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Johann Wolfgang von Goethe

"Las desventuras del joven Werther"

Carta 91

Biografía de Johann Wolfgang von Goethe en Wikipedia

 
 

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Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108
 

Las desventuras del joven Werther

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Un torrente de lágrimas, que brotó de los ojos de Carlota, desahogando su oprimido corazón, interrumpió la lectura de Werther. Éste arrojó a un lado el cuaderno, y apoderándose de una de las manos de la joven, vertió también amargo llanto. Carlota, apoyando la cabeza en la otra mano, se cubrió el rostro con el pañuelo. Víctimas él y ella de una terrible agitación, veían su propio infortunio en la suerte de los héroes de Ossian y juntos lo deploraban. Sus lágrimas se confundieron. Los ardientes labios de Werther abrasaron el brazo de Carlota; ella se estremeció y quiso apartarse, pero el dolor y la compasión la tenían clavada en su asiento, como si una mole de plomo pesase sobre su cabeza. Ahogándose y queriendo dominarse, suplicó sollozando a Werther que prosiguiese la lectura; su voz rogaba con un acento celestial. Werther, cuyo corazón latía con tal violencia que parecía querer salirse del pecho, temblaba; cogió de nuevo el libro y leyó con insegura voz.

"¿Por qué me despiertas, brisa de la primavera? Tú me acaricias y me dices: — "Traigo conmigo el rocío del cielo; pero pronto estaré marchita, porque pronto vendrá la tempestad que arrebatará mis hojas. Mañana llegará el viajero; vendrá el que me ha conocido en toda mi belleza; su vista me buscará en torno suyo, me buscará y no me encontrará."

Estas palabras causaron a Werther un profundo abatimiento. Se arrojó a los pies de Carlota en el último grado de la desesperación; y cogiéndole las manos, las oprimió contra su frente y sus ojos.

Carlota sintió entonces un vago presentimiento de un siniestro propósito. Turbado su juicio, cogió a su vez las manos de Werther y las colocó contra su corazón. Inclinóse hacia él con ternura y sus abrasadas mejillas se tocaron. El mundo desapareció para ellos; él la estrechó entre sus brazos, la apretó contra su pecho y cubrió de frenéticos besos los temblorosos labios de su amada, que susurraban palabras entrecortadas.

— "¡Werther!" — murmuraba ella con voz ahogada y desviándose; — "¡Werther!" — repetía, y con suave movimiento intentaba alejarse. — "¡Werther!" — exclamó por tercera vez, ya con acento digno e imponente.

Él se sintió dominado; la soltó, y se prosternó ante ella, como loco. Carlota se levantó, y, completamente turbada, indecisa entre el amor y la cólera, le dijo:

— Es la última vez, Werther; no volveréis a verme.

Y lanzando a aquel desgraciado una mirada llena de amor, corrió a la habitación inmediata y se encerró en ella. Werther extendió las manos sin atreverse a detenerla. En el suelo, y con la cabeza apoyada en el sofá, permaneció más de media hora.

Al cabo de este tiempo oyó ruido y volvió en sí. Era la criada que venía a poner la mesa. Se levantó y empezó a pasear por la habitación. Cuando volvió a quedarse solo, se aproximó a la puerta por donde había desaparecido Carlota y exclamó en voz baja:

—-iCarlota! ¡Carlota!, una palabra sola, un adiós siquiera...

Ella guardó silencio. Werther esperó, suplicó; luego se alejó de la puerta gritando:

— ¡Adiós, Carlota... adiós para siempre!

Llegó a las puertas de la ciudad; los guardias, que estaban acostumbrados a verle, le dejaron pasar. Caían menudos copos de nieve. Llegó a su casa cerca de las once.

El criado notó que no llevaba sombrero, pero no se atrevió a decírselo. Le ayudó a desnudarse: toda la ropa estaba calada. Más tarde encontraron el sombrero en un peñasco que descuella sobre todos los de la montaña y que parece próximo a desgajarse sobre el valle. No se comprende cómo en una noche lluviosa y obscura pudo llegar a aquel punto sin despeñarse.

Se acostó y durmió mucho tiempo. Al día siguiente, al entrar el criado a llevarle el café, le halló escribiendo. Añadía el siguiente pasaje a la carta para Carlota:

"Esta es la última vez que abro los ojos; la última, ¡ay de mí! Ya no volverán a ver la luz del sol, que hoy se oculta detrás de una niebla densa y sombría. ¡Sí, viste de luto, Naturaleza! Tu hijo, tu amigo, tu amante se acerca a su fin. Carlota, es una cosa que no se parece a nada, y que sólo puede compararse con las percepciones confusas de un sueño, el decirse:—'"iEsta mañana es la última!" Carlota, apenas puedo percatarme del sentido de esta palabra. "¡La última!" Yo, que ahora tengo la plenitud de mis fuerzas, mañana, rígido y sin vida, estaré sobre la tierra. ¡Morir! ¿Qué significa? Ya lo ves; los hombres soñamos siempre que hablamos de la muerte. He visto morir a mucha gente; pero somos tan pobres de inteligencia que, a pesar de cuanto vemos, nunca sabemos nada del principio ni del fin de la vida. En este momento todavía soy mío... todavía soy tuyo, sí, tuyo, querida Carlota; y dentro de poco... ¡separados... desunidos, quizás para siempre! ¡No, Carlota, no! ¿Cómo puedo dejar de ser? Existimos, sí. ¡Dejar de ser! ¿Qué significa esto? Es una frase más, un ruido vano que mi corazón no comprende. ¡Muerto, Carlota! ¡Cubierto por la tierra fría, en un lugar estrecho y sombrío! Tuve yo en mi adolescencia una amiga que carecía de apoyo y de consuelo. Murió y la acompañé hasta Ja fosa, donde estuve cuando bajaron el ataúd; oí el crujir de las cuerdas cuando las soltaron y cuando las recogieron. Luego, arrojaron la primera palada de tierra y la fúnebre caja produjo un ruido sordo, después más sordo, y luego todavía más sordo, hasta que quedó completamente cubierta de tierra. Me postré al lado de la fosa, delirante, oprimido, con las entrañas conmovidas; pero sin saber nada de mi origen ni de mi porvenir. ¡Muerte! ¡Sepulcro! No comprendo estas palabras.

"¡Oh! ¡Perdóname! ¡perdóname! Ayer... aquel debió ser el último momento de mi vida. ¡Oh, ángel mío! Por primera vez, sí, por primera vez, y sin duda alguna, penetró en mi corazón y lo abrasó este dulce pensamiento: ¡me ama! jme ama! Aún me quema los labios el fuego sagrado que brotaba a torrentes de los tuyos; todavía inundan mi corazón estas delicias abrasadoras. ¡Perdóname! ¡perdóname! Sabía que me amabas: lo sabía desde tus primeras miradas, aquellas miradas llenas de tu alma; lo sabía desde la primera vez que estrechaste mi mano. Y, sin embargo, cuando me separaba de ti o veía a Alberto a tu lado, me saltaban febrHes dudas.

"¿Te acuerdas de las flores que me enviaste el día de aquella enojosa reunión en que ni pudiste darme la mano, ni decirme una sola palabra? Pasé media noche arrodillado ante las flores, porque eran para mí el sello de tu amor; pero, ¡ay! esas impresiones se borraron como se borra poco a poco en el corazón del creyente el sentimiento de la gracia que Dios le prodiga por medio de símbolos visibles. Todo perece, todo, pero ni la misma eternidad puede destruir la candente vida que ayer recogí en tus labios y que siento dentro de mí. ¡Me ama! Mis brazos la han estrechado; mi boca ha temblado, ha balbucido palabras de amor sobre su boca. ¡Es mía! ¡Eres mía! ¡Sí, Carlota; mía para siempre!

"iQué importa que Alberto sea tu esposo? ¡Tu esposo! No lo es más que para el mundo; para ese mundo que dice que amarte y querer arrancarte de los brazos de tu marido para recibirte en los míos, es un pecado. ¡Pecado!, sea. Si lo es, ya lo expió. Yo he saboreado ese pecado en toda su celestial voluptuosidad. He aspirado el bálsamo de la vida y con él he fortalecido mi alma. Desde ese momento eres mía, ¡eres mía, oh, Carlota! Voy delante de ti; voy a reunirme con mí padre, que también lo es tuyo. Carlota: me quejaré a él y me consolará hasta que tú llegues. Entonces volaré a tu encuentro, te cogeré en mis brazos y nos uniremos a presencia del Eterno: nos uniremos con un abrazo que nunca tendrá fin.

"No sueño ni deliro. Al borde def sepulcro brilla para mí la verdadera luz. ¡Volveremos a vemos! ¡Veremos a tu madre y le contaré todas las cuitas de mi corazón! ¡Tu madre! ¡Tu perfecta imagen!

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