Santa Teresa de Jesús

SANTA TERESA DE JESÚS

"Libro de las moradas o Castillo interior"

Moradas quintas: Capítulo 4

 

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LAS MORADAS
MORADAS QUINTAS

Cap. 4

 
 
 
Moradas 5 - Cap. 4

Prosigue en lo mismo, declarando más esta manera de oración. ­ Dice lo mucho que importa andar con aviso, porque el demonio le trae grande para hacer tornar atrás de lo comenzado.

 

1. Paréceme que estáis con deseo de ver qué se hace esta palomica y adónde asienta, pues queda entendido que no es en gustos espirituales ni en contentos de la tierra: más alto es su vuelo.

Y no os puedo satisfacer de este deseo hasta la postrera morada, y aun plega a Dios se me acuerde o tenga lugar de escribirlo; porque han pasado casi cinco meses desde que lo comencé hasta ahora; y como la cabeza no está para tornarlo a leer, todo debe ir desbaratado y por ventura dicho algunas cosas dos veces.

Como es para mis hermanas, poco va en ello.

2. Todavía quiero más declararos lo que me parece que es esta oración de unión. Conforme a mi ingenio pondré una comparación; después diremos más de esta mariposica, que no para (aunque siempre fructifica haciendo bien a sí y a otras almas), porque no halla su verdadero reposo.

3. Ya tendréis oído muchas veces que se desposa Dios con las almas espiritualmente. ¡Bendita sea su misericordia que tanto se quiere humillar! Y aunque sea grosera comparación, yo no hallo otra que más pueda dar a entender lo que pretendo que el sacramento del matrimonio.

Porque aunque de diferente manera, porque en esto que tratamos jamás hay cosa que no sea espiritual (esto corpóreo va muy lejos, y los contentos espirituales que da el Señor, y los gustos, al que deben tener los que se desposan, van mil leguas lo uno de lo otro), porque todo es amor con amor, y sus operaciones son limpísimas y tan delicadísimas y suaves, que no hay cómo se decir, mas sabe el Señor darlas muy bien a sentir.

4. Paréceme a mí que la unión aún no llega a desposorio espiritual; sino, como por acá cuando se han de desposar dos, se trata si son conformes y que el uno y el otro quieran, y aun que se vean, para que más se satisfaga el uno del otro, así acá, presupuesto que el concierto está ya hecho y que esta alma está muy bien informada cuán bien le está y determinada a hacer en todo la voluntad de su Esposo de todas cuantas maneras ella viere que le ha de dar contento, y Su Majestad, como quien bien entenderá si es así, lo está de ella, y así hace esta misericordia, que quiere que entienda más y que ­como dicen­ vengan a vistas y juntarla consigo. Podemos decir que es así esto, porque pasa en brevísimo tiempo.

Allí no hay más dar y tomar, sino un ver el alma, por una manera secreta, quién es este Esposo que ha de tomar; porque por los sentidos y potencias en ninguna manera podía entender en mil años lo que aquí entiende en brevísimo tiempo; mas como es tal el Esposo, de sola aquella vista la deja más digna de que se vengan a dar las manos, como dicen; porque queda el alma tan enamorada, que hace de su parte lo que puede para que no se desconcierte este divino desposorio.

Mas si esta alma se descuida a poner su afición en cosa que no sea El, piérdelo todo, y es tan grandísima pérdida como lo son las mercedes que va haciendo, y mucho mayor que se puede encarecer.

5. Por eso, almas cristianas, a las que el Señor ha llegado a estos términos, por El os pido que no os descuidéis, sino que os apartéis de las ocasiones, que aún en este estado no está el alma tan fuerte que se pueda meter en ellas, como lo está después de hecho el desposorio, que es en la morada que diremos tras ésta; porque la comunicación no fue más de una vista ­como dicen­ y el demonio andará con gran cuidado a combatirla y a desviar este desposorio; que después, como ya la ve del todo rendida al Esposo, no osa tanto, porque la ha miedo, y tiene experiencia que, si alguna vez lo hace, queda con gran pérdida y ella con más ganancia.

6. Yo os digo, hijas, que he conocido a personas muy encumbradas, y llegar a este estado y con la gran sutileza y ardid del demonio, tornarlas a ganar para sí; porque debe de juntarse todo el infierno para ello, porque, como muchas veces digo, no pierden un alma sola, sino gran multitud.

Ya él tiene experiencia en este caso; porque, si miramos la multitud de almas que por medio de una trae Dios a sí, es para alabarle mucho los millares que convertían los mártires: ¡una doncella como Santa Ursula! Pues ¡las que habrá perdido el demonio por Santo Domingo y San Francisco y otros fundadores de Ordenes, y pierde ahora por el Padre Ignacio, el que fundó la Compañía!, que todos está claro ­como lo leemos­ recibían mercedes semejantes de Dios. ¿Qué fue esto, sino que se esforzaron a no perder por su culpa tan divino desposorio? ¡Oh hijas mías!, que tan aparejado está este Señor a hacernos merced ahora como entonces, y aun en parte más necesitado de que las queramos recibir, porque hay pocos que miren por su honra, como entonces había.

Querémonos mucho; hay muy mucha cordura para no perder de nuestro derecho. ¡Oh, qué engaño tan grande! El Señor nos dé luz para no caer en semejantes tinieblas, por su misericordia.

7. Podréisme preguntar o estar con duda de dos cosas: la primera, que si está el alma tan puesta con la voluntad de Dios como queda dicho, que ¿cómo se puede engañar, pues ella en todo no quiere hacer la suya? La segunda, ¿por qué vías puede entrar el demonio tan peligrosamente que se pierda vuestra alma, estando tan apartadas del mundo y tan llegadas a los sacramentos y en compañía ­podemos decir­ de ángeles, pues por la bondad del Señor todas no traen otros deseos sino de servirle y agradarle en todo?; que ya los que están metidos en las ocasiones del mundo, no es mucho.

Yo digo que en esto tenéis razón, que harta misericordia nos ha hecho Dios; mas cuando veo ­como he dicho­ que estaba Judas en compañía de los Apóstoles, y tratando siempre con el mismo Dios, y oyendo sus palabras, entiendo que no hay seguridad en esto.

8. Respondiendo a lo primero, digo que si esta alma se estuviese siempre asida a la voluntad de Dios, que está claro que no se perdería; mas viene el demonio con unas sutilezas grandes, y debajo de color de bien vala desquiciando en poquitas cosas de ella y metiendo en algunas que él le hace entender que no son malas, y poco a poco oscureciendo el entendimiento y entibiando la voluntad y haciendo crecer en ella el amor propio, hasta que de uno en otro la va apartando de la voluntad de Dios y llegando a la suya.

De aquí queda respondido a lo segundo; porque no hay encerramiento tan encerrado adonde él no pueda entrar, ni desierto tan partado adonde deje de ir.

Y aun otra cosa os digo, que quizá lo permite el Señor para ver cómo se ha aquel alma a quien quiere poner por luz de otras; que más vale que en los principios, si ha de ser ruin, lo sea que no cuando dañe a muchas.

9. La diligencia que a mí se me ofrece más cierta (después de pedir siempre a Dios en la oración que nos tenga de su mano, y pensar muy continuo cómo, si El nos deja, seremos luego en el profundo, como es verdad, y jamás estar confiadas en nosotras, pues será desatino estarlo), es andar con particular cuidado y aviso, mirando cómo vamos en las virtudes: si vamos mejorando o disminuyendo en algo, en especial en el amor unas con otras y en el deseo de ser tenida por la menor y en cosas ordinarias; que si miramos en ello y pedimos al Señor que nos dé luz, luego veremos la ganancia o la pérdida.

Que no penséis que alma que llega Dios a tanto la deja tan a prisa de su mano, que no tenga bien el demonio que trabajar, y siente Su Majestad tanto en que se le pierda, que le da mil avisos interiores de muchas maneras; así que no se le podrá esconder el daño.

10. En fin, sea la conclusión en esto, que procuremos siempre ir adelante, y si esto no hay, andemos con gran temor, porque sin duda algún salto nos quiere hacer el demonio; pues no es posible que, habiendo llegado a tanto, deje ir creciendo, que el amor jamás está ocioso, y así será harto mala señal.

Porque alma que ha pretendido ser esposa del mismo Dios y tratádose ya con Su Majestad y llegado a los términos que queda dicho, no se ha de echar a dormir.

Y para que veáis, hija, lo que hace con las que ya tiene por esposas, comencemos a tratar de las sextas moradas, y veréis cómo es poco todo lo que pudiéremos servir y padecer y hacer para disponernos a tan grandes mercedes.

Que podrá ser haber ordenado nuestro Señor que me lo mandasen escribir para que, puestos los ojos en el premio y viendo cuán sin tasa es su misericordia, pues con unos gusanos quiere así comunicarse y mostrarse, olvidemos nuestros contentillos de tierra y, puestos los ojos en su grandeza, corramos encendidas en su amor.

11. Plega a El que acierte yo a declarar algo de cosas tan dificultosas; que si Su Majestad y el Espíritu Santo no menea la pluma, bien sé que será imposible. Y si no ha de ser para vuestro provecho, le suplico no acierte a decir nada; pues sabe Su Majestad que no es otro mi deseo, a cuanto puedo entender de mí, sino que sea alabado su nombre, y que nos esforcemos a servir a un Señor que así paga aún acá en la tierra; por donde podemos entender algo de lo que nos ha de dar en el cielo, sin los intervalos y trabajos y peligros que hay en este mar de tempestades.

Porque, a no le haber de perderle y ofenderle, descanso sería que no se acabase la vida hasta el fin del mundo, por trabajar por tan gran Dios y Señor y Esposo.

Plega a Su Majestad merezcamos hacerle algún servicio, sin tantas faltas como siempre tenemos, aun en las obras buenas, amén.

 

Moradas 5 - Cap. 4
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