Cap. 6
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Música: Galuppi - Keyboard Sonata no.2 in C major, I. Allegro |
Sobre la amistad |
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La elección de los amigos y su conservación |
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Es menester, por tanto, servirse de estos fines para que, en la medida que las costumbres de los amigos sean correctas, así exista entre ellos una unión sin excepciones de todo, opiniones y gustos, a fin de que, incluso si acaeciera alguna desgracia que nos obligara a socorrer los deseos menos justos de nuestros amigos, en los que se pone en juego su cabeza o su prestigio, estemos obligados a apartarnos del camino, siempre que no comporte la mayor de las desvergüenzas: ahí está el límite hasta donde se le puede dar venia a la amistad. Y tampoco debemos ignorar la opinión ajena ni conviene considerar que la benevolencia de los conciudadanos es un arma menor para llevar a cabo nuestros propósitos: da vergüenza ajena atraer esa buena opinión con halagos y peloteo, pero la virtud, a la cual le sigue la caridad, no hay que rechazarla para nada. No obstante —y de nuevo vuelvo a Escipión, cuyo discurso fue enteramente sobre la amistad— él solía quejarse de que los hombres son más aplicados para cualquier cosa que la amistad: todos podían decir cuántas cabras y ovejas tenían, pero no podían decir cuántos amigos tenían ni dedicaban atención para preparárselos ni cuidaban la elección de los mismos ni tenían como una especie de cuentas o notas donde enjuiciaran a los que fueran idóneos para ser amigos. Hay que elegir a aquellas personas resistentes, estables y firmes, un tipo del cual hay gran escasez, y es muy difícil juzgarlos a no ser que hayan sido puestos a pruebas, mas en la propia amistad está la necesidad de ponerse a prueba. Por tanto, la amistad precede al juicio y elimina la posibilidad de ponerlos a prueba. En consecuencia, es propio de las personas prudentes retener el empuje de nuestra buena voluntad para que la podamos aprovechar en una carrera como si de un caballo al galope se tratara y así también sucede con la amistad cuando acecha el peligro a las costumbres de nuestros amigos: en algunos casos se observa con un poco de dinero qué volubles son; otros en cambio, a los que un poco no los mueve, se llegan a conocer en las grandes cantidades. Pero si encontráramos a quienes consideren que poner el dinero por delante de la amistad es sucio, ¿dónde podríamos encontrar a los que no antepongan a la amistad las honras, los cargos políticos y militares, el poder, las riquezas... de tal manera que, cuando se les pusiera a un lado estas prebendas y al otro las leyes de la amistad, no preferirían con mucho las primeras? Nuestra naturaleza es débil para rechazar el poder: aunque los hay capaces de conseguir el poder dejando de lado las amistades, consideran que esto debe quedar en secreto, porque no sin un gran motivo, a su juicio, la han dejado de lado. Nada hay más difícil que encontrar auténticas amistades entre aquellos que se mueven entre cargos públicos y la política: ¿dónde encontrarás al que anteponga el honor de un amigo al suyo propio? ¿Por qué? Para no entrar en detalles, ¡qué duro, qué difícil le parece a la mayoría asociarse a las desgracias, para ahondar en las cuales no es nada fácil encontrar a alguien! Aunque Ennio dice con tino: "El amigo seguro se reconoce en la incertidumbre” A la mayoría de personas estas dos, la volubilidad y la debilidad, los superan, ya sea porque desprecian la prosperidad de un amigo, ya sea porque lo abandonan en su desgracia. Por tanto, a quien se haya mostrado en ambos casos seguro, firme y sereno en su amistad, debemos considerar que pertenece a un género excepcional de hombres y casi divino. La firmeza de la constancia y la seguridad de aquel en quien buscamos la amistad es la confianza: nada que carezca de confianza es firme. Además, es adecuado elegir a personas sencillas, afables y empáticas, es decir, que tenga los mismos sentimientos, elementos que ayudan todos en su conjunto a establecer la confianza: no se puede confiar en aquel que tiene un carácter cambiante y enrevesado, ni tampoco quien no tenga los mismos sentimientos ni sienta con la misma naturaleza puede ser firme o de fiar. A este mismo cabe añadir que no se debe deleitar lanzando acusaciones contra ti ni creyendo aquellas que lancen contra ti, cosas que atañen todas a la constancia, que hace poco hemos tratado: así resulta verdadera aquella afirmación que dije en un principio: “la amistad no puede existir si no es entre buenos hombres”, pues es propio de un buen hombre, al mismo que sea lícito llamarle sabio, tener estas dos virtudes en una amistad: en primer lugar, que nada sea fingido ni simulado —es más propio de un carácter noble demostrar abiertamente su aversión que guardarse su opinión en la mente—, en segundo lugar, no solo rechazar las acusaciones que cualquiera lance sino ni siquiera albergar una sospecha, pensando siempre que se ha ejercido una clase de violencia contra su amigo. Conviene que a su carácter se le añada una cierta finura en su modo de hablar y en su comportamiento, un nada despreciable condimento de la amistad. La severidad y esa seriedad en todos los asuntos confiere ciertamente importancia, pero entre amigos conviene ser más suelto, más generoso, más agradable y más proclive a todo tipo de chanzas y amabilidad. En este punto, sin embargo, se nos plantea una cuestión un tanto difícil: ¿cuándo debemos anteponer a los nuevos amigos, dignos de nuestra amistad, a los antiguos, tal y como solemos preferir los potros a los viejos caballos? ¡Cuán indigna de un hombre esta duda! No debe existir, como en el resto de cosas, un hartazgo de la amistad: las más antiguas, como esos vinos que aportan su vejez, deben ser las más agradables. Y es verdad aquello que suele decirse: hay que compartir muchas comidas juntos para completar los deberes de la amistad. Si las nuevas amistades aportan expectativas de que brote en ellas, como si no fueran unas malas hierbas, un buen fruto, desde luego no hay que repudiarlas, aunque también hay que guardar en su lugar a las viejas amistades: no hay fuerza que supere a la antigüedad y a la costumbre. En efecto, si nada lo impide, nadie montaría en ese caballo que acabo de mencionar, pero con mucho más gusto utilizamos aquel que tenemos por costumbre que un nuevo e indomado. De hecho, la costumbre es importante no solo con los seres vivos, sino también con los objetos, al disfrutar en los mismos lugares, montañosos e incluso agrestes, en los que más tiempo hemos pasado. Pero es de vital importancia en una amistad sentirse igual a los inferiores: muchas veces existen personas extraordinarias, tal y como era Escipión en nuestro, por así decirlo, rebaño — él nunca se puso por delante de Filo, de Rupilio o de Numio, nunca por delante de sus amigos de clases inferiores, pero a Quinto Máximo, su hermano, sin duda un hombre distinguido pero en nada igual a él, como lo aventajaba en edad, lo trataba como a alguien superior y quería que todos los suyos, gracias a él, pudieran ser más importantes. Así es como cualquiera debe actuar y el ejemplo a seguir, para que si ha destacado en modo alguno por su valentía, inteligencia o fortuna, lo comparta y distribuya entre sus allegados, de tal modo que, si han nacido en una familia humilde, si tienen amigos con un espíritu o fortuna más débiles, puedan aumentar sus fortunas y reciban honores y prestigio. Como sucede en los cuentos, los que en algún momento, por desconocer su linaje y familia, acabaron como esclavos, cuando al ser reconocidos se descubre que eran hijos de unos dioses o unos reyes, sin embargo mantienen su cariño hacia los pastores que, durante muchos años, consideraron sus padres. Y sin duda alguna, este sentimiento se deberá cumplir mucho más con los auténticos y verdaderos padres: se consigue el mayor fruto de nuestro carácter y virtud cuanto más se comparte con cada uno de nuestros más allegados. Así pues, al igual que quienes son superiores en una relación entre amigos o parientes deben igualarse a los inferiores, también los inferiores no deben dolerse por verse superados por los suyos en inteligencia o fortuna. La mayoría de estos siempre se están quejando de algo o incluso lo reprochan, especialmente si creen que ellos tienen algo por lo que que puedan decir que se han aplicado en el cumplimiento de su deber de amigo y con algún esfuerzo por su parte. Y es que resulta especialmente odioso el tipo de hombres que echan en cara los favores hechos: debe recordarlos el que los ha recibido, no el que los ha hecho. Por este motivo, al igual que quienes son superiores deben someterse en un amistad, así también en cierto modo los que son inferiores deben superarse: los hay que convierten a las amistades en una molestia, ya que se consideran despreciados — esto casi nunca sucede excepto a aquellos que creen que deberían ser despreciados, a los que debemos eliminar esta creencia no solo con palabras sino también con hechos. Hay que otorgar a cada uno, primero, lo que puedas realizar y, segundo, lo que aquel, a quien aprecies y ayudes, pueda soportar: no podrías, por más destacado que seas, conducir a todos tus amigos a los más altos honores, de la misma manera que Escipión pudo conseguir que Publio Rupilio fuera cónsul, pero no pudo conseguirlo con su hermano Lucio Rupilio. Pero si incluso pudieras concederle a tu amigo cualquier cosa, vigila primero qué podría soportar él. Sin duda alguna, hay que juzgar las amistades cuando tanto la edad como el carácter ya se han fortalecido y afirmado y no es necesario, si algunos compartieron en su juventud el gusto por la caza o los juegos de pelota, tener como amigos a aquellos a los que apreciaron entonces por disfrutar de las mismas aficiones. Si fuera así, nuestras ayas y esclavos instructores recibirían nuestro máximo cariño según esta ley de antigüedad: ciertamente no debemos dejarlos de lado, pero hay que estimarlos de una manera diferente. De otra forma, las amistades no pueden gozar de estabilidad: a costumbres dispares les siguen aficiones diferentes, cuya diferencia separa las amistades — los buenos no pueden ser amigos de los malos ni los malos de los buenos no por otra causa que por el hecho de que existe entre ellos la máxima distancia posible entre sus costumbres y sus aficiones. Puede también aconsejarse, y con acierto, en las amistades que una cierta benevolencia desmesurada —lo que a menudo sucede— no debe poner trabas a las grandes ocasiones que se les presentan a nuestros amigos. No podría, si volvemos a las leyendas, haber capturado Troya Neoptólemo si hubiera hecho caso a Licomedes, su educador, cuando intentó impedir su marcha hacia Troya entre grandes llantos. Y es frecuente que grandes acontecimientos tengan lugar que requieran la separación de los amigos: quien las quiera impedir por no soportar la añoranza con facilidad, es un débil y un blando y por este mismo motivo poco justo con sus amistades. Y es que en cualquier cuestión hay que tomar en consideración qué puedes pedir de tus amigos y qué toleras que te pidan. Es también una especie de calamidad, algunas veces inevitable, la ruptura de una amistad: ahora ha llegado el momento de que nuestro discurso se separe de las amistades entre hombres sabios y pase a las amistades corrientes. Pueden ser motivo de ruptura el mal comportamiento, tanto contra los propios amigos como contra otros ajenos, la infamia del cual, sin embargo, recae sobre sus amigos. Así pues, tales amistades deben deshacerse por una gradual falta de contacto o, como le oí decir a Catón, antes disuadirlas que zanjarlas, a no ser que alguna ofensa tan intolerable haya prendido de tal manera que no resulte correcto ni honrado ni pueda suceder otra cosa más que la obligación de realizar un inmediato alejamiento y separación. Si existiera un cierto cambio en las costumbres o en las aficiones, como suele suceder, o tuvieran lugar discrepancias sobre las políticas de la república —estoy hablando, como he dicho antes, de las amistades corrientes, no de las de los sabios—, habrá que andarse con cuidado de no solo dejar caer la amistad sino incluso incurrir en una enemistad: nada resulta más vergonzoso que hacer la guerra contra aquel con el que habías compartido tu vida con la máxima cercanía. Por causa mía, Escipión rompió su amistad con Q. Pompeyo, como sabéis, y por las disputas políticas que existían se distanció de nuestro colega Q. Metelo : su enemistad con ambos la llevó con dignidad y compostura, sin amargos sentimientos de odio. Por este motivo, lo primero que hay que hacer es esforzarse en que no se produzca ningún alejamiento entre los amigos pero, si ya hubiera sucedida, debemos procurar que parezca que la relación se han apagado antes que ahogado. Con mucho cuidado debemos andarnos para que las amistades no se conviertan en profundas enemistades, de donde surgen las riñas, las maldiciones y las injurias. No obstante, si fueran soportables, deberemos aguantarlas y rendir este honor a aquella antigua amistad, de tal manera que recaiga la culpa sobre quien realiza la injuria y no sobre quien la padece. |
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