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San Agustín

"Confesiones"

Libro 10

Capítulo 39

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Confesiones

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CAPÍTULO 39

Epílogo de lo que ha tratado en este libro

 

65. Mientras que yo, Dios mío y Verdad eterna, me he ocupado en referiros todo cuanto he podido llegar a conocer de estas cosas inferiores, y he consultado con Vos, ¿cuándo ni dónde me dejasteis solo, o no anduvisteis conmigo, enseñándome lo que tengo de evitar y lo que tengo de apetecer? Registré primeramente las cosas exteriores de que consta el universo, según y como pude valerme de mis sentidos, después consideré la vida que mi cuerpo recibe de mi alma, y los sentidos mismos con que obra.

De allí entré a contemplar los senos de mi memoria, la vastísima capacidad que tienen, lo llenos que están de innumerable multitud de especies y los modos admirables con que allí se colocan y conservan. Consideré todo esto y quedé atónito y espantado; no pude entender sin Vos ninguna cosa de aquéllas, pero hallé y conocí que ninguna de ellas era lo que Vos; ni aun yo mismo, que descubrí y conocí todas aquellas cosas, imágenes y especies, y las fui recorriendo todas y procuré distinguirlas y apreciarlas según la estimación y dignidad que corresponde a cada una de ellas; ya recibiendo alguna de estas especies por medio de los sentidos, y examinándolas y reconociéndolas después; ya reflexionando algunas otras cosas que están como mezcladas conmigo, y examinando también el número, naturaleza y propiedades de los mismos sentidos que me daban noticia de ellas, y finalmente, aprovechándome de aquel tesoro de mi memoria, y usando diferentemente de sus grandes riquezas, manifestando unas, reservando otras y descubriendo las que estaban ocultas y guardadas, conocí que ni yo mismo, que hacía todas estas operaciones, o por mejor decir, ni la misma virtud y potencia con que las hacía, somos lo que Vos, que tenéis otro ser muy superior, porque Vos sois aquella luz permanente, con quien iba yo a consultar todas aquellas cosas, para saber si verdaderamente existían, qué ser y naturaleza era la suya, y qué precio y estimación debía hacerse de ellas, y oía lo que Vos me enseñabais y lo que me mandabais.

Esto mismo lo hago también ahora muchas veces; y esto es lo que me deleita, y así, cuando puedo eximirme de las ocupaciones que me son precisas y necesarias, me refugio a este deleite. Porque en ninguna de estas cosas, que he estado recorriendo y consultando con Vos, hallo un lugar seguro para mi alma sino en Vos, que sois el único donde caben y pueden reunirse todos los afectos de mi voluntad, que han estado esparcidos por las criaturas, de modo que ninguno de ellos se aparte jamás de Vos.

También algunas veces hacéis que en lo interior de mi alma prorrumpa  en un afecto de amor muy extraordinario, que me lleva a una incomprensible dulzura, la cual, si enteramente se me comunicara, sería una cosa que no puedo comprenderla, pero sé que sería muy superior a todo lo de esta vida. Con el peso de mis miserias vuelvo a dar en estas cosas terrenas, donde mis ocupaciones acostumbradas por todas partes me rodean, quedando como sumergido en ellas y como aprisionado; mucho lo siento y lloro, pero también lo que me estorban y detienen es mucho. ¡Tanto es lo que nos agobia la pesada carga de una costumbre! Como en este último estado puedo permanecer, pero no quiero, y en aquel otro quiero perseverar, pero no puedo, vengo a ser infeliz en uno y otro.

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