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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 16

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 16

Carta enviada sin firmar por Antonieta Lear a Celia Gamboa

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Señorita:

Sé que lo que voy a hacer no es correcto, pues voy a enviarle una carta que no puedo firmar, pero usted, que es buena, va a perdonarme. No le escribo por maldad de enviarle una noticia que quizá le haga daño, sino porque es el único camino que me resta, la única vía que en mi enorme desesperación veo expedita.

Hay un hombre — ¿a qué nombrarlo? — a quien usted atrae irresistiblemente con el encanto de su juventud, de su hermosura, de su bondad. Sé que no está aún enamorado de usted, pero que pronto ha de estarlo. Ese hombre es mío. Lo oye usted bien, señorita, es mío, todo mío, porque en él he depositado todo mi amor, toda mi ternura, todas mis esperanzas, mi vida toda. El es para mí lo único que me hace posible la vida. Por él amo, por él siento, por él vivo.

Si él llega a faltarme. . . ¡Dios mío!. . . no quiero pensado, pues volveríame loca.

Pues bien, señorita: hace un tiempo que usted ha comenzado,—sin quererlo quizá — a quitármelo. Y no debe hacerlo, señorita, usted que es buena, usted que es joven, hermosa, que ha de tener todo un cortejo de adoradores, que podrá ser feliz con otro, con el que usted quiera elegir. . . no, no me hará el inmenso daño de quitarme a ese que es lo único que yo tengo, lo único que yo puedo tener.

Yo ya no soy joven, y nunca he sido hermosa como lo es usted, ¡Cuántas veces viéndola pasar la he envidiado! ¡Y ahora más que nunca!

Cuando yo tenía su edad, no me hubiera importado sacrificar a uno de mis "flirts" pues creo que sólo es él de usted. Total, uno más o menos, es sólo asunto de vanidad. Usted no lo ha de querer aún. Le será simpático, atrayente y nada más... Déjemelo, entonces, a mí, que lo adoro, que lo idolatro con toda el alma, a mí que no podría vivir sin él.

Si usted lo rechaza, si usted no lo alienta él volverá a mí. Yo sé, señorita, que con usted no puedo luchar, que saldré vencida si usted quiere vencerme. ¿No es acaso esta confesión mía, suficiente para halagar su vanidad?

Déjemelo, hágame esa limosna, no me quite el único rayo de sol que alumbra mi vida. Yo se lo he de agradecer siempre, seré su esclava, su amiga, su servidora ... la sentiré tan ligada a mi gratitud, me será tan imposible olvidarla, la querré tanto que usted no se va a arrepentir del bien que me hará.

Créame, señorita, que para escribirle esta carta he tenido necesidad de acallar muchas cosas en mi interior. Pero sufro tanto pensando en que puedo perder al motivo de mi vida, que no he titubeado un instante en pisotear mis orgullos, mi dignidad, el respeto de mí misma, para hacerle esta súplica. Usted ha de comprender, señorita, que cuando se llega a estos extremos no es impulsada por un capricho, sino por la más loca e intensa de las pasiones.

Y siendo, como es usted, buena y hermosa, no va a querer hacerme el inmenso daño de negarme el sacrificio que le pido.

Yo, desde ahora, de rodillas se lo agradezco.

A.

P. S. — Señorita: Si cree usted que esta carta es el producto del buen humor o de la maldad de una amiga, y desea saber quién la envía, yo se lo diré. Volveré a pisotear mi orgullo y me daré a conocer. Tenga usted compasión de mí y ahórreme esa vergüenza, pero, si la juzga necesaria, avísame.

Puede escribir a Poste Restante Nº 69.

¡Sea buena, señorita!

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