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Henry van Dyke

"El otro rey mago"

Capítulo 4: La senda del dolor

Biografía de Henry van Dyke en Wikipedia

 
 
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Música: Brahms - Three Violin Sonata - Violin Sonata No. 3 - Op. 108
 
El otro rey mago
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La senda del dolor

 

En el Vestíbulo de los Sueños reinaba nuevamente el silencio, y comprendí que, bajo aquella honda y misteriosa quietud, los años de vida de Artabán corrían con bastante rapidez.

De vez en cuando lograba divisarlo entre las multitudes del Egipto populoso buscando indicios de la familia que había venido desde Belén, descubriendo trazas bajo los frondosos sicomoros de Heliópolis y al pie de de las murallas de la fortaleza romana de la Nueva Babilonia, que se alzaba a orillas del Nilo.

Pero eran rastros tan tenues y vagos que se desvanecían continuamente, como las pisadas que por un momento dejan huellas en las duras arenas de los ríos y desaparecen luego.

Lo volví a ver al pie de las pirámides. Lo vi levantar la mirada hacia la enorme faz de la esfinge agazapada y tratar de descifrar el sentido de aquella sonrisa.

¿Significaba, realmente, que la esfinge hacía mofa de todo esfuerzo y aspiración de una búsqueda que jamás se verá satisfecha? ¿O acaso mostraba una nota de aliento, una promesa de que hasta el vencido alcanzará la victoria, el ciego la vista y el caminante refugio?

Una vez más lo vi en una oscura morada de Alejandría, solicitando el consejo de un rabino hebreo. El venerable anciano, inclinado sobre los rollos de pergamino, leía en voz alta las profecías que vaticinaban los sufrimientos del Mesías prometido: despreciable y desecho de hombres, varón de dolores.

- Y recuerda, hijo mío, vaticino que al Rey a quien buscas no lo hallarás en un palacio rodeado de riquezas. La Luz que el mundo espera es una Luz nueva, es la gloria que se alzará de un paciente y victorioso sufrimiento. Es un nuevo reino con la realeza de un amor perfecto e invencible. Ignoro cómo será y cómo los soberanos y pueblos de la Tierra reconocerán al Mesías. Pero si sé que quienes lo buscan harán bien en indagar entre los humildes y los pobres, entre los que sufren y los oprimidos.

Así divisé repetidas veces al otro rey mago, viajando y buscando por entre el pueblo de la dispersión, con el cual la familia de Belén quizás hubiese encontrado refugio.

Atravesó países donde reinaba el hambre y los pobres lloraban por falta de pan. Moraba en ciudades víctimas de la peste, en las que los enfermos languidecían en la miseria. Iba a visitar a los oprimidos en las prisiones subterráneas, en los mercados de esclavos, en las galeras donde trabajaban hasta el agotamiento. En todo aquel populoso e intrincado mundo de angustias, Artabán no halló a quien rendir adoración, pero encontró a muchos a quien ayudar. Le daba de comer al hambriento, curaba a los enfermos y consolaba a los cautivos. Así sus años corrían veloces. Parecía que había olvidado su pesquisa. Pero en cierta ocasión lo vi por un momento, a solas a la hora del alba, esperando a la puerta de una prisión romana. Sacó la última de sus joyas que le quedaba. Mientras la miraba, una luz tenue e iridiscente, rica en cambiantes haces de celeste y rosa, temblaba en la superficie de la perla. Parecía haber absorbido los colores del zafiro y del rubí.

De este modo, el propósito secreto de una noble existencia atrae los recuerdos de alegrías y aflicciones pasadas y se torna más brillante y valioso cuando mayor es el tiempo que se guarda.

Luego, yo pensaba en aquella perla, y oí por fin la conclusión de la historia del Otro Rey Mago.

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