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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 18

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 18

De Antonieta Lear, sin firmar, a Celia Gamboa

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Señorita:

Es usted un corazón duro, señorita Celia Gamboa. Lo que ha hecho usted conmigo, devolviéndome mi carta, esa pobre carta en que inútilmente he tratado de conmoverla, no tiene nombre. Ni siquiera ha querido usted que yo me engañara creyendo que quizá hubiera logrado enternecerla, apiadarla, y me devuelve mi carta, sin una palabra suya, envuelta en el más insultante de los desprecios. ¡Me desprecia usted, señorita! Lo comprendo: me desprecia porque he acudido a usted, una rival, mendigándole su compasión; porque no he reparado en mi dignidad, en mi orgullo, para solicitar algo que usted sólo concibe como el precio de una conquista.

Me desprecia usted, ignora lo que es querer, lo que es amar de veras, como amo yo, locamente, furiosamente, sin ver otra cosa que el ser amado, sin importársele de nada que no sea su cariño; no concibe que se haya hecho lo que he hecho yo... y seguramente no imagina lo que soy capaz de hacer: todo.

Todo sí, para reconquistar lo que me quitan, lo que quieren quitarme, lo que es mío.

Todo, todo. Usted, que nunca ha querido, que ni sospecha remotamente cómo es capaz de querer una mujer como yo, no se lo imagina.

Así como descendí a la súplica, a la humillación de arrastrarme a sus pies gritándole "¡Piedad!", así como maté mi orgullo, mi dignidad, mis vanidades . . así también soy capaz... ¡qué sé yo de lo que soy capaz! Pero cada vez que después de un esfuerzo de voluntad, después de un instante de calma, de razonamiento, pienso que Ramiro puede no volver más, dejar de quererme para siempre . . . oye usted . . . para siempre . . . ¡Con qué raro sonido retumba en los oídos esa palabra "siempre!". . . |Oh!, entonces me siento capaz de todo. . . de todo. . . ¡hasta del crimen!

Matar por él. . . sería casi una voluptuosidad nueva. Después me arrestarían, y mientras buscara un instante para ahorcarme en la cárcel, en el primer descuido de los guardianes, qué inmenso goce el mío, de ofrecerle a él, a mi elegido, a mí adorado, el holocausto de mi nombre, de mi posición, de mí vida... ¡sería como si volviera a entregarme a él, en una forma más completa, más definitiva!

Morir. . . morir por él. ¿Lo concibe usted, señorita? ¿Lo ama usted lo suficiente como para que esa idea no le haga mal, para alegrarse, ante esa perspectiva? ¿Sería usted capaz de llegar a ofrendarle tanto?

No. . . no sería usted capaz, pues fuera para ello menester quererlo como yo . . . y como yo, nadie lo quiere, nadie lo quiso nunca, ¡nadie lo querrá jamás!

Ya ve usted. En mi primera carta le he suplicado. Fue inútil. En esta la pongo en guardia.

La pongo en guardia contra su coquetería, contra su vanidad de mujer, que no quiere renunciar a ninguno de sus adoradores, y la pongo en guardia contra mí misma; contra una mujer enloquecida de dolor que ya ha perdido el control de sí misma, que ya no sabe, cuando piensa en su amor, lo que es el mal y lo que es el bien; contra una leona rabiosa a quien quieren arrebatarle sus cachorros; contra un peligro enemigo que odia con la misma intensidad con que ama.

i Cuidado, señorita, mucho cuidado!

No me robe lo que es mío . . . porque yo he de reconquistarlo, y si no puedo . . . entonces usted tampoco va a poder disfrutarlo. Se lo juro por él, que es el juramento más solemne, más sagrado que pudiera hacerle.

A.

P. S. — Señorita: Quizá me he excedido en esta carta, y he llegado a lastimarla. Si usted buenamente quiere olvidarse de Ramiro, y necesita para ello olvidarse primero de mis amenazas. . . hágamelo saber, señorita, que yo iré a arrojarme a sus pies y a pedirle perdón.

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