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José Martí

"Amistad funesta"

Capítulo 3

Biografía de José Martí en Wikipedia

 
 
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Música: Mendelssohn - Children's Pieces Op. 72, No. 4
 

Amistad funesta
Capítulo 3 (Continuación)

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¡Gentes, carruajes, caballos! Pedro y Juan jinetean sin cesar toda la tarde, de la casa al parador, y de este a aquella. En las ciudades antiguas donde aun hay alegres posadas, y cierto indio que sabe francés, han comido casi todos los invitados. A las ocho de la noche empieza el baile. Toda la noche ha de durar. Al alba, el desayuno va a ser en el parador. ¡Oh qué tamales, de las especies más diversas, tiene dispuestos Petrona Revolorio! esta tarde, cuando los hizo, se puso el chal de seda. Ana no ha visto su sillón de flores. ¿Adónde ha de estar Adela, sino por el jardín correteando, enseñando cuanto sabe, a la cabeza de un tropel de flores, de flores de ojos negros?

¿Y Lucía? Lucía está en el cuarto de Ana, vistiendo ella misma a Sol. Ella, se vestirá luego. ¡A Sol, primero! Mírala, Ana, mírala. Yo me muero de celos. ¿Ves? el brazo en encajes. Tomo; ¡te lo beso! ¡Qué bueno es querer! Dime, Ana, aquí está el brazo, y aquí está la pulsera de perlas: ¿cuáles son las perlas? Y ¿de qué iba vestida Sol? De muselina; de una muselina de un blanco un poco oscuro y transparente, el seno abierto apenas, dejando ver la garganta sin adorno; y la falda casi oculta por unos encajes muy finos de Malines que de su madre tenía Ana.

-Y la cabeza ¿cómo te vas a peinar por fin? Yo misma quiero peinarte.

-No, Lucía, yo no quiero. No vas a tener tiempo. Ahora voy a ayudarte yo. Yo no voy a peinarme. Mira; me recojo el cabello, así como lo tengo siempre, y me pongo ¿te acuerdas? como en el día de la procesión, me pongo una camelia.

Y Lucía, como alocada, hacía que no la oía. Le deshacía el peinado, le recogía el cabello a la manera que decía. «¿Así? ¿No? Un poco más alto, que no te cubra el cuello. ¡Ah! ¿y las camelias?... ¿Esas son? ¡Qué lindas son! ¡qué lindas son!». Y la segunda vez dijo esto más despacio y lentamente como si las fuerzas le faltaran y se le fuera el alma en ello.

-¿De veras que te gustan tanto? ¿Qué flores te vas a poner tú?

Lucía, como confusa:

-Tú sabes: yo nunca me pongo flores.

-Bueno: pues si es verdad que ya no estás enojada conmigo, ¿qué te hice yo para que te pusieras enojada? si es verdad que ya no estas enojada, ponte hoy mis camelias.

-¡Yo, camelias!

-Sí, mis camelias. Mira, aquí están; yo misma te las llevo a tu cuarto. ¿Quieres?

¡Oh! si se pusiera toda aquella hermosura de Sol la que se pusiese tus camelias. ¿Quién, quién llegaría nunca a ser tan hermosa como Sol? ¡Qué lindas, qué lindas, son esas camelias! «Pero tú, ¿qué flores te vas a poner?».

-Yo, mira: Petrona me trajo unas margaritas esta mañana, estas margaritas.

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