Tomás de Kempis - Imitación de Cristo

Tomás de Kempis

"Imitación de Cristo"

Libro Cuarto

Biografía de Tomás de Kempis en Wikipedia

 

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Imitación de Cristo

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Libro 4 - Cap 11

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Capítulo XI
 

Que el Cuerpo de Cristo y la Sagrada Escritura son muy necesarios al alma fiel.

VOZ DEL DISCÍPULO

1. ¡Oh dulcísimo Señor Jesús! ¡Cuánta es la dulzura del alma devota, que se regala contigo en tu convite, donde no se le ofrece otro manjar que Tú, su único Amado, apetecible sobre todos los deseos de su corazón!

Será, ciertamente, muy dulce para mí derramar en tu presencia abundancia de afectuosas lágrimas, y regar con ellas tus pies, como la piadosa Magdalena.

Mas ¿en dónde está esta devoción? ¿En dónde el copioso derramamiento de devotas lágrimas?

Verdaderamente, todo mi corazón debería encenderse y llorar de gozo en tu presencia y en la de tus santos Ángeles.

Porque en el Sacramento te tengo realmente presente, aunque misteriosamente escondido bajo otras especies.

2. Mis ojos no podrían resistir el mirarte en tu propia y divina claridad; ni el mundo entero subsistiría ante el resplandor de la gloria de tu majestad.

Atiende, pues, a mi debilidad cuando te ocultas debajo de este Sacramento.

Yo, en verdad, tengo y adoro al mismo a quien los Ángeles adoran en el Cielo; mas yo solo con la fe por ahora, y ellos claramente y sin velo.

Yo debo contentarme con la luz de una fe verdadera, y caminar con ella, hasta que amanezca el día de la claridad eterna y se disipen las sombras de las figuras.

Mas cuando llegare este estado perfecto cesará el uso de los Sacramentos, porque los bienaventurados en el Cielo no necesitan de medicina sacramental.

Sino que están siempre inundados de gozo en la presencia de Dios, contemplando cara a cara su gloria; y transformados de esta claridad al abismo de la caridad de Dios, prueban las dulzuras del Verbo encarnado, como fue en el principio y permanecerá eternamente.

3. Acordándome de estas maravillas, cualquier consuelo, aunque sea espiritual, se me convierte en grave tedio; porque mientras no puedo ver a mi Señor claramente en su gloria, en nada estimo cuanto veo y oigo en el mundo.

Tú, Dios mío, me eres testigo de que nada es capaz de consolarme, ni de que criatura alguna puede tranquilizarme, sino Tú, Dios mío, a quien deseo contemplar eternamente.

Pero esto no es posible mientras vivo en carne mortal.

Por eso debo tener mucha paciencia, y sujetarme a Ti en todos mis deseos.

Porque también, Señor, tus Santos, que ahora se regocijan contigo en el reino de los cielos, esperaban con gran fe y paciencia, mientras vivían en este mundo, la venida de tu gloria.

Lo que ellos creyeron, creo: lo que esperaron, espero: adonde llegaron ellos finalmente con tu gracia, confío también llegar.

Entretanto, seguiré caminando con fe, confortado con los ejemplos de los Santos.

También los Sagrados Libros me servirán de consuelo y serán el espejo de mi vida; y sobre todas estas cosas tu sacratísimo Cuerpo será mi especial remedio y refugio.

4. Pues de dos cosas conozco que tengo grandísima necesidad en esta vida miserable, sin las cuales no podría soportarla.

Encerrado en la cárcel de este cuerpo, me son absolutamente indispensables dos cosas: el alimento y la luz.

Dísteme, pues, como a enfermo tu sagrado Cuerpo para alimento del alma y del cuerpo; y, además me comunicaste tu palabra para que sirviese de luz a mis pasos.

Sin esas dos cosas no me sería vantadas al cielo sus manos, que tocan al Criador del cielo y de la tierra.

Para los sacerdotes se dice especialmente en la Ley: Sed santos porque Yo, vuestro Dios y Señor, soy Santo.

8. Ayúdenos tu gracia, oh Dios omnipotente, a los que hemos recibido el ministerio sacerdotal, para que podamos servirte digna y devotamente con toda pureza y con buena conciencia.

Y si no podemos obrar con tanta inocencia de vida como debiéramos, otórganos llorar dignamente los pecados que hemos cometido, y servirte en lo sucesivo con mas fervor, con espíritu de humildad, y con buena y constante voluntad.

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