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José Zahonero

"Cabecita a pájaros"

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Cabecita a pájaros
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II

El mayor gozo de Manolín era la caza con red o con liga; de poco servían las licencias o concesiones, si no resultaban como para dar visos de legalidad a los hechos inevitables o ya realizados. En Cabecita a pájaros la distracción resultaba un fenómeno constante, y cuántas veces con el libro abierto y los ojos en el libro, lejos de ver las letras negras y las bárbaras palabras latinas salmodiadas por las declinaciones y conjugaciones, veía entre las líneas espacios de cielo azul en que vagamente se mecían, hechas girones, nubes blancas; y así muchas veces, cual si los viese allí en el libro pintados, tenía ante sí campos de trigo en vaivén dulce al soplo del viento, y detalles pintorescos: ya un pajarillo puesto de patitas sobre un canto rodado y bebiendo en alguna pozuela del valle; bien en el ramaje de un árbol de frondoso vestimiento algún jilguero cantarín, y en tanto el niño, rutinaria y maquinalmente, repetía con la misma inconsciente manera de un rezador automático:

«Los en um, sin excepción, Del género neutro son.»

Allí, en aquélla su cabecita a pájaros, se sucedían prodigiosamente reflejos de la gran luz del cielo, tumultuosa variedad de accidentes y de contrastes, pedazos del inmenso universo; y con tal pujanza como en la tierra, por la lluvia que cae, el viento que transporta el polvillo vegetal, el sol que ilumina y caldea, se da la rica y desordenada fertilidad, en la mente de Manolín había múltiples y diversos gérmenes de ideas prontas a romper con energía vivificadora. Pero el maestro daba un tremendo palmetazo en el ennegrecido pupitre, ara de los sacrificios de la espontaneidad por el culto a la rutina académica, y Manolín se estremecía por sus nervios sensibles, como un pájaro al oir un disparo, y hubiera huido por la puerta del aula, si esto le hubiera sido posible. A los ojos del maestro, Manolín era un petirrojo examinado artera y fríamente por un búho: aquella gracia era un gran delito; reír, moverse, hablar, sentir la fatiga por estarse quieto y clavado en un banco, o el abrumamiento que produce la enseñanza clásica eran circunstancias de criminalidad.

¡Pobre Cabecita a pájaros! a quien unos tenían por alocado, éstos por tonto, los otros por malvado, y todos por peligroso y feroz... No le quedaba, como se verá, sino una alegre revancha: huir de la jaula, hacer novillos, buscar a Lucas.

Todo esto bien merece párrafo aparte, para que así, dividiendo con la vista lo impreso, queden bien separados los puntos que forman este cuento; y así ahora se sabrá quién era Lucas, y además daremos noticia de las novilladas de nuestro héroe, así como de otros curiosos sucesos que importan al relato y aun a la filosofía del mismo, si alguna puedo aplicarle, para que no se me tenga a mí por hombre de cabeza a pájaros, sino que se me considere y aprecie poco menos que a un filósofo de punta.

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