Imitación de María

Imitación de María

Capítulo 6


 

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Imitación de María

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Capítulo VI
 

Que la castidad es fomento de la santidad.


Soy Reina de la castidad, y este título fue para Mí gloriosísimo.

No hubiera sido hecha Madre de mi Hijo si la castidad y la virginidad no hubiesen sido en Mí especial prerrogativa.

Pero ni aun Yo hubiera admitido la alta dignidad de Madre de Dios, si hubiese debido padecer detrimento mi pureza virginal.

Ya sabes que mi esposo san José fue intachable en estas virtudes, y por eso escogí a él y no a otro alguno.

Te engañas si piensas agradarme no adornando tu alma y tu cuerpo con la castidad.

Arroja de tu corazón los feos pensamientos, así como echas de tu vestido una centella de fuego para que no lo abrase.

El que no lanza inmediatamente de sí con el temor de Dios los malos pensamientos, es como si abrigase en su seno una víbora o un escorpión.

Pondera bien si un torpe deleite vale la pena de que tu alma padezca eternamente en el infierno.

Si tus sentidos huyen de la obscenidad, tienen derecho a esperar una recompensa en el cielo.

No quieras mirar lo que puede poner en peligro tu pureza, ni oses hablar lo que puede hacer peligrar la de los demás.

La mirada infame y el torpe hablar revelan un alma sepultada en el lodo.

La mortificación en la comida y bebida, y el huir de la ociosidad, son los principales remedios para conservar la castidad.

Huye con presteza de toda peligrosa ocasión, y guarda siempre el temor de Dios si no quieres encenagarte en la impureza.

Compañeros de la castidad son el ayuno y la templanza: sin ellos el hombre cae fácilmente.

¡Oh si supieses, hijo mío, qué cosa es asemejarse a los Ángeles!

¡Nunca te cansarías de velar escrupulosamente por la custodia de la castidad!

Si conocieses el premio prometido a la virginidad, ¡cuánto trabajarías para conservar esta joya!

Desconfía, empero, de tus solas fuerzas, pues aun muchas personas santas cayeron desde muy alto a un profundo abismo: mantente en la oración y en la humildad, para que así vivas castamente.

Guárdate de consentir en lo más mínimo, porque nada puede aquí llamarse leve.

Grande y continua debe ser tu vigilancia si quieres alcanzar el premio eterno de la castidad. ¡Sígueme!

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