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Ramón del Valle-Inclán

"Rosarito"

Capítulo 8

Biografía de Ramón del Valle-Inclán en Wikipedia

 
 
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Música: Brahms - Klavierstucke Op.76 - 4: Intermezzo
 

Rosarito

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VIII

La sala del Pazo — aquella gran sala adornada con cornucopias y retratos de generales, de damas y obispos — yace sumida en trémula penumbra. La anciana Condesa dormita en el canapé. Encima del velador parecen hacer otro tanto el bastón del mayorazgo y la labor de Rosarito. Tropel de fantasmas se agita entre los cortinajes espesos. ¡Todo duerme! Mas he aquí, que de pronto la Condesa abre los ojos y los fija con sobresalto en la puerta del jardín. Imagínase haber oído un grito en sueños, uno de esos gritos de la noche, inarticulados y por demás medrosos. Con la cabeza echada hacia delante, y el ánimo acobardado y suspenso, permanece breves instantes en escucha... ¡Nadal El silencio es profundo. Solamente turba la quietud de la estancia el latir acompasado y menudo de un reloj que brilla en el fondo apenas esclarecido...

La Condesa ha vuelto a dormirse.

Un ratón sale de su escondite y atraviesa la sala con gentil y vivaz trotecillo. Las cornucopias le contemplan desde lo alto: Parecen pupilas de monstruos ocultos en los rincones oscuros. El refleja de la luna penetra hasta el centro del salón: Los daguerreotipos centellean sobre las consolas, apoyados en los jarrones llenos de rosas. Por intervalos se escucha la voz aflautada y doliente de un sapo que canta en el jardín. Es la media noche, y la luz de la lámpara agoniza.

La Condesa se despierta, y hace la señal de la cruz.

De nuevo ha oído un grito, pero esta vez tan claro, tan distinto, que ya no duda. Requiere la muleta, y en actitud de incorporarse escucha. Un gatazo negro, encaramado en el respaldo de una silla, acéchala con ojos lucientes. La Condesa siente el escalofrío del miedo. Por escapar a esta obsesión de sus sentidos, se levanta, y sale de la estancia. El gatazo negro la sigue maullando lastimeramente: Su cola fosca, su lomo enarcado, sus ojos fosforescentes, le dan todo el aspecto de un animal embrujado. El corredor es oscuro. El golpe de la muleta resuena como en la desierta nave de una iglesia. Allá al final, una puerta entornada deja escapar un rayo de luz...

La Condesa de Cela llega temblando.

La cámara está desierta, parece abandonada. Por una ventana abierta, que cae al jardín, alcánzase a ver en esbozo fantástico masas de árboles que se recortan sobre el cielo negro y estrellado: La brisa nocturna estremece las bujías de un candelabro de plata, que lloran sin consuelo en las doradas arandelas: Aquella ventana abierta sobre el jardín misterioso y oscuro tiene algo de evocador y sugestivo. ¡Parece que alguno acaba de huir por ella!...

La Condesa se detiene, paralizada de terror.

En el fondo de la estancia, el lecho de palo santo donde había dormido Fray Diego de Cádiz, dibuja sus líneas rígidas y severas a través de luengos cortinajes de antiguo damasco carmesí que parece tener algo de litúrgico. A veces una mancha negra pasa corriendo sobre el muro: Tomaríasela por la sombra de un pájaro gigantesco: Se la ve posarse en el techo y deformarse en los ángulos, arrastrarse por el suelo y esconderse bajo las sillas: De improviso, presa de un vértigo funambulesco, otra vez salta al muro, y galopa por él como una araña...

La Condesa cree morir.

En aquella hora, en medio de aquel silencio, el rumor más leve acrecienta su alucinación. Un mueble que cruje, un gusano que carcome en la madera, el viento que se retuerce en el mainel de las ventanas, todo tiene para ella entonaciones trágicas o pavorosas. Encorvada sobre la muleta, tiembla con todos sus miembros. Se acerca al lecho, separa las cortinas, y mira... ¡Rosarito está allí inanimada, yerta, blanca! Dos lágrimas humedecen sus mejillas. Los ojos tienen la mirada fija y aterradora de los muertos. ¡Por su corpino blanco corre un hilo de sangre!... El alfilerón de oro que momentos antes aún sujetaba la trenza de la niña, está bárbaramente clavado en su pecho, sobre el corazón. La rubia cabellera extiéndese por la almohada, trágica, magdalénica...

 

Jardín umbrío: Historias de santos, de almas en pena, de duendes y ladrones (1920)

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Misterio y Terror