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Vicente Blasco Ibáñez

"El premio gordo"

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El premio gordo
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IV

La mañana era fría y lluviosa.

A pesar de esto, yo me encontraba tras las tapias del cementerio con una pistola en la mano y teniendo a veinticinco pasos de distancia al amante de mi esposa, armado de igual modo.

Íbamos a saber de parte de quién estaba la razón y para ello erigíamos en tribunal a un par de pistolas. ¡Famosos jueces!

El duelo, merced a mis instigaciones y a los buenos deseos de algunos amigos, tenía mucho de bestial.

Los primeros disparos debían hacerse a veinticinco pasos de distancia y después podíamos avanzar hasta agujerearnos el pellejo a quemarropa.

Los padrinos hicieron la señal; y yo, ansioso de dar muerte a mi enemigo, disparé, sin lograr mi objeto.

El elegante permaneció inmóvil, sin que mi bala le causara el menor daño, y luego avanzó hasta ponerme en el pecho el cañón de su pistola.

Yo estaba desarmado y, como al mismo tiempo veía en el rostro de mi rival señales de hostilidad, no pude menos que sentir miedo.

Mis piernas flaquearon, mi frente se inundó de sudor y, considerando que aquello era un asesinato a mansalva, mi instinto se sublevó y me dispuse a arrojarme sobre mi enemigo.

Pero en el mismo instante sonó una espantosa detonación y sentí mi pecho atravesado por la bala...

- ¡Alto ahí! -dije cuando mi amigo Jacinto llegó a semejante punto de su narración-. Yo no comulgo con ruedas de molino, y no puedes hacerme creer que es posible se salve un hombre en un lance tal como tú lo describes.

-Aguárdate un poco -contestó mi amigo-, y te convencerás de la veracidad de mis palabras.

Apenas sonó el tiro y sentí la herida, cuando me encontré en la casa de huéspedes que habito, sentado ante mi humilde mesa.

-¿Cómo puede ser eso?

-Ya sabes que yo (según decís todos) tengo una imaginación febril y que de continuo sueño despierto, hasta paseando por las calles. Pues bien: todo lo que te he relatado no era más que un cúmulo de sucesos creados por mi fantasía en un momento. Aquel día era víspera de nochebuena, o sea el destinado para contemplar algunas alegrías e infinitas decepciones.

Yo, instigado por mi novia Gabriela (que ya te enseñaré cualquier día), había tomado un décimo de billete con la esperanza de lograr con la lotería el medio de casarme pronto con ella.

¿Querrás creer que cuando mi patrona me dio el suplemento que contenía los primeros números premiados no tuve gran interés en leerlos?

En aquellos instantes hasta sentía miedo por si me había tocado el premio gordo.

Tal efecto hicieron en mí las fantasías que había producido mi cerebro soñando despierto.

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