Capítulo 7
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Imitación de María |
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Capítulo VII | ||
Que la limosna produce grande aumento de méritos.
Amé la pobreza, pues viví con mi Hijo vida pobre. Recibí de mis santos padres el ser compasiva, pues también ellos fueron piadosos y misericordiosos con los pobres. Conmigo nació la benignidad, y procuré siempre socorrer a los necesitados aun con mi pobreza. Lo que ofrecieron a mi Hijo los tres Reyes del Oriente lo entregué a los menesterosos. No desprecies al pobre: más santos hay bajo los harapos que bajo la púrpura. No creas que Dios desprecie a los pobres porque les da poco; antes bien los ama, pues los deja al cuidado de los ricos. No te pares en la persona del pobre, si es bueno o si por su culpa ha caído en la pobreza: Dios no mira a quién se da limosna, sino con que ánimo se da. Aunque sea malo el mendigo a quien socorres, no pierdes por esto tu mérito, porque es a Cristo a quien socorres. ¡Cuánto recibirás en el cielo por el óbolo que das y por el mendrugo de pan que alargas a Lázaro! La oración del pobre es poderosa ante Dios, así como sus quejas atraen la maldición divina sobre los duros de corazón. La verdadera caridad no espera que el pobre pida, sino que cuando ve a un necesitado, al punto se manifiesta generoso. Quien primero tiene que pedir, ya no recibe de balde. ¡Bienaventuradas las manos del que da limosna! Por una poquedad recibirá de Dios gran recompensa. Aun en esta vida no tendrás que sentir necesidad, si con gusto, con amor y con presteza socorres al pobre. Si no tienes qué dar, da siquiera una buena palabra. No insultes al pobre, ni agraves su tribulación; pues Dios vengará esta injusticia. Si puedes dar, da; si no puedes, muéstrate afable. Dios corona el buen deseo cuando no hay otros recursos. Nadie diga: No tengo. La caridad no sale de la bolsa, sino del corazón. No le abras al pobre la bolsa sola, sino dale juntamente una palabra que le edifique. Consuélale en su miseria para que así tengan limosna su cuerpo y su alma, ¡Sígueme! |
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