar en el otro platillo de la balanza la inmensa dicha, la inefable felicidad de un solo minuto, de un solo segundo, de un fugaz instante de cariño tuyo.

No debes estar celosa de mi pasado. Desde que tú me miraste, desde que tus ojos se posaron en mí, lo has borrado definitivamente, no has dejado ni la más ínfima parte de la molécula de un recuerdo. A tu lado, me siento como si acabara de nacer. En mi corazón no hay sitio sino para tu nombre, y mi recuerdo todo está lleno de ti, de tus gestos, de tus miradas, de tus caricias. . .

Desde que te conozco, todo lo relaciono contigo. La fecha de la primera entrevista — ¿la recuerdas, esa mañana en el baño? — marca un jalón que delimita un pasado, que siento ajeno, con un presente que es todo tuyo.

Pensado en ti, no se me ocurre meditar en otra cosa que no sea en Dios. Paréceme que la idea de tu existencia está ligada a la existencia de lo divino. No te concibo, sino como el fruto de unos místicos amores celestiales. Como los antiguos griegos, cada vez que te contemplo, mi espíritu, exaltado por tu vista reclama altares para adorarte. Allí estarás en tu sitio, hermosa novia que Dios me envía, allí envuelta como en una ilusión por el humo de los incensarios, iluminada por la luz de los cirios de mi devoción, y escuchando la ofrenda de mis plegarias que eternamente te murmuran al oído: Celia mía, que estás en mi alma . . .

Así te concibo; como un don de Dios; como una bendición del cielo; como una de esas lluvias benéficas que caen sobre los campos resecos; como una mañana de sol, tibio y reconfortante, después de una noche helada, en que el cielo ha torturado nuestras carnes; como una caricia piadosa después de un gran dolor; como un bálsamo milagroso sobre una herida; como una brisa fresca y suave después de una tarde de fiebre, como un consuelo después de una gran desesperación, como un instante de calma después de una gran angustia . . .

¡Oh, Celia mía! ¡Qué mal haces en torturarte con celos inútiles! Es casi un sacrilegio creer posible una traición cuando existe un cariño como el mío, que ha borrado mi pasado, que llena todo mi presente, y que desborda hacia el porvenir con la inefable promesa de sus futuras ternuras. . .

Pero no; tú no lo harás. Tú has de creer en mí, como yo creo en ti, ampliamente, absolutamente, sin ninguna reserva.

Sé que alguien tratará de desviarte de mi cariño. ¡Hay tantos envidiosos de la dicha ajena! Tú no debes hacerle caso. No me condenes jamás sin oírme, y piensa que aun aquellas cosas que puedan parecerte más inexplicables, pueden ser explicadas. No me pidas que sea claro ahora. No puedo. Ya llegará el día en que me darás la razón y habrás de agradecerme la reserva de hoy.

Por ahora, si me quieres, ha de bastarte saber que yo . . . ¡oh!, pero no voy a hacer nuevamente la profesión de fe de mi cariño. Sé que sería inútil. ¿Qué puede escribirse, qué palabras existen capaces de traducir un amor como el mío?

Cuando dudes, llámame y mírame en los ojos. Allá, en el fondo de ellos, leerás, más elocuente y decisiva, toda la verdad.

Y esa verdad sólo te dirá una cosa: Te quiero.

Ramiro.

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