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Joaquín Dicenta

"La casa quemada"

Capítulo 3

Biografía de Joaquín Dicenta en Wikipedia

 
 
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Música: Rachmaninov - Op.36, Sonata No.2 -II. Non allegro
 

La casa quemada

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III

Era noche de obscuridad. Nubes anchas cubrían las estrellas; el aire callaba; las aguas de las acequias, corrían en silencio.

A las doce entró Chaume por la ventana. Dieron las dos en los relojes de Elche. Por entre las cañas se deslizó una sombra alta, rígida, fantasmal; llegó a la ventana y pegó el oído a sus rendijas. Un gran silencio reinaba en la vivienda. La sombra fue alejándose hasta llegar a un bosque de naranjos. Ocultos en él estaban una mula y un niño. El animal traía a lomos haces de leña sarmentosa; el chiquillo asentaba encima del latón.

Aguarda y no hables -dijo el que llegaba al muchacho-. Aún no es tu hora.

Su voz sonaba húmeda como si la mojase el llanto. Descargó la mula de los haces y uno a uno fue transportándolos al pie de la casa. Rodeó con ellos los muros; tapiando la ventana cegando la puerta hasta el dintel. Después amontonó sarmientos contra las vigas que sustentaban el parral.

Todo lo hizo sin ruido, sin que un sarmiento restallase, sin que una astilla rozase la pared.

Terminada la faena, retornó al bosque de naranjos.

-Ven conmigo -dijo al muchacho-. Procura ir de puntillas, sin dar tropezones.

Y llegaron a la casa.

Alzando con sus dos brazos el latón, dio vuelta al edificio deteniéndose de trecho en trecho. Hizo altos más largos en la puerta y en la ventana.

-¡A lo que falta! -dijo por fin a la criatura. Y llevándola hasta la puerta, cubriendo con su ancho sombrero una tea impregnada de alcohol, que ardió súbitamente, ordenó con voz perentoria:

-¡Arrima eso a la leña!

Primero fue una llama azul; después una chispeante neblina, pronto hoguera que ardió por igual, a lo largo de la pared, en el hueco de la ventana, en el quicio amurallado de la puerta. Dentro se oyeron gritos. La ventana se abrió. Las llamas entraron por ella. A su lumbre se recortaron dos imágenes angustiosas. Tendían sus brazos al incendio. Pronto se borraron entre espirales de humo.

El viejo en pie, erguido, sujetando al niño con sus manos convulsas y puestos los ojos en las llamas, seguía el viaje del incendio.

-¡Hecho! -gritó al desplomarse la techumbre.

***

Del vapor saltó un hombre vestido de luto. Un viejo y un niño, enlutado como él, le aguardaban junto a la plancha.

-¡Ni casa, ni mujer! -sollozó el viajero echándose en brazos del anciano.

-Queda el hijo -repuso el viejo con voz firme-. Y queda mi barraca -añadió-. ¡Allí cabemos todos!

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