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Joaquín Dicenta

"La casa quemada"

Capítulo 2

Biografía de Joaquín Dicenta en Wikipedia

 
 
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Música: Rachmaninov - Op.36, Sonata No.2 -II. Non allegro
 

La casa quemada

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II

El negocio era provechoso y merecía la pena de emprenderlo, aunque ello significara un año de separación. Al cabo del año estaría bien vendido el esparto, a que obligaba la contrata y Nelo podría abandonar Orán volviendo a Elche con algunos billetes de a mil.

Bienestar presente y futuro le significaba el negocio. Mejor vida para su Roseta y más seguro porvenir para Tonet y para los hijos que cariño y tiempo aportaran. De suerte que Nelo aceptó las proposiciones. Aquella noche era la fijada para tomar la carretera de Alicante y embarcarse a bordo de un vapor que al amanecer haría rumbo a Orán.

Mientras Roseta, que, con Tonet, acompañaría a Nelo en la tartana, arreglaba el equipaje del marido, éste, inclinándose hacia el señor Chimo, murmuró:

-Véngase junto al pozo, que hemos de hablar a solas sin que nadie, más que las estrellas, nos escuche.

-¿Qué es?

-Allí lo sabrá.

-Andando.

Arrastrando los pies y apoyándose en la recia cayada llegó el anciano, seguido por su yerno hasta el brocal del pozo. Sentóse con auxilio de Nelo, aguardó a que éste asentara junto a él y le dijo concisamente:

-Habla.

-Me voy; y me voy por un año. Grande fuera mi pena siempre; pero nunca tanto como ahora. Al irme llevo una sospecha engarfiada en el corazón.

-¿Cómo?... ¿Qué sospecha es la tuya?

-A nadie acuso, porque nada sé de fijo. Oigame lo que quiero decirle. Usted es el padre de Roseta, pero es el abuelo de mi hijo, de Tonet. La honra de este hijo no es la mía sólo, es la de usted, la de toda la sangre de usted y todas las mías revueltas, que revueltas van las dos sangres por las venas del niño. Yo no estaré aquí, abuelo, para guardar esa honra. A usted le confío su guarda.

-Ve tranquilo -respondió el viejo que se había ido deslizando por la fábrica del aljibe, hasta ponerse en pie-. Ve tranquilo. Yo quedo.

En la noche, bajo el fulgor de las estrellas, la figura del señor Chimo, parecía más alta; en su cabeza destocada, relucían los ojos desafiadores, enérgicos.

***

Era cierto. Tras múltiples acechos, realizados con la terquedad del árabe, el viejo tuvo segura prueba de la traición de su hija.

Grandes fueron los disimulos y las artes empleadas por los amantes para ocultar su culpa. Celebraban sus entrevistas a las horas altas de la noche, cuando los seres y las cosas dormían, cuando las tinieblas desdibujaban las imágenes y Tonet, rendido por las travesuras diurnas, dormía con profundo y reparador sueño.

Entonces, a campo traviesa, evitando el paso por otros caseríos, llegaba a la de Nelo, Chaume. Arrastrándose por entre los macizos, acercábase a la ventana, abríase ésta, la saltaba el galán; volvía la ventana a cerrarse y antes de clarear la aurora, mostrábase en Santa Pola el gallardo patrón, arreglando los aparejos de su lancha.

El viejo lo supo. Escondido en un cañaveral vió deslizarse a Chaume por el cauce fangoso de la acequia. No quedan huellas en el agua. Desde el cañaveral le vió; pegado al muro, poniendo su oído en la ventana, recogió cuchicheos que rubricaban la perfidia. Acaso, mezclada con estos cuchicheos, llegó hasta el anciano la respiración tranquila de Tonet.

***

-Mira -decía el señor Chimo, conversando con su hija al pie del parral, en un mediodía de los fines de Agosto-, en cuanto caiga unas miajas el sol, me llevo a Tonet. Hay en la higuera que enfrenta mi barraca, brevas maduras ya. ¡Algunas comiste de chicuela!... Quiero que este año las primeras sean para Tonet. De suerte que viene conmigo y esta noche se queda a dormir en mi casa. Mañana, de que sean las nueve, te le traigo con un cesto de brevas que te van a saber a gloria.

-Tonet, ¿oyes al «yayo»? -preguntó Roseta al chiquillo que jugaba cerca de ella.

-Y quiero irme con él. Las brevas de «yayo» son las más dulces y las más gordas que hay.

-No quede por mí. Vete.

A media tarde se despidieron el anciano y el niño. Una hora después, pasaba a caballo por frente a la casa, en dirección a Santa Pola, Chaume. Se detuvo sin apearse, saludando a Roseta que estaba al borde del camino. Ella dijo muy quedo:

-Esta noche puedes venir antes y marcharte después. El chico no vuelve hasta mañana. Estaremos solos. Adiós

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