Capítulo 5
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Imitación de María |
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Capítulo V | ||
Que la mansedumbre es el condimento de una vida santa.
Nunca me dominó la ira, sino que siempre y para todos fui Virgen llena de mansedumbre. Cuantos enemigos tuvimos en nuestra vida mi Hijo y Yo, los vencimos con la dulzura. La mansedumbre nació conmigo, y los que me contradecían experimentaron mi suavidad. No leerás de Mí que reprendiese jamás a alguno, ni aun a los que dieron a beber vinagre a mi Hijo y le crucificaron. Mi conversación fue más dulce que la miel. El espíritu de Dios hace mansos como es Él. ¡Cuántas maldades sufre Dios de los hombres, y calla, y aun les favorece para que se enmienden en vista de su mansedumbre! No llevas bien el nombre de cristiano si recibes con dureza al que te ofendió. La palabra áspera excitará más contra ti a los enemigos: la suave y bondadosa mitigará su furor. ¿Qué aprovecha tu cólera en la adversidad? De este modo la sentirás más que sufriéndola con resignación. Trata benignamente a todos, y a nadie te dirijas con fiereza, si deseas tener paz. Nunca muestres la frente ceñuda, para que no parezca que aborreces lo que Dios dispuso para tu utilidad. No abrigues en tu corazón el enojo ni la ira, ni te vuelvas furioso contra nadie. El hombre manso es dulce para sí y útil para los demás. Nada proporciona al alma tanta paz y tranquilidad como la mansedumbre y la dulzura. Esta virtud se alimenta de las mismas injurias, y trueca las adversidades en medios para la salvación. Ninguna virtud como esta imprime en el rostro del cristiano la imagen de Jesucristo. El hombre áspero, brusco y destemplado perturba la tranquilidad, como el huracán los mares. La mansedumbre arregla todas las cosas en paz, sin mover nunca la menor guerra. Tiene paz con el prójimo, familiaridad con Dios y un reino en el cielo. ¡Sígueme! |
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