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Pedro Antonio de Alarcón

"El ángel de la guarda"

Capítulo 3

Biografía de Pedro Antonio de Alarcón en AlbaLearning

 
 
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Música: Chopin - Op.34 no.2, Waltz in A minor
 

El ángel de la guarda

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-Conque, vamos, hijos míos; decidme... ¿De qué se trata? -preguntó el sacerdote a la puerta de la iglesia.

-Se trata, señor cura... -dijo Clara con tristeza-, de que tenemos un secreto que confiar a usted...

-¿Un secreto?... ¡A mí! Pues ¿no habéis confesado conmigo esta mañana?...

-Sí, señor... -respondió Manuel con mayor tristeza todavía-; pero nuestro secreto no es un pecado.

-¡Ah, ya! Eso es otra cosa.

-Al menos pecado nuestro... -balbuceó la desposada.

-¡Ya decía yo que habría algo malo en el asunto cuando acudíais al pobre viejo!... ¡Veamos!... ¿A qué se reduce todo?

-Habla tú... -dijo Clara a su marido.

Éste se limitó a añadir:

-¡Nada!... Venga usted... La mañana está hermosa: daremos un corto paseo, y en el mismo sitio le diremos lo que sucede.

-¿En qué sitio?

-¡Nada!... Venga usted... -repitió Clara, tirando del manteo al padre cura.

Éste se prestó gustoso al deseo de los dos jóvenes, y salieron de la ciudad.

Como a unos mil pasos de ella, y en la orilla misma del Francolí, se paró Manuel, diciendo:

-Aquí era...

-No..., no... -observó Clara-. Fue más allá.

-En efecto... Fue en aquel recodo, donde se ve a una mujer sentada en el suelo.

-¡Calla!... ¡Pues si aquella mujer es mi madre!

-¿Cómo tu madre?

-Sí... ¡No tengo duda! Esta mañana salió de casa, como todos los días, sin permitir que nadie la acompañase...; y ¡mira adónde se viene la pobre! No lo extrañe usted, señor cura: ya sabe usted que la infeliz está mala de la cabeza. ¡Desde aquella noche su razón padece frecuentes extravíos!

En esto llegaron nuestros tres personajes al lado de una mujer que, efectivamente, se hallaba sentada en el suelo, a la orilla del agua, con los ojos fijos en las ondas fugitivas del Francolí.

Érase una anciana de venerable porte, de severa y enjuta fisonomía, negrísimos ojos y blanca y poblada cabellera; una madre catalana, en fin, tan enérgica como dulce, tan cariñosa como soberbia.

-¡Qué hermoso día, madre! -le dijo Clara, para distraerla, en tanto que la abrazaba.

-Hija, ¡qué horrible noche! -respondió la pobre loca.

-Verá usted, señor cura, cómo sucedió todo... -expuso Manuel, haciendo un esfuerzo y apartando un poco al sacerdote del grupo de las dos mujeres.

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