"Las desventuras del joven Werther" Carta 90
|
|
Biografía de Johann Wolfgang von Goethe en Wikipedia | |
Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108 |
Las desventuras del joven Werther |
<<< | Carta 90 | >>> |
Werther llamó a su criado cerca de las diez: mientras le vestía le dijo que iba a emprender un viaje de algunos días, y que era preciso, por consiguiente, arreglar la ropa y preparar las maletas; le mandó, además, pedir todas las cuentas que había que pagar, recoger muchos libros que había prestado, y dar, a algunos pobres, a quienes socorría una vez por semana, el importe anticipado de la limosna de dos meses. Dio orden de que le sirvieran el almuerzo en su cuarto, y después de comer, se fué a casa del juez, a quien no encontró. Se paseó por el jardín con aire pensativo, que parecía indicar el deseo de fundir en una sola todas las ideas capaces de avivar sus amarguras. Los niños del juez le dejaron solo mucho tiempo; salieron a su encuentro saltando de alegría, y le dijeron que cuando llegase mañana, y pasado mañana, y el día siguiente, Carlota les daría los aguinaldos: sobre esto le contaron todas las maravillas que les prometía su imaginación. — '¡Mañana!— exclamó Werther; — ¡y pasado mañana... y después otro día!" Los besó cariñosamente y se disponía a dejarlos, cuando el más pequeño dio señales de querer decirle algo al oído. El secreto se redujo a participarle que sus hermanos mayores habían escrito felicitaciones para año nuevo: una para el papá, otra para Alberto y Carlota, y otra para Werther. Todas las entregarían por la mañana temprano el primer día del año. Estas palabras le enternecieron: hizo algunos regalos a todos, y después de encargarles que diesen memorias a su papá, montó a caballo y se marchó con lágrimas en los ojos. A las cinco volvió a su casa; recomendó a la criada que cuidase de la lumbre hasta la noche, y encargó al criado que metiera los libros y la ropa blanca en el fondo del baúl y empaquetara los trajes. Parece probable que después de esto fuese cuando escribió el siguiente párrafo de su última carta a Carlota: "Tú no me esperas; tú crees que voy a obedecerte y a no volver a tu casa hasta la víspera de Navidad... ¡Oh, Carlota!... hoy o nunca. El día de Nochebuena tendrás este papel en tus manos trémulas y lo humedecerás con tus preciosas lágrimas. Lo quiero... es preciso. ¡Oh!, ¡qué satisfecho estoy en mi resolución!"
Entretanto Carlota se hallaba en una situación de ánimo bien extraña. En su última entrevista con Werther había comprendido cuán difícil le sería decidirle a que se alejara, y había adivinado mejor que nunca los tormentos que el infeliz iba a padecer separado de ella. Habiendo participado a su marido, como incidentalmente, que Werther no volvería hasta la víspera de Navidad, Alberto se fue a ver al juez de un distrito inmediato para ventilar un asunto que debía retenerle hasta el siguiente día. Carlota estaba sola; ninguna de sus hermanas se encontraba a su lado. Aprovechando esta circunstancia, se abandonó a sus ideas y dejó vagar su espíritu entre los afectos de su pasado y su presente. Se veía unida para siempre a un hombre cuyo amor y fidelidad le eran bien conocidos, y a quien amaba con toda su alma: a un hombre que por su carácter, tan entero como apacible, parecía formado para asegurar la felicidad de una mujer honrada. Comprendía lo que este nombre era y debía ser siempre para ella y para su familia. Esto aparte, le fue tan simpático Werther desde el momento en que se conocieron, y llegó a serle tan querido; era tan espontaneo el afecto que los unía y habia engendrado tal intimidad el largo trato que medió entre ambos, que el corazón de Carlota conservaba de ello impresiones indelebles. Sé había acostumbrado a contarle todo lo que pensaba, todo lo que sentía. Así pues, la marcha de Werther iba a producir en la vida de Carlota un vacío que nada podía llenar. ¡Ah! ¡Si ella hubiera podido hacerle su hermano, qué feliz hubiera sido! ¡Si hubiera podido casarlo con alguna de sus amigas! ¡Si hubiera podido restablecer la buena inteligencia que antes reinó entre Alberto y él! Pasó en su mente revista a todas sus amigas y en todas encontraba defectos... ninguna le pareció digna del amor de Werther. Después de mucho reflexionar, concluyó por sentir confusamente, sin atreverse a confesárselo, que el secreto deseo de su corazón era reservárselo para ella, por más que se decía a sí misma que ni podía ni debía hacerlo. Su alma, tan pura y tan hermosa y hasta entonces tan inaccesible a la tristeza, recibió en aquel momento una herida cruel. La perspectiva de su dicha se disipaba entre las nubes que cubrían el horizonte de su vida. A las seis y media oyó a Werther, que subía la escalera, preguntando por ella. Al momento reconoció sus pasos y su voz, y su corazón latió vivamente por primera vez, podemos decirlo, al acercarse el joven. De buena gana hubiera mandado que le dijesen que no estaba en casa, y cuando le vio entrar no pudo menos de exclamar con visible embarazo y llena de emoción: — ¡Ah!, habéis faltado a vuestra palabra. — Yo nada os prometí — repuso él. — Pero debísteis haber accedido a mis súplicas, atendiendo a que os las hice para bien de ambos. No reparaba en lo que hacía, ni en lo que decía, y envió por dos amigas suyas para no estar a solas con Werther. Este dejó algunos libros que se había llevado y pidió otros. Carlota esperaba con afán que sus ¿migas llegasen; pero un momento después deseaba lo contrario. Volvió la criada y dijo que ninguna de las dos podía complacerla. Entonces se le ocurrió dar a la criada orden de que se quedase en la habitación inmediata haciendo labor; pero al punto mudó de idea. Werther se paseaba por la sala con visible agitación. Carlota se sentó al clave y quiso tocar un minué: sus dedos se resistían a secundar su intento. Dejó el clave y fue a sentarse al lado de Werther, que ocupaba en el sofá su sitio de costumbre. —¿No traéis nada que leer? — dijo Carlota. No traía nada. —Ahí, en mi cajón — prosiguió, — tengo la traducción que hicisteis de algunos cantos de Ossiam. Todavía no la he visto, porque esperaba que vos me la leyerais; pero hasta ahora no se ha presentado ocasión. Werther se sonrió y fue por el manuscrito. Al cogerlo experimentó un involuntario estremecimiento: al hojearlo se llenaron de lágrimas sus ojos. Luego, esforzándose para que su voz pareciera segura, leyó lo que sigue: "¡Estrella del crepúsculo, que resplandeces soberbia en Occidente, que asomas tu radiante faz por entre las nubes y te paseas majestuosa sobre la colina!... ¿qué miras a través del follaje? Los indómitos vientos se han calmado; se oye lejano el ruido del torrente; las espumosas olas se estrellan al pie de las rocas, y el confuso zumbido de los insectos nocturnos se cíeme en los aires. ¿Qué miras, luz hermosa? Sonríes y sigues tu camino. Las ondas se elevan gozosas hasta tí, bañando tu brillante cabellera. ¡Adiós, rayo de luz dulce y sereno! ¡Y tú, sublime luz del alma de Ossiam, brilla, aparece a mis ojos! "Vedla; allí asoma en todo su esplendor. Ya distingo a mis amigos muertos; se reúnen en Lora como en mejores días... Fingal avanza como una húmeda columna de bruma; en torno suyo están sus valientes. Ved los dulcísimos bardos: Ulino con su cabello gris; el majestuoso Ryno; Alpino, el celestial cantor, y tú, quejumbrosa Minona. ¡Cuánto habéis variado, amigos míos, desde las fiestas de Selma, donde nos disputábamos el honor de cantar, como los céfiros de primavera, que columpian unas tras otras las susurrantes hierbas de la montaña! "Se adelantó Minona, en todo el esplendor de su belleza, con la vista baja y los ojos llenos de lágrimas. Flotaba su cabellera a merced del viento que Soplaba desde la colina; el alma de los héroes se entristeció al oír su dulce canto; porque habían visto muchas veces la tumba de Salgar, y muchas también la agreste morada de la blanca Colma... de Colma, abandonada en la montaña, sin más compañía que la del eco de su voz melodiosa. Salgar había prometido ir pero antes de que llegase, la noche se extendía en derredor. Escuchad la voz de Colma, cuando estaba sola, sentada en la roca: COLMA "Es de noche: estoy sola, extraviada en la tempestuosa colina. El viento sopla en las montañas. El torrente se precipita con estruendo desde lo alto de las rocas. No tengo ni una cabaña que me defienda contra la lluvia, y estoy abandonada entre estos peñascos azotados por la tormenta. "Rompe, ¡oh, luna!, tu prisión de nubes. ¡Dejadme ver vuestros resplandores, luceros de la noche! Que un rayo de luz me guíe al sitio donde el dueño de mi amor reposa de las fatigas de la caza, con el arco suelto a sus pies, con los perros jadeando a su rededor. ¿Tendré que permanecer aquí, sola y sentada sobre la roca, encima del torrente? Oigo los rugidos del torrente y del huracán; pero ¡ay! no llega a mis oídos la voz del que amo. "¿Por qué tarda tanto mi Salgar? ¿Habrá olvidado su promesa? Estos son la roca y el árbol; éstas las espumosas ondas. Tú me prometiste venir aquí al anochecer... ¡Ah! ¿Dónde estás, Salgar mío? Yo quería huir contigo; yo quería abandonar por ti a mi orgulloso padre y a mi orgulloso hermano. Hace mucho tiempo que son enemigas nuestras familias; pero nosotros no somos enemigos, Salgar. "Guardad un poco de silencio; ioh, vientos! ¡Oh, torrente, deja de bramar un rato! Dejad que mi voz resuene por todo el valle, y que la oiga mi viajero. Salgar, yo soy quien te llama. Aquí están el árbol y la roca. Salgar, dueño mió, aquí me tienes; ven... ¿por qué tardas? "La luna aparece: las aguas, en el valle, reflejan sus rayos; las rocas se esclarecen, las cumbres se iluminan; pero no veo a mi amado. Sus perros, que siempre se le adelantan, no me anuncian su venida. ¡Ah!, Slalgar, ¿por qué me dejas sola? "Pero ¿quiénes son aquellos que se divisan allá entre los arbustos? Hablad, amigos míos... ¡ah! no contestan... iqué ansiedad siente mi alma!... iEstán muertos! Sus cuchillas están teñidas con la sangre del combate. ¡Oh, hermano, hermano mío!... ¿por qué has muerto a mi Salgar? Y tú, mi querido Salgar, ¿por qué has muerto a mi hermano? ¡Os quería tanto a los dos! Estabas tú tan bello entre los mil guerreros de la montaña! ¡Y él era tan bravo en la pelea! Escuchad mi voz y respondedme, amados míos. Pero ¡ay de mí! están mudos, mudos para siempre. Sus corazones están helados como la tierra. "¡Oh! Desde las altas rocas, desde las cumbres en que se forman las tempestades, habladme vosotros, espíritus de los muertos. Yo os escucharé sin pavor. ¿A dónde habéis ido a reposar? ¿En qué gruta del monte podré encontraros? Ninguna voz suspira en el viento; ningún gemido solloza entre los de la tempestad. Aquí, abismada en mi dolor, anegada en llanto, espero la nueva aurora. Cavad su sepultura, amigos de los muertos; pero no la cerréis hasta que yo baje a ella. Mi vida se desvanece como un sueño. ¿Acaso puedo sobrevivirles? Aquí, cerca del torrente que salta entre peñascos, es donde quiero permanecer con ellos. Cuando la noche caiga sobre la montaña y silbe el viento entre los matorrales, mi espíritu se lanzará al espacio lamentando la muerte de mis amigos. El cazador me oirá desde su cabana de follaje; mí voz le dará miedo y, sin embargo, le gustará, porque será dulce mientras llore por ellos. ¡Los quería tanto! "Así cantabas, ¡oh, Minona, bella y pálida hija de Thorman! Nuestras lágrimas corren por Colma y nuestra alma se torna sombría como la noche. "Ulino apareció con el arpa y nos dejó oír el canto de Alpino. Alpino fue un cantor melodioso, y el alma de Ryno era un rayo de fuego. Pero uno y otro yacían en la estrecha mansión de los muertos, y sus voces no resonaban ya en Selma. Un día, al volver Ulíno de la caza, antes que los dos héroes hubiesen sucumbido, les oyó cantar en la colina. Su canto era dulce, pero triste. Lloraban la muerte de Morar, el mayor de los héroes. El alma de Morar era gemela de la de Fingal: su espada, semejante a la espada de Oscar. Murió: gimió su padre y los ojos de su hermana Minona se llenaron de lágrimas al oír el canto de Ulíno. Minona retrocedió, como la luna esconde su cabeza detrás de las nubes cuando presiente la tempestad. Yo acompañaba con el arpa el canto de dolor.
RYNO "El viento y la lluvia cesaron ya; las nubes se disipan; el cielo aparece sereno, el sol, caminando al ocaso, dora con sus últimos rayos las crestas de los montes. El torrente enrojecido rueda por el valle. Dulce es el murmullo del río, pero más dulce es la voz de Alpino cuando canta a los muertos. Su cabeza está inclinada por el peso de los años, y sus ojos escaldados por el llanto. Alpino, noble bardo, ¿por qué vagas solitario por la montaña silenciosa? ¿Por qué gimes como el viento en el bosque y como la ola que se rompe en la lejana playa?
ALPINO "Mi llanto, Ryno, brota por los muertos. Mi voz se eleva por los habitantes de la tumba. Tú eres ágil y esbelto, Ryno; eres bello entre los hijos de la montaña; pero caerás como Morar, y la aflicción irá también a sentarse sobre tu sepulcro. Te olvidarán las colinas, y tu arco abandonado penderá de lo alto de la muralla. "¡Oh, Morar!, tú eras ligero como el corzo que ama la colina, terrible como el fuego del cielo en la obscuridad de la noche; tu cólera era una; tempestad; tu espada, un rayo en el combate, tu voz era el rugido del torrente después de la lluvia, el del trueno rodando sobre las montañas. Muchos han caído al golpe de tu brazo; la llama de tu cólera los ha consumido... Pero cuando volvías de la guerra, ¡qué dulce y apacible era tu acento! Tu rostro parecía el sol después de la tormenta; semejaba la luna iluminando una noche serena. Tu pecho era un reflejo del mar cuando se calma el viento que lo agita. "¡Qué pequeña y sombría es ahora tu morada! Con tres pasos se mide la sepultura del que no ha mucho fué tan grande. Cuatro piedras cubiertas de musgo son tu único monumento. Un árbol sin hojas, altas hierbas que mece la brisa. Eso es todo lo que revela al experto cazador el sitio donde yace el poderoso Morar. Tú no tienes madre ni amante que te lloren: murió la que te dio el ser: murió también la hija de Morglan. "¿Quién es aquel hombre que se apoya tristemente en un bastón? ¿Quién, aquel hombre cuya cabeza blanquea antes de tiempo, y que no cesa de llorar ? Es tu padre, ¡ oh. Morar!, tu padre, que no tenía otro hijo. Muchas veces oyó hablar de tu valor, de los enemigos que cayeron a los golpes de tu espada: muchas veces oyó hablar de la gloria de Morar; ¡ay! ¿por qué le contaron también tu muerte? Llora, desgraciado padre, llora, que tu hijo no te oirá. El sueño de los muertos es muy profundo; su almohada de polvo está muy honda. No se levantará tu hijo para oír tu voz; no se despertará a tus gritos. ¡Ah! ¿Cuándo penetrará la luz en el sepulcro? ¿Cuándo se podrá decir al que duerme en él: "despierta"? "¡Adiós, noble joven, adiós valiente guerrero! Ya no volverán a verte los campos de batalla; ya el bosque sombrío no se iluminará con el centelleo de tu espada. No has dejado hijos; pero el canto de los trovadores conservará y transmitirá tu nombre a la posteridad. Las edades futuras oirán hablar de tus hazañas y conocerán a Morar. "La aflicción de los guerreros era profunda; pero los sollozos de Armino la dominaban. Este canto le recordó la pérdida de un hijo, muerto en la flor de su edad. Carmor estaba junto al héroe: Carmor, el príncipe de Galmal, el de los ecos sonoros. "¿Por qué suspiras de ese modo?, le dijo. ¿Es aquí donde hay que llorar? La música y el canto que se oyen, ¿no son para reanimar el espíritu, lejos de abatirlo? Ligeros vapores se escapan del lago, invaden el bosque y humedecen las flores: el sol aparece brillante, y los vapores se disipan. ¿Por qué estás tan afligido, ¡oh, Armino!, tú que reinas en Gorma, que está rodeada de agua?
ARMINO "Estoy afligido, y tengo motivos poderosos para estarlo. Carmor, tú no has perdido un hijo ni tienes que llorar la muerte de una hija radiante de hermosura. Colgar, el intrépido joven, vive aún, y vive también Amira, la más bella de todas las doncellas. Los retoños de tu raza florecen, Carmor; pero Armino es el último de una rama seca. Sombrío es tu lecho, Daura; profundo tu sueño en el sepulcro. ¿Cuándo despertarás? ¿Cuándo volverá a resonar tu voz melodiosa? ¡Levantaos, vientos de otoño... desencadenaos sobre la obscura maleza!... Rugid, torrentes de la selva... Huracanes, arrancad a vuestro paso las encinas... Y tú, ¡oh, luna!, muestra y esconde alternativamente tu pálido rostro por entre las rasgadas nubes. Recuérdame la terrible- noche en que perecieron mis hijos, en que sucumbió el poderoso Arindal, en que dejó de vivir la amable Daura. "Daura, hija mía; tú eres hermosa como el astro de plata que esclarece la colina, blanca como la nieve y dulce, dulce como la brisa embalsamada de la mañana. "Arindal, tu arco era invencible, fuerte tu lanza, poderosa tu mirada, como la nube que rueda sobre las olas: tu escudo parecía un meteoro en el seno de una tempestad. "Armar, célebre en los combates, solicitó el amor de Daura y bien pronto lo obtuvo, con gran alegría y esperanza de sus amigos. Pero Erath, hijo de Odgal, temblaba de ira, porque su hermano había sido muerto por Armar. Vino disfrazado de batelero; su barca se mecía gallardamente sobre las ondas. Traía el pelo blanco: su semblante era grave y tranquilo. "¡Oh!, tú, la más bella de las jóvenes, amable hija de Armino, dijo: allí, en una roca, no lejos de la orilla, espera Armar a su querida Daura." Ella le siguió y llamó a Armar; pero el eco sólo contestó a su voz. "Armar, dueño mío, mi bien, ¿por qué me apesadumbras de este modo? Escucha, hijo de Armath, oye mis ruegos... Es tu Daura quien te llama." "El traidor Erath huyó hacia la tierra riéndose. Daura se deshizo en gritos, llamando a su padre y a su hermano: "Arindal, Armiño, ¿no vendréis ninguno de los dos a salvar a vuestra Daura?" "Su voz cruzó los mares. Arindal, mi hijo, descendió de la montaña cargado con el botín de la caza, con las flechas suspendidas del costado, el arco en la mano y rodeado de cinco perros negros. Distinguió en la orilla al imprudente Erath; se apoderó de él y le ató a un roble con fuertes ligaduras. Mientras, Erath llenaba el espacio de gemidos. "Arindal se embarca para libertar a Daura. En esto llega Armar, prepara furioso una flecha, silba el dardo y te atraviesa el corazón, y tú, hijo mío, pereces del golpe destinado al pérfido Erath. En el momento en que la barca arribó a la roca, Arindal exhaló el último suspiro. ¡Oh, Daura! La sangre de tu hermano corrió a tus pies. ¡Cuál sería tu desesperación! "La barca, deshecha contra la roca, se sumergió en el abismo. Armar se arrojó al agua para salvar a Daura o morir. De pronto, una ráfaga de viento baja de la montaña, arremolina el oleaje, y Armar desaparece y no vuelve del abismo. "Mi desgraciada hija quedaba sin amparo, sola, sobre un peñasco azotado por las olas. Yo, su padre, oía sus lamentos, y nada podía intentar en su auxilio. Toda la noche permanecí en la orilla, contemplándola a los débiles rayos de la luna. Toda la noche estuve oyendo sus clamores. El viento bramaba, el agua caía a torrentes, y la voz de Daura se iba debilitando a medida que se acercaba el día. Pronto se extinguió por completo, como se desvanece la brisa de la tarde entre las hierbas de la roca. Consumida por la desesperación, expiró dejando a Armino solo en el mundo. Ya no existe el que constituía mi poder en la guerra; no existe la que era mí orgullo entre las doncellas. "Cuando las tormentas bajan de la montaña; cuando el viento del Norte solivianta las aguas, yo me siento en la ribera, y fijo mis ojos en la funesta roca. Muchas veces, cuando la luna aparece en el cielo, veo flotar en una penumbra luminosa las almas de mis hijos, que vagan por el espacio unidos en abrazo fraternal." |
||
<<< | Carta 90 | >>> |
Índice obra | ||
|