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Vicente Blasco Ibáñez

"Tristán el sepulturero"

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Tristán el sepulturero
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III


A la mañana siguiente aparecieron en el cementerio los cadáveres de Tristán el sepulturero y su compadre Puñiferro.

Ni la más leve herida se notaba en sus cuerpos, y bien se dejaba ver que su muete no era debida a mano humana.

Todos los habitantes de la villa sintieron interés por dar en la clave de aquel misterio, y no faltaron viejas devotas que fueron de puerta en puerta buscando deseadas noticias.

Pero el único que pudo darlas un poco satisfactorias para los curiosos, fue un tal Lechucillo, acólito sagaz y apicarado, que tenía su dormitorio en un cuchitril abierto en los muros del campanario.

El rapaveias declaró que al dar la medianoche había visto en el cementerio, a través del tragaluz de su tugurio, un espectáculo que le heió la sangre de espanto.

Todos los muertos, envueltos con sus blancos sudarios y cogidos de los haces de huesecillos que componían sus manos, formaban un gran círculo, agitándose sin parar y dando furiosos saltos que hacían crujir las junturas de sus tibias.

En el centro del círculo vio también el acólito, a pesar de la oscuridad, a Tristán y a Puñiferro que estaban próximos por el aturdimiento que les causaba aquella danza macabra, si bien el valentón esgrimía furiosamente su tizona contra el escuadrón de sobrenaturales seres, aunque sin resultado alguno.

Esta fue la relación del llamado Lechucillo y que todos acogieron como verdadera, juzgándola como muy digna de ser contada en las noches de invierno.

A Tristán, por una casualidad, lo mismo que al valentón, lo enterraron junto a la tumba de Laura.

El sepulturero que sucedió en el cargo al infortunado amante, no vio nunca que la hermosa muerta saliese de la tierra, a pesar de que en más de una ocasión se quedó a dormir en el cementerio.

Bueno será adve¡tir que al nuevo enterrador Ie gustaba (cosa rara) poco el vino, y por lo tanto no era asiduo parroquiano del tío Corneja.

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