Santa Teresa de Jesús

SANTA TERESA DE JESÚS

"Libro de las moradas o Castillo interior"

Moradas sextas: Capítulo 1

 

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LAS MORADAS
MORADAS SEXTAS

Cap. 1

 
 
 
Moradas 6 - Cap. 1

Trata cómo en comenzando el Señor a hacer mayores mercedes hay más grandes trabajos. ­ Dice algunos y cómo se han en ellos los que están ya en esta morada. ­ Es bueno para quien los pasa interiores.

 

1. Pues vengamos con el favor del Espíritu Santo a hablar en las sextas moradas, adonde el alma ya queda herida del amor del Esposo y procura más lugar para estar sola y quitar todo lo que puede, conforme a su estado, que la puede estorbar de esta soledad.

Está tan esculpida en el alma aquella vista, que todo su deseo es tornarla a gozar. Ya he dicho, que en esta oración no se ve nada, que se pueda decir ver, ni con la imaginación; digo vista, por la comparación que puse.

Ya el alma bien determinada queda a no tomar otro esposo; mas el Esposo no mira a los grandes deseos que tiene de que se haga ya el desposorio, que aun quiere que lo desee más y que le cueste algo bien que es el mayor de los bienes.

Y aunque todo es poco para tan grandísima ganancia, yo os digo, hijas, que no deja de ser menester la muestra y señal que ya se tiene de ella, para poderse llevar.

¡Oh, válgame Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece hasta que entra en la séptima morada!

2. Por cierto que algunas veces lo considero y que temo que si se entendiesen antes, sería dificultosísimo determinarse la flaqueza natural para poderlo sufrir, ni determinarse a pasarlo, por bienes que se le representasen, salvo si no hubiese llegado a la séptima morada, que ya allí nada no se teme de arte que no se arroje muy de raíz el alma a pasarlo por Dios.

Y es la causa que está casi siempre tan junta a Su Majestad, que de allí le viene la fortaleza.

Creo será bien contaros algunos de los que yo sé que se pasan con certidumbre. Quizá no serán todas las almas llevadas por este camino, aunque dudo mucho que vivan libres de trabajos de la tierra de una manera o de otra las almas que a tiempos gozan tan de veras de cosas del cielo.

3. Aunque no tenía por mí de tratar de esto, he pensado que algún alma que se vea en ello le será gran consuelo saber qué pasa en las que Dios hace semejantes mercedes, porque verdaderamente parece entonces que está todo perdido. No llevaré por concierto como suceden, sino como se me ofreciere a la memoria.

Y quiero comenzar de los más pequeños, que es una grita de las personas con quien se trata, y aun con las que no trata sino que en su vida le pareció se podían acordar de ella: «que se hace santa»; «que hace extremos para engañar el mundo y para hacer a los otros ruines; que son mejores cristianos sin esas ceremonias»; y hase de notar que no hay ninguna, sino procurar guardar bien su estado.

Los que tenía por amigos, se apartan de ella y son los que le dan mejor bocado, y es de los que mucho se sienten: «que va perdida aquel alma y notablemente engañada»; «que son cosas del demonio»; «que ha de ser como aquella y la otra persona que se perdió, y ocasión de que caiga la virtud»; «que trae engañados los confesores», e ir a ellos y decírselo, poniéndole ejemplos de lo que acaeció a algunos que se perdieron por aquí; mil maneras de mofas y de dichos de estos.

4. Yo sé de una persona que tuvo harto miedo no había de haber quien la confesase, según andaban las cosas, que por ser muchas no hay para qué me detener. Y es lo peor que no pasan de presto, sino que es toda la vida, y el avisarse unos a otros que se guarden de tratar personas semejantes.

Diréisme que también hay quien diga bien.

­ ¡Oh hijas, y qué pocos hay que crean ese bien, en comparación de los muchos que abominan! ¡Cuánto más que ese es otro trabajo mayor que los dichos! Porque, como el alma ve claro que si tiene algún bien es dado de Dios y en ninguna manera no suyo, porque poco antes se vio muy pobre y metida en grandes pecados, esle un tormento intolerable, al menos a los principios, que después no tanto, por algunas razones: la primera, porque la experiencia le hace claro ver que tan presto dicen bien como mal, y así no hace más caso de lo uno que de lo otro; la segunda, porque le ha dado el Señor mayor luz de que ninguna cosa es buena suya, sino dada de Su Majestad, y como si la viese en tercera persona, olvidada de que tiene allí ninguna parte, se vuelve a alabar a Dios; la tercera, si ha visto algunas almas aprovechadas de ver las mercedes que Dios la hace, piensa que tomó Su Majestad este medio de que la tuviesen por buena no lo siendo, para que a ellas les viniese bien; la cuarta, porque como tiene más delante la honra y gloria de Dios que la suya, quítase una tentación que da a los principios de que esas alabanzas han de ser para destruirla, como ha visto algunas, y dásele poco de ser deshonrada a trueco de que siquiera una vez sea Dios alabado por su medio; después, venga lo que viniere.

5. Estas razones y otras aplacan la mucha pena que dan estas alabanzas, aunque casi siempre se siente alguna, si no es cuando poco ni mucho se advierte; mas sin comparación es mayor trabajo verse así en público tener por buena sin razón, que no los dichos; y cuando ya viene a no le tener mucho de esto, muy mucho menos le tiene de esotro, antes se huelga y le es como una música muy suave.

Esto es gran verdad, y antes fortalece el alma que la acobarda; porque ya la experiencia la tiene enseñada la gran ganancia que le viene por este camino, y parécele que no ofenden a Dios los que la persiguen; antes, que lo permite Su Majestad para gran ganancia suya; y como la siente claramente, tómales un amor particular muy tierno, que le parece aquellos son más amigos y que la dan más a ganar que los que dicen bien.

6. También suele dar el Señor enfermedades grandísimas. Este es muy mayor trabajo, en especial cuando son dolores agudos, que en parte, si ellos son recios, me parece el mayor que hay en la tierra ­digo exterior­ aunque entren cuantos quisieren; si es de los muy recios dolores, digo, porque descompone lo interior y exterior de manera que aprieta un alma que no sabe qué hacer de sí; y de muy buena gana tomaría cualquier martirio de presto, que estos dolores; aunque en grandísimo extremo no duran tanto, que en fin no da Dios más de lo que se puede sufrir, y da Su Majestad primero la paciencia; mas de otros grandes en lo ordinario y enfermedades de muchas maneras.

7. Yo conozco una persona que desde que comenzó el Señor a hacerla esta merced que queda dicha, que ha cuarenta años, no puede decir con verdad que ha estado día sin tener dolores y otras maneras de padecer, de falta de salud corporal, digo, sin otros grandes trabajos.

Verdad es que había sido muy ruin, y para el infierno que merecía todo se le hace poco. Otras, que no hayan ofendido tanto a nuestro Señor, las llevará por otro camino; mas yo siempre escogería el del padecer, siquiera por imitar a nuestro Señor Jesucristo, aunque no hubiese otra ganancia; en especial, que siempre hay muchas.

¡Oh!, pues si tratamos de los interiores, estotros parecerían pequeños, si estos se acertasen a decir, sino que es imposible darse a entender de la manera que pasan.

8. Comencemos por el tormento que da topar con un confesor tan cuerdo y poco experimentado, que no hay cosa que tenga por segura: todo lo teme, en todo pone duda, como ve cosas no ordinarias; en especial, si en el alma que las tiene ve alguna imperfección (que les parece han de ser ángeles a quien Dios hiciere estas mercedes, y es imposible mientras estuvieren en este cuerpo), luego es todo condenado a demonio o melancolía.

Y de ésta está el mundo tan lleno, que no me espanto; que hay tanta ahora en el mundo y hace el demonio tantos males por este camino, que tienen muy mucha razón de temerlo y mirarlo muy bien los confesores.

Mas la pobre alma que anda con el mismo temor y va al confesor como a juez, y ése la condena, no puede dejar de recibir tan gran tormento y turbación, que sólo entenderá cuán gran trabajo es quien hubiere pasado por ello.

Porque éste es otro de los grandes trabajos que estas almas padecen, en especial si han sido ruines, pensar que por sus pecados ha Dios de permitir que sean engañadas; y aunque cuando Su Majestad les hace la merced están seguros y no pueden creer ser otro espíritu sino de Dios, como es cosa que pasa de presto y el acuerdo de los pecados se está siempre y ve en sí faltas ­que éstas nunca faltan­, luego viene este tormento.

Cuando el confesor la asegura, aplácase, aunque torna; mas cuando él ayuda con más temor, es cosa casi insufrible; en especial, cuando tras estos vienen unas sequedades, que no parece que jamás se ha acordado de Dios ni se ha de acordar, y que como una persona de quien oyó decir desde lejos, es cuando oye hablar de Su Majestad.

9. Todo no es nada, si no es que sobre esto venga el parecer que no sabe informar a los confesores y que los trae engañados; y aunque más piensa y ve que no hay primer movimiento que no los diga, no aprovecha; que está el entendimiento tan oscuro que no es capaz de ver la verdad, sino creer lo que la imaginación le representa que entonces ella es la señora), y los desatinos que el demonio la quiere representar, a quien debe nuestro Señor de dar licencia para que la pruebe y aun para que la haga entender que está reprobada de Dios.

Porque son muchas las cosas que la combaten con un apretamiento interior de manera tan sentible e intolerable, que yo no sé a qué se pueda comparar, sino a los que padecen en el infierno; porque ningún consuelo se admite en esta tempestad.

Si le quieren tomar con el confesor, parece han acudido los demonios a él para que la atormente más; y así, tratando uno con un alma que estaba en este tormento, después de pasado (que parece apretamiento peligroso por ser de tantas cosas juntas), la decía le avisase cuando estuviese así, y siempre era tan peor, que vino él a entender que no era más en su mano.

Pues si se quiere tomar un libro de romance, persona que le sabía bien leer, le acaecía no entender más de él que si no supiera letra, porque no estaba el entendimiento capaz.

10. En fin, que ningún remedio hay en esta tempestad, sino aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo; y como quien se ha escapado de una batalla peligrosa con haber ganado la victoria, queda alabando a nuestro Señor, que fue el que peleó para el vencimiento; porque conoce muy claro que ella no peleó; que todas las armas con que se podía defender le parece que las ve en manos de su contrario, y así conoce claramente su miseria y lo poquísimo que podemos de nosotros si nos desamparase el Señor.

11. Parece que ya no ha menester consideración para entender esto, porque la experiencia de pasar por ello, habiéndose visto del todo inhabilitada, le hacía entender nuestra nonada, y cuán miserable cosa somos; porque la gracia aunque no debe estar sin ella, (pues con toda esta tormenta no ofende a Dios ni le ofendería por cosa de la tierra), está tan escondida, que ni aun una centella muy pequeña le parece no ve de que tiene amor de Dios ni que le tuvo jamás; porque si ha hecho algún bien o Su Majestad le ha hecho alguna merced, todo le parece cosa soñada y que fue antojo. Los pecados ve cierto que los hizo.

12. ¡Oh Jesús, y qué es ver un alma desamparada de esta suerte, y ­como he dicho­ cuán poco le aprovecha ningún consuelo de la tierra! Por eso no penséis, hermanas, si alguna vez os viereis así, que los ricos y los que están con libertad tendrán para estos tiempos más remedio.

No, no, que me parece a mí es como si a los condenados les pusiesen cuantos deleites hay en el mundo delante, no bastarían para darles alivio, antes les acrecentaría el tormento; así acá viene de arriba, y no valen aquí nada cosas de la tierra.

Quiere este gran Dios que conozcamos rey  y nuestra miseria, e importa mucho para lo de adelante.

13. Pues ¿qué hará esta pobre alma cuando muchos días le durare así? Porque si reza, es como si no rezase, para su consuelo, digo; que no se admite en lo interior, ni aun se entiende lo que reza ella misma a sí, aunque sea vocal, que para mental no es este tiempo en ninguna manera, porque no están las potencias para ello, antes hace mayor daño la soledad, con que es otro tormento por sí estar con nadie ni que la hablen.

Y así, por muy mucho que se esfuerce, anda con un desabrimiento y mala condición en lo exterior, que se le echa mucho de ver.

¿Es verdad que sabrá decir lo que ha? ­ Es indecible; porque son apretamientos y penas espirituales, que no se saben poner nombre.

El mejor remedio ­no digo para que se quite, que yo no le hallo, sino para que se pueda sufrir­ es entender en obras de caridad y exteriores, y esperar en la misericordia de Dios, que nunca falta a los que en El esperan. Sea por siempre bendito, amén.

14. Otros trabajos que dan los demonios, exteriores, no deben ser tan ordinarios, y así no hay para qué hablar en ellos, ni son tan penosos con gran parte; porque, por mucho que hagan, no llegan a inhabilitar así las potencias, a mi parecer, ni a turbar el alma de esta manera; que, en fin, queda razón para pensar que no pueden hacer más de lo que el Señor les diere licencia, y cuando ésta no está perdida, todo es poco en comparación de lo que queda dicho.

15. Otras penas interiores iremos diciendo en esta morada, tratando diferencias de oración y mercedes del Señor; que aunque algunas son aun más recio que lo dicho en el padecer, como se verá por cuál deja el cuerpo, no merecen nombre de trabajos, ni es razón que se le pongamos, por ser tan grandes mercedes del Señor, y que en medio de ellos entiende el alma que lo son y muy fuera de sus merecimientos.

Viene ya esta pena grande para entrar en la séptima morada, con otros hartos, que algunos diré, porque todos será imposible, ni aun declarar cómo son, porque vienen de otro linaje que los dichos, muy más alto; y si en ellos, con ser de más baja casta, no he podido declarar más de lo dicho, menos podré en estotro.

El Señor dé para todo su favor por los méritos de su Hijo, amén.

 

Moradas 6 - Cap. 1
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